El 1 de enero todos los chilenos pudimos ver por televisión al Presidente Sebastián Piñera indignado anunciando el endurecimiento de la legislación para que todos quienes conozcan “maravillas como las Torres del Paine y tantos otros parques en Chile, asuman también la responsabilidad y el compromiso de cuidarlas”.
El 2 de enero, sólo un día después, nuevamente todos los chilenos pudimos ver por televisión a la misma persona, en el mismo cargo y cuando aún no se habían extinguido las llamas de la mayor catástrofe de los últimos años en la principal área silvestre protegida de Chile, anunciando que se reabría el 80% del parque a la visita de turistas.
Es probable que para alguien poco advertido ambas acciones sean coherentes y se basen en un concepto muy en boga en estos días: el desarrollo sustentable, que apuntaría a cómo cuidar el medio ambiente moviendo la economía. La famosa compatibilidad de actividades que, en determinadas circunstancias, son completamente incompatibles. Más aún en una economía como la chilena, sustentada en un sistema extractivo de materias primas como el cobre, la madera y los recursos del mar.
Es difícil ser meridianamente inteligente y señalar que cualquier proceso de transformación de los ecosistemas que involucre la desnaturalización de sus funciones originales es sustentable. Cómo es posible calificar de ambientalmente viable un sistema productivo que de la noche a la mañana muta un territorio antes pleno de foresta nativa en uno destinado al monocultivo de eucaliptos o pinos, carente éste por definición de los servicios ambientales que presta todo sistema biodiverso originario. Lo mismo ocurre con la salmonicultura, que tapiza el subsuelo marino con los desechos de esta exótica especie, las represas de embalse que destrozan los ríos y destruyen las cuencas en que se instalan, las termoeléctricas que envenenan el aire y cuanta actividad productiva que hoy por hoy se tiñe del discurso de moda. Todo gracias a una mal entendida sustentabilidad, que ha encontrado múltiples aliados en universidades, think tanks y organizaciones no gubernamentales que prestan ropa para vestir de verde a cuanto demonio con dinero anda suelto. Y de ésos tenemos bastantes.
Sólo quien no entiende mucho (o nada) de ecosistemas o es un oportunista de marca mayor puede llegar a compatibilizar lo que no tiene forma de ser unido bajo un mismo concepto. Oportunista, porque se siente capaz de plantear tal contradicción aprovechando el desconocimiento generalizado de la población.
Por eso llama bastante la atención el repentino amor expresado por el Presidente Sebastián Piñera por la Patagonia, este territorio ignoto, soñado, reserva de vida y esperanza. Esperanza de que podemos hacer las cosas bien. Porque así como habla de la belleza del Parque Nacional Torres del Paine, no tiene problema alguno en abrirlo para el fin que muchos creen que originalmente tiene: ser una fuente productiva. Error: tal parque tiene como fin original la conservación de ecosistemas únicos, no el desarrollo material.
Ahora, como está claro que ya existe una dependencia económica de amplios sectores de la región de Magallanes de tal polo turístico, la vía podría haber sido asumir como Estado los costos de compatibilizar necesidades económicas con protección de esta reserva de la biósfera. Total, en Chile hay dinero… proveniente esencialmente de la explotación de nuestros recursos naturales, todos ellos -con excepción del cobre (aunque en este caso sólo del 27 %) – de los privados. Obviamente, no fue tal la vía escogida. La más fácil, sacrificar la recuperación del parque. Así como el Primer Mandatario ha decidido sacrificar Isla Riesco y la zona sur de Aysén, con HidroAysén. Y como se veía que venía la mano en el caso de Energía Austral, suspendida su votación para este martes 10 por la Corte de Apelaciones de Coyhaique con el fin de analizar en detalle si existen garantías para que la Comisión de Evaluación Ambiental de Aysén resuelva sobre el estudio considerando los riesgos geológicos involucrados, que amenazan a la población.
Cuando se gobierna un país es necesario ser coherente entre lo que se dice y lo que se hace. Y también entre las distintas decisiones que se adoptan. Porque hay incoherencia en tratar de reunir acciones altamente contradictorias como son la explotación intensiva de la naturaleza con el cuidado de nuestros ecosistemas, bajo un falso prisma de sustentabilidad.
Porque déjeme decirle, Presidente, si me permite la confianza: así como no existe la depredación sustentable, no se puede amar la Patagonia y al mismo tiempo condenarla sobre la marcha a su irreversible desaparición como hoy la conocemos.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl