El debate sobre la educación en Chile ha trascendido las limitadas paredes de las salas de clases y se ha alzado sobre una discusión madre: la sociedad que construimos, el país en que vivimos.
No se trata sólo de saber si tales o cuales materias son pertinentes, si es necesario ser exigente o no con los estudiantes, o si los chicos tienen las notas que tienen por el sistema de calificación, por responsabilidad de los profesores o porque la materia prima no alcanza para moldear un ser culto e inteligente en esta fértil provincia. Hoy los jóvenes están remeciendo los cimientos del alma del Chile winner que hemos levantado, este Chile-celular-de-palo que, al igual que esos aparatos que el mito urbano dice se colmó la década de los 90, no resiste escrutinio serio alguno sobre lo que se entiende por desarrollo. Interpela sobre las heridas que ayer, hoy y mañana seguirán siendo consustanciales a nuestra existencia.
Como la máxima sobre por qué una obra trasciende y otra se olvida al minuto de ver la luz, los muchachos, cuales vampiros en la noche, alimentan su clamor de las llagas siempre abiertas de la humanidad. La desigualdad y la inequidad, la codicia como motor social, la injusticia, la transformación social y la ciudadanía que lidera los cambios y es resistida por los celadores del status quo, la cooperación versus la competencia, la solidaridad versus el individualismo, forman parte del relato que dirigentes estudiantiles en todo Chile llevan como estandarte y al cual el Gobierno y una forma de mirar el país responden, sin entender el verdadero recado, con rebaja de intereses, becas, cambios administrativos. ¿Qué parte del mensaje no se comprende, que las únicas soluciones nacen del corazón tecnoeconómico de los dueños de la pelota; que, a pesar de su poderío, no tienen ningún hincha que por ellos derrame su corazón en la galucha?
Miremos Coyhaique. Pequeña ciudad de poco más de 50 mil habitantes al sur del mundo, alejada y aislada de todo lo que la modernidad productivista nos dice que hay que vivir (mejor dicho, tener). Desde un principio ha habido jóvenes y adultos en protestas callejeras de adhesión a la movilización por la educación, aunque en la región todo tipo de manifestaciones (por becas, empleo, de apoyo a la CUT) están siempre cruzadas por un tema que para Aysén sigue siendo sensible: las represas de HidroAysén y Energía Austral. Pero, hasta ahora, no se había llegado a una de las medidas más duras vinculadas a las demandas estudiantiles (más drásticas siguen siendo las huelgas de hambre), como son las tomas de colegios. Desde la semana pasada, los liceos Juan Pablo II y San Felipe Benicio, y la media de la Escuela República Argentina, han paralizado sus clases luego que cientos de estudiantes recurrieran al mecanismo que históricamente ha sido utilizado en pro de reivindicaciones del más variado tipo.
Producto de las tomas han salido a relucir cómo hay quienes consideran que al colegio sólo se va a aprender materias y conocimientos, y valores relacionados con un mejor desempeño en el marco de la sociedad actual. Y para quienes el pensamiento crítico y autónomo no es un valor sino una muestra de insubordinación, el coraje para tomar decisiones y llevarlas adelante propio de jóvenes irresponsables, y querer transformar la educación en un espacio de colaboración y no de segregación, idealismo trasnochado.
Que nuestros jóvenes y muchos adultos -padres, apoderados o simples mortales que habitamos esta entrañable ciudad- creamos que las aulas deben ser más que un espacio de instalación de datos e información, o de inversión personal para la vida económica futura y la productividad del país, no es terrorismo. Las salas de clases y los hombres y mujeres que en ellas se afanan día a día como son los profesores, son los llamados a entregar herramientas a esos niños y jóvenes para que sean mejores personas, mejores ciudadanos. No porque el mercado lo pide sino porque la sociedad lo requiere. Eso es educar. Lo otro, adoctrinar.
Porque, y he aquí una necesaria discusión que debemos dar hoy, no estamos todos de acuerdo en qué esperamos de la educación. En el fondo, en qué se enseña cuando se enseña.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl