Jeffrey Sachs, profesor de Columbia University y que no tiene nada de revolucionario radical, alertaba en 2001 de la expansión de la inequidades globales. Una década después, las víctimas del neoliberalismo están en las calles demostrando que el “alma” puede cambiar. Lo mismo nos dicen los estudiantes chilenos.
“La economía es el método, pero el objetivo es cambiar el alma”, dijo Margaret Thatcher cuando explicaba las transformaciones neoliberales que Inglaterra emprendió en los años 80. Sabía perfectamente que no se trataba solo de la privatización de las empresas públicas o del debilitamiento del poder de los trabajadores, era un verdadero cambio de paradigma en las relaciones sociales y en la construcción de la sociedad. Durante tres décadas esta nueva “alma” fue asumida por la mayoría de los países, casi sin excepción, como la receta para el desarrollo. Del experimento dictatorial en Chile al régimen de Menem en Argentina. Del fundamentalismo de mercado de Estados Unidos al proteccionismo francés. De la liberalización japonesa a la apertura china de Deng Xioaping. El neoliberalismo se instaló en el imaginario global, haciéndonos creer que era irreversible.
Sin embargo, las protestas mundiales en contra de la desigualdad, los abusos, la falta de oportunidades y el exceso de avaricia demuestran que ese triunfalismo puede ser revertido si las dinámicas de la sociedad adquieren otras dimensiones. El viaje de algunos de los líderes del movimiento estudiantil a Francia coincidió con la marcha global de los indignados. En París, se desplegó la bandera chilena demandando una educación pública de calidad y gratuita. En Wall Street, los manifestantes rechazan que el 1% de la población en Estados Unidos concentre el 40% de la riqueza. En España, Grecia, Colombia, México y otros países aumenta el malestar. Son todas expresiones de que el “alma” sumisa que propició el neoliberalismo está cambiando.
[cita]Durante mucho tiempo, en Chile se hablaba de la apatía de la juventud y de su desinterés. Pero esto solamente replicaba un esquema clásico de la ciudadanía, reducida a la participación política a través del voto. “Si no están inscritos, es porque no están ni ahí”, era la explicación común. Sin embargo, en el 2006 la Revolución de los Pingüinos probó que los jóvenes no estaban durmiendo, sino que estaban convirtiendo su rabia en movilización. Y en 2011, muchos de esos mismos pingüinos, ahora como universitarios, están en la calle para contrarrestar las actuales dinámicas de la sociedad.[/cita]
Por eso, las manifestaciones estudiantiles son tan importantes y tienen tanto apoyo ciudadano. Ellos han desafiado el paradigma global en educación. En Malawi, Estados Unidos, Inglaterra, Chile, Korea, e incluso en Suecia, entre otros países, se han implementado políticas neoliberales en educación por más de 30 años. Se ha fomentado la privatización, la libertad de enseñanza, la competencia, las pruebas estandarizadas y el menoscabo a la profesión docente. Bajo el eslogan de la “libertad de elegir”, se cambiaron los propósitos y el sentido de la educación.
En el comienzo de los Estados modernos, la educación era vista como un proyecto para la construcción de identidad y ciudadanía que el Estado-nación requería. A mediados del siglo XX, la educación era fundamental para los procesos desarrollistas y la posibilidad de extender las oportunidades en la población, consolidando así la democracia post Segunda Guerra Mundial. De hecho, en la declaración universal de los Derechos Humanos se le reconoce su valor como una garantía fundamental. Pero desde los 80, la educación se ha transformado en un mercado o, más precisamente, en una mercancía.
Esta modificación conceptual implica que la educación ya no está asociada a la democracia, sino al mercado, ya que es solo “útil” si fomenta la productividad y la competitividad en la economía global. Por eso, no importa si las escuelas son públicas o privadas, si en ellas se ejercita el espíritu crítico o se enseña a responder las pruebas estandarizadas. Lo relevante es que se genere una fuerza laboral flexible, multifuncional y competitiva. Esta arquitectura global en educación nutre a la nueva economía, como señala Martin Carnoy. La educación, por lo tanto, ya no tiene un sentido de justicia, igualdad o “proyecto país”. Es un bien de consumo, tal como la definió el presidente Sebastián Piñera. La educación neoliberal es la que sostiene ese cambio de “alma” del que hablaba Margaret Thatcher en los 80.
Los estudiantes, al desafiar esta estructura, ponen en verdadera tensión los cimientos del neoliberalismo y la reproducción social bajo este esquema. Con ello, establecen un nuevo “campo”, en términos de Bourdieu. Pero los estudiantes también han permitido expandir la comprensión de los movimientos sociales y el valor de las nuevas tecnologías para la participación ciudadana. Durante mucho tiempo, en Chile se hablaba de la apatía de la juventud y de su desinterés. Pero esto solamente replicaba un esquema clásico de la ciudadanía, reducida a la participación política a través del voto. “Si no están inscritos, es porque no están ni ahí”, era la explicación común. Sin embargo, en el 2006 la Revolución de los Pingüinos probó que los jóvenes no estaban durmiendo, sino que estaban convirtiendo su rabia en movilización. Y en 2011, muchos de esos mismos pingüinos, ahora como universitarios, están en la calle para contrarrestar las actuales dinámicas de la sociedad.
Ellos se oponen a ese tipo de democracia “de baja intensidad o elitista”, como la llaman algunos, que ha demostrado ser incapaz de contener las nuevas demandas sociales. La gran parte de la población ya no tolera las consecuencias destructivas del neoliberalismo global. Y esto se explica porque este proceso neoliberal ha implicado una concentración de la riqueza y del poder a niveles que no se experimentaban desde 1920, como sostiene David Harvey. Es decir, una involución global en la justicia social. Jeffrey Sachs, profesor de Columbia University y que no tiene nada de revolucionario radical, alertaba en 2001 de la expansión de la inequidades globales. Una década después, las víctimas del neoliberalismo están en las calles demostrando que el “alma” puede cambiar. Lo mismo nos dicen los estudiantes chilenos.