Como académicos, y como universitarios y ciudadanos, nos queda claro que cambiar las estructuras para una mejor convivencia en sociedad, en cualquier nivel, parte por una transformación profunda en la conciencia en las personas. Y esto se va a ir dando en la medida en que todas las necesidades básicas de subsistencia, de afecto y de educación vayan siendo cubiertas.
El año 2011 será recordado como el año de las movilizaciones estudiantiles, que durante casi siete meses ha remecido las conciencias de nuestra sociedad y las bases de la misma institucionalidad, en demanda de cambios profundos en las políticas educativas en el país. Al menos, no ha dejado a nadie indiferente. Para la historia, este movimiento estudiantil será recordado –a diferencia del movimiento contestatario de los años sesenta-, como un movimiento propositivo. Así los estudiantes, no obstante las diferencias al interior de su organización a nivel nacional, provenientes de diversos planteles -estatales y privados- y orígenes culturales, han logrado exponer al país con una visión integral y holística una propuesta solida y concreta basada en doce puntos esenciales para una nueva educación.
Producto de la solida convicción de la propuesta estudiantil, es hoy un consenso para todos que la educación es un derecho que el Estado debe no solo garantizar, sino que promover y asegurar. Como este, los movimientos ciudadanos que han despertado a nuestra sociedad solo deben ser entendidos como un buen síntoma del nivel de conciencia de nuestros jóvenes y de gran parte de la ciudadanía. Como bien lo explica el historiador Gabriel Salazar, para quien estos movimientos sociales no serían de naturaleza intrínsecamente violenta, como si lo sería una revolución. Los hechos nos han vuelto a interrogar acerca del estado general de nuestra república, sobre las transformaciones que sería necesario introducir responsablemente para ir fijando y proyectando con ecuanimidad nuestro destino y dar un salto significativo hacia la equidad y hacia un nuevo estadio de desarrollo humano como país.
[cita]Como académicos, y como universitarios y ciudadanos, nos queda claro que cambiar las estructuras para una mejor convivencia en sociedad, en cualquier nivel, parte por una transformación profunda en la conciencia en las personas. Y esto se va a ir dando en la medida en que todas las necesidades básicas de subsistencia, de afecto y de educación vayan siendo cubiertas.[/cita]
Las comunidades universitarias, esto es, la formada por académicos, funcionarios y estudiantes, han manifestado de diversas formas su nivel de conciencia y preocupación acerca de los problemas que enfrenta la educación en general, y la educación superior en particular.
En lo que respecta al estamento académico, el movimiento estudiantil ha puesto en evidencia una cierta inercia, un desconcierto, y hasta una cierta indiferencia frente a los problemas de fondo del sistema universitario y a la educación superior en nuestro país. Nos preguntamos cual es la misión de un académico hoy en día. Por la experiencia histórica, les correspondería asumir la responsabilidad de anticipar los cambios que vienen, y de atender a una generación que trae no solo altos niveles de consciencia de los problemas existentes, sino también, y por lo mismo, un alto nivel de compromiso y propuesta.
Los académicos en Chile no son muchos, aunque quienes ejercen la docencia universitaria alcanzan en algunas disciplinas hasta casi a un tercio de quienes ejercen la profesión. Esto entendiendo como académicos a aquellos profesionales que tienen una dedicación completa, sino exclusiva, a la universidad, lo cual les permite hacer investigación relevante, extensión y asistencia técnica, además de la docencia por excelencia Quienes solo ejercen la docencia son jóvenes, la mayoría de las veces destacados en el ámbito profesional, que se inician en la carrera académica. Sabemos que la situación y estabilidad laboral de los académicos en general es hoy en día bastante incierta y precaria, por decirlo de alguna manera, puesto que no se ha legislado ni regulado suficientemente al respecto. Esto es valido tanto para aquellos que se desempeñan en los planteles del Estado como sobre todo para quienes ejercen en los privados. Los derechos laborales, la promoción y profesionalización de la carrera académica son temas pendientes que afectan directamente la calidad de la educación, por lo que debe ser una preocupación central de los académicos como entidad gremial y como universitarios.
Los académicos de las universidades estatales y la mayoría de las llamadas públicas poseen asociaciones gremiales, pero aún no existe una confederación a nivel nacional. No obstante, existe una organización de base de los académicos de universidades estatales, la FAUECH, que ha estado presente, desde antes de la movilización estudiantil exponiendo ante los legisladores, junto al Consejo de Rectores el problema del financiamiento que las afecta, exigiendo aportes basales para estas instituciones por parte del Estado.
Durante la movilización de los estudiantes este año 2011 ha habido muy poca presencia de este importante estamento. Algunos han salido a la calle a manifestarse, pero sin poseer una representación como gremio en las conversaciones y discusiones entre los actores claves, junto a los estudiantes, los profesores y los rectores, para exponer las demandas del sector. Las comunidades universitarias, como otras comunidades sociales de base, organizados y movilizados, deben ser actores validados e incluidos tanto en la discusión como en la formulación de planes y programas públicos como en la redacción de las leyes por parte de los legisladores donde legítimamente defiendan sus intereses en pos del bien común.
Haciendo un poco de historia es bueno revisar, aunque sea someramente, dos períodos importantes para comprender el estado general de la universidad actual. El primero es el periodo 1960-1973, y el segundo periodo es el que comienza el año 1981 hasta nuestros días. Uno de movimientos estudiantiles y de posteriores reformas universitarias en nuestro país, como en todo el mundo, y el otro de imposición de un modelo economicista decretado por el gobierno militar para las universidades, que perdura en gran parte hasta hoy.
El primer periodo se caracteriza por la gran demanda masiva de la población por la enseñanza superior, impartida por universidades transformadas en grandes centros de pensamiento y al servicio de la nación y la sociedad. Durante este período se genera al interior de los planteles de educación superior una efervescencia que se centra sobre los siguientes aspectos:
_una discusión abierta en su interior, sensibilizando a las comunidades universitarias que participan activamente en la generación movilizaciones sociales en demanda de cambios;
_un debate en la base que gatilla importantes reformas a nivel nacional, lideradas por importantes intelectuales como fueron los rectores Gómez Millas, Kirberg, Castillo Velasco y Enríquez Frödden;
_un brusco recambio generacional posterior entre los formadores que influye en la estabilidad, en la movilidad y en la dirección de las instituciones frente a las reformas.
En la base, esta ruptura fue brusca y puso en crisis a las instituciones mismas en su interior, proyectándose de alguna manera hacia el resto del país y la sociedad, por cuanto la tradición de la enseñanza universitaria se basa en la transmisión del conocimiento de maestro a discípulo, de generación en generación, garantizada por la profesionalización académica. Por esto, debe haber un relevo generacional natural y respetuoso basado en la confianza de los jóvenes, y la sabiduría de los mayores, para ir aprendiendo, innovando y continuando con la tradición.
En los años setenta, mientras el mundo avanzo en estos temas sobre la experiencia de aquellos años, nuestro país se radicaliza y sufre luego el golpe militar que inicia un período de devastación de las bases de la sociedad democrática y de la universidad, cuyo golpe final fue la ley de 1981. Sabemos los efectos de la reforma impuesta por esta ley, como son la fragmentación, la mercantilización y la intervención política de las universidades en el país, que interrumpió los procesos que venían desenvolviéndose desde los años sesenta.
_La fragmentación de las hasta entonces instituciones nacionales del Estado como las universidades de Chile y Técnica: las antiguas sedes de provincia se transforman en nuevas universidades regionales.
_La mercantilización, al implantarse un modelo donde el Estado abandona su compromiso con la educación pública en pos de la inversión privada sin una regulación ni fiscalización suficiente para hacer cumplir la misma ley que prohíbe el lucro, saturando el mercado de la educación.
_La intervención política puso fin a complejos procesos de democratización que se desarrollaban al interior de los planteles, reemplazándola por una institucionalidad rígida y autoritaria que aun persiste en las instituciones estatales.
Desde la aplicación de esa ley hasta hoy, a más de veinte años de la vuelta a la democracia representativa, ha habido un cierto conformismo e indiferencia no sólo respecto de nuestras universidades sino por otros temas sociales latentes pendientes, como son la desigualdad e inequidad, sin llegar a profundizar en las causas de los problemas que nos afectan como sociedad. Sabemos que los movimientos estudiantiles y las reformas universitarias en Chile en los años sesenta fueron pioneras y un ejemplo para el mundo en su momento, pero también sabemos de los efectos de los excesos y de la intolerancia que causaron la violencia y la represión desatada sistemáticamente luego por algunos en contra de los derechos ciudadanos de todos, de nuestras instituciones y de la misma convivencia nacional.
Hoy en día seria absurdo hablar nuevamente de universidades nacionales, o de co-gobiernos universitarios. Indudablemente que los tiempos han cambiado, como nosotros, y el panorama actual es diverso y el contexto diferente. Y si algo hemos aprendido este ultimo tiempo es que no hay vuelta atrás, por ningún motivo. Reconocemos nuestra historia pero vivimos un presente de transformaciones, y de gran efervescencia social, que nos ofrece la gran oportunidad de proyectarnos sabiamente hacia el futuro.
Es la oportunidad de abordar el conflicto y de avanzar en los temas fundamentales. Se necesita regular y resguardar el sistema universitario tanto desde el punto de vista de la calidad como desde la equidad. Se necesita reconstituir el tejido social al interior de nuestras comunidades universitarias y los mecanismos de participación y democratización. Se necesita revalidar y fortalecer las instituciones universitarias regionales hacia un modelo descentralizado nacional, conectado e interdependiente. Se necesita reformular el rol y la misión de las universidades estatales en el país, en justa y equitativa convivencia y complementariedad con las privadas, y establecer las responsabilidades y efectivo compromiso del país con estas instituciones de la republica.
Como académicos universitarios conscientes necesitamos dejar de mirar la realidad desde afuera, como observadores externos que miran con ojo crítico y examinador a nuestros estudiantes sin involucrarnos como actores de los procesos, haciéndonos parte de lo que observamos. Ya nos lo explicaron en aquellos años dos grandes de entre los nuestros, Humberto Maturana y Francisco Varela (“La objetividad entre paréntesis” y otros). Esto es, de la misma manera que en nuestras aulas, talleres y laboratorios de investigación, donde todo lo que hacemos tiene un efecto, en interdependencia con todo(s) lo(s) que nos rodea(n), (co)construyendo la realidad tal cual es. Solo así podremos ir creando un mundo compartido que resulte inseparable de nuestro cuerpo, nuestro lenguaje y nuestra historia social, como diría el mismo Varela.
Finalmente es una cuestión de que seamos observadores plenamente atentos y cada vez más conscientes, propositivos y comprometidos en la construcción de una realidad mejor para todos. Esto significa reencontraros con nuestros estudiantes cada día, para continuar sin sobresaltos con la tradición universitaria de transmisión del conocimiento. También significa una mayor integración con los otros estamentos, una presencia en los cuerpos colegiados de las instituciones y al interior de las comunidades científico académicas, así como también una presencia en la discusión pública y, cuando es necesario, en los foros legislativos de la republica. En lo específico de las disciplinas, las comunidades académicas podemos estimular la investigación y las tesis sobre la educación, en especial la universitaria, y publicar sus resultados tanto en revistas especializadas como en medios de comunicación para información y directo beneficio de la comunidad.
Muchos académicos y funcionarios marchamos con los estudiantes durante la movilización, y nos hicimos parte de sus demandas. Y trabajamos también en fortalecer nuestras organizaciones de base desde las cuales, junto a nuestras instituciones, poder ir proyectando una nueva universidad de calidad, sin lucro, más inclusiva, justa y democrática, con integración social y transparencia. Es el caso, entre otras, de la Universidad del Bío-Bío.
A partir de Septiembre de este año, esta comunidad universitaria ha constituido la Comisión Tri-estamental, compuesta por las directivas de las organizaciones gremiales de estudiantes, funcionarios y académicos, entidad de hecho reconocida por la autoridad del plantel. Esta instancia se ha propuesto contribuir a la democratización y la creación de bases conscientes para una convivencia y una institucionalidad universitaria para los nuevos tiempos, al servicio del país, cuyos principios declarados son: la defensa de las universidades estatales y la necesidad de terminar con el endeudamiento familiar e institucional exigiendo aportes basales por parte del Estado; resguardar la estabilidad laboral de académicos y funcionarios y la estabilidad económica de institución; y la democratización efectiva, en composición y participación, en el gobierno universitario de los académicos, funcionarios y estudiantes en las diversas instancias y en los distintos cuerpos colegiados. También se propone someter a reflexión y análisis la validez de roles y representatividad de las autoridades de los cuerpos colegiados existentes. En lo fundamental, apoyar y resguardar la carrera académica y la docencia, de manera de ofrecer una formación de calidad para nuestros estudiantes, con una visión integral y holística.
Como académicos, y como universitarios y ciudadanos, nos queda claro que cambiar las estructuras para una mejor convivencia en sociedad, en cualquier nivel, parte por una transformación profunda en la conciencia en las personas. Y esto se va a ir dando en la medida en que todas las necesidades básicas de subsistencia, de afecto y de educación vayan siendo cubiertas. Sólo así podremos ir siendo capaces de crear nuevos estadios y de ir fijando nuestro propio destino. Siguiendo los precisos términos comparativos sugeridos por el economista Manfred Max-Neef, si hemos vivido hasta ahora sometidos por un modelo instituido que estimula la codicia, la competencia y la acumulación, ha llegado la hora de que lo vayamos transformando, conscientemente, en otras prácticas de convivencia basadas en la solidaridad, la cooperación y la compasión.