La disputa por el cambio del sistema binominal, no es simplemente la modificación de un sistema electoral por otro, sino que viene a constituir una demanda social que conlleva, al mismo tiempo, una lucha política por la construcción de un nuevo orden político, social y cultural más representativo y legítimo, para de esa forma terminar con aquella “democracia protegida” engendrada en los años de la dictadura y sostenida durante estos últimos veinte años.
El debate político e intelectual sobre el Chile del presente, se relaciona, entre otros aspectos, con aquello que el sociólogo Tomás Moulian denomina en su libro “Chile Actual, Anatomía de un mito” una “democracia sustantiva”, que garantizaba la reproducción del orden social basado en la propiedad privada, en las limitaciones de la acción colectiva de los trabajadores y en la tutela militar en política. En otras palabras, se trata de una “jaula de hierro”, constituida por dos elementos: “leyes políticas de rango constitucional, elaboradas entre 1977 y 1989, y un sistema de partidos, que se fue formando desde 1983. El objetivo de esta instalación es preservar al neocapitalismo de los avatares e incertidumbres de la “democracia protegida”, la última de sus apariciones y la más significativa, porque es la factual. La existente”.
La crítica de Moulian tiene como tema y problema de fondo, el tipo de “transición” desarrollada por la elite política, la cual se expresa en un pacto con los militares y el empresariado, donde se privilegiaron los consensos (un tipo de consenso) y acuerdos intra-elite, apostando por la desmovilización, la atomización de las organizaciones sociales y el control de las protestas.
[cita]Un informe de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-2006), señala que un sistema electoral es el mecanismo mediante el cual se transforman los votos en escaños, asimismo, constituye “una pieza clave en una democracia, ya que contribuye a definir las relaciones de poder entre distintos sectores de la sociedad”. Por lo tanto, el tipo de sistema electoral, está directamente relacionado con la legitimidad política que tiene un sistema democrático en un país.[/cita]
En vista de lo anterior, la crítica expresada al proceso de transición democrática desarrollado en la década del noventa del siglo pasado, tiene como una de sus principales manifestaciones una estructura democrática circunscrita a la “participación” de los ciudadanos vía sufragio, con un fuerte presidencialismo y asignándole a un Parlamento, “poco representativo”, la atribución desde y donde se puede deliberar o discutir los grandes temas de país; ignorando o bien dejando de la lado la importancia de otras particularidades culturales, políticas y sociales con importantes grados de responsabilidad, solidaridad e identidad.
Pero aquella crítica al sistema político-institucional, no es un hecho aislado; en los últimos años y cada vez que se da a conocer alguna encuesta o estudio de opinión, la clase política y sus instituciones aparecen con un alto porcentaje de rechazo y deslegitimación ante la opinión pública, siendo el Congreso una de las instituciones con mayor crítica por parte de la población.
Vinculado con aquello, situamos el tema del sistema electoral binominal. Al respecto, un informe de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso-2006), señala que un sistema electoral es el mecanismo mediante el cual se transforman los votos en escaño, asimismo, constituye “una pieza clave en una democracia ya que contribuye a definir las relaciones de poder entre distintos sectores de la sociedad”. Por lo tanto, el tipo de sistema electoral, está directamente relacionado con la legitimidad política que tiene un sistema democrático en un país.
De acuerdo al documento de trabajo de Flacso, el actual sistema binominal afecta -entre otros aspectos- la calidad de la representación en tres aspectos: en primer lugar, para los votantes, los resultados se transforman en predecibles, con lo cual va desincentivando la participación; en segundo lugar, al favorecer la consolidación de dos grandes bloques políticos, genera la exclusión de terceras fuerzas que puedan obtener algún escaño en el Congreso, con lo cual incrementan la apatía por participar, generando un alto número de votos inútiles; y en tercer lugar, la selección de candidatos desde arriba, desde las cúpulas partidarias, quienes seleccionan a los candidatos, incluso candidatos de regiones son designados desde Santiago.
Como consecuencia, y sobre la base de un discurso (la construcción de una determinada realidad) que apela al orden político y estabilidad institucional, se ha generado un sistema que es la representación de dos grandes bloques políticos (Derecha y Concertación), pero que al mismo tiempo se convierte en un mecanismo que excluye a otras sensibilidades, manifestaciones políticas y sociales, provocando con aquello, una importante y peligrosa desafección de los ciudadanos con las instituciones, la clase política y sobre todo con la calidad (prácticas) de la política, tan venida a menos en el último tiempo.
Por lo tanto, la disputa por el cambio del sistema binominal, no es simplemente la modificación de un sistema electoral por otro, sino que viene a constituir una demanda social que conlleva, al mismo tiempo, una lucha política por la construcción de un nuevo orden político, social y cultural más representativo y legítimo, para de esa forma terminar con aquella “democracia protegida” engendrada en los años de la dictadura y sostenida durante estos últimos veinte años.