En términos de mirada al futuro Chile parece haber derechamente perdido sus cabales: alentamos centrales nucleares (Pese a Fukushima), sembramos de centrales a carbón nuestra costa, imponemos megacentrales como Hidroaysén y paralelamente, destinamos recursos marginales a las energías sustentables y casi cero a la investigación y desarrollo en el ámbito de la energía.
Noviembre está siendo pródigo en noticias energéticas. Hace pocos días la Comisión Ciudadana Técnico Parlamentaria presentó un conjunto de propuesta para enfrentar buena parte de los desafíos eléctricos del país adelantándose al informe oficial que será publicado por la paralela Comisión designada por el Gobierno.
A solo días de la presentación de este documento, se desarrollará el Seminario Matriz Energética 2011, que reunirá a connotados expertos, pensadores y políticos nacionales que debatirán en torno a ideas y propuestas para encontrar una salida a la dependencia del petróleo. Liderando esta tendencia, se encuentra el físico y experto en energía de fama mundial Dr. Amory Lovins, el invitado central de esta importante reunión.
En este contexto, me gustaría compartir con ustedes algunas peculiaridades del desarrollo energético nacional que serán abordadas en ese seminario.
El desarrollo energético nacional destaca por su ineficiencia y vulnerabilidad. Es un desarrollo de alto costo, dependiente, inequitativo, inseguro y no sustentable.
[cita]Chile es uno de los países más dependientes del orbe al importar 98% del crudo, 94% del carbón, 65% del gas natural, 60% del diesel. Pese a lirismos de gobiernos pasados, la dependencia y la vulnerabilidad aumentan mientras el país aún carece de política energética.[/cita]
¿Porqué sucede esto de manera reiterada?, me refiero a que se acentúen problemas, ineficiencias y costos? Porque, por un lado, las reglas del juego de los mercados energéticos en Chile han sido instaladas para las empresas siendo además cauteladas por los usuales guardianes políticos de un sistema ineficiente pero rentable, y, por el otro lado de la ecuación, porque estamos quienes pagamos la cuenta: las Pymes, usted, yo y el medio ambiente.
La primera de las peculiaridades relevantes, es que Chile es uno de los países más dependientes del orbe según la Agencia Internacional de Energía (IEA). La elevada dependencia energética se transforma en vulnerabilidad al constatar que Chile importa: 98% del crudo, 94% del carbón, 65% del gas natural, 60% del diesel. Pese a lirismos de gobiernos pasados, la dependencia y la vulnerabilidad aumentan mientras el país aún carece de política energética: me refiero a una propuesta de política con objetivos de corto, mediano y largo plazo, presupuestos, opciones tecnológicas, e institucionalidad ad-hoc, entre otros aspectos.
En segundo lugar, vemos como el par de proyecciones relativas al consumo energético chileno que se han elaborado en el país (UDP 2009, por ej.) dan cuenta que de aquí al 2030, la participación del transporte en el consumo energético nacional rondará el 40%. Nadie, menos en el Gobierno, está pensando en las opciones que Chile deberá adoptar para transformar su parque automotriz o mejor aún, para mover su gente, su carga, sus exportaciones e importaciones. Acorde a ciertas estimaciones de la IEA (World Energy Outlook, junio 2011), se requerirán dos Golfo Pérsicos adicionales de aquí al 2035 para poder cubrir la sed de petróleo sobre todo de China, India y países desarrollados. Chile, más alejado de las fuentes de aprovisionamiento de crudo, tendrá que pagar, caro, muy caro, el agotamiento de los hidrocarburos Por razones energéticamente obvias, seremos menos competitivos.
El tercer elemento es más preocupante aún. En términos de mirada al futuro Chile parece haber derechamente perdido sus cabales: alentamos centrales nucleares (Pese a Fukushima), sembramos de centrales a carbón nuestra costa, imponemos megacentrales como Hidroaysén y paralelamente, destinamos recursos marginales a las energías sustentables y casi cero a la investigación y desarrollo en el ámbito de la energía. Mientras tanto, la mayoría de los países de la OCDE (IEA), a instancias de decisiones ciudadanas, cierran programas nucleares, adoptan medidas para salir de los hidrocarburos y carbón y establecen, como punta de lanza de sus estrategias energéticas, el uso eficiente de la energía, las fuentes renovables, la cogeneración, el cambio en patrones de consumo y rediseñan ciudades y viviendas menos voraces en energía. Claramente vamos contra la marea, o al menos, en el sentido equivocado.
Las tres peculiaridades mencionadas dan cuenta de un sombrío y pesimista futuro del desarrollo energético nacional de continuar éste por la misma senda, entregado a las empresas, del mercado y de los mismos responsables hasta hoy día del negocio energético. Me temo que de no operar cambios radicales y severos en las reglas de juego de los mercados energéticos, es probable que nosotros y, ni que decir las próximas generaciones, lo pagarán caro, muy caro. Amory Lovins sugiere y nos mostrará en este ámbito, alternativas para Estados Unidos, opciones que en la realidad económica, social y política chilena, son válidas si y sólo si somos capaces de readecuarlas a nuestra realidad. Finalmente, es necesario señalar que cualquier propuesta que intente enfrentar en Chile los desafíos energéticos y ambientales de las próximas décadas debe no sólo cambiar las reglas de juego sino además consultar a la ciudadanía, para decidir qué energía, para qué y a qué costo.