El punto es saber que queremos como país y actuar en consecuencia. Ofrecer, no esperar a que ofrezcan, implica jugarse por la integración más allá de la visión neoliberal que reduce todo a resultados comerciales inmediatos, invirtiendo política y económicamente en sociedades de mayor o menor simetría con el vecindario.
Cualquiera diría que la Administración Piñera tiene mala suerte en la relación con el vecindario y sus alrededores. El resultado del diferendo sobre los límites marítimos con Perú se encadenará en los meses siguientes al destino de la presentación que hará Bolivia en tribunales internacionales, a las consecuencias de la reunión plenaria de la OEA en Cochabamba, a los efectos de la controversia entre Argentina e Inglaterra acerca de las Islas Malvinas y a una distancia con Brasil que si no congela a lo menos enfría, sobre todo después de la reunión del arco del Pacífico que se realizará próximamente en las alturas astronómicas de Antofagasta. ¿Se le apareció marzo al Gobierno?, así parece, aunque la fortuna no tiene mucho que ver en este complicado escenario, pues se trata de vacíos y contradicciones que hace tiempo pesan en nuestra política exterior, pero que ahora se hacen más evidentes cuando la derecha gobierna sola, sin un disfraz que oculte sus verdaderas preferencias, o de artilugios capaces de suplir con habilidad ajena sus profundas deficiencias.
Chile no puede seguir pensando que está rodeado de enemigos al acecho. Es necesario cambiar el punto de vista y dejar atrás un pasado superado ya en 1985 por los Acuerdos entre los Presidentes Raúl Alfonsín y José Sarney, que terminaron la rivalidad estratégica entre Argentina y Brasil en el Atlántico Sur y, con ello, el antiguo balance de poder en Sudamérica. ¿Se acuerda?, parece que esa ecuación que nos enseñaron en el colegio que se completaba con la alianza de Ecuador y Brasil ya no sirve, aunque tampoco es viable, conveniente o siquiera razonable su reemplazo por el apoyo de potencias extra regionales. Entonces, ¿estamos solos?, por cierto que no, pues usar la interdependencia y la integración con la región para proyectarnos hacia el mundo son una necesidad vital para nuestro país.
[cita]El punto es saber que queremos como país y actuar en consecuencia. Ofrecer, no esperar a que ofrezcan, implica jugarse por la integración más allá de la visión neoliberal que reduce todo a resultados comerciales inmediatos, invirtiendo política y económicamente en sociedades de mayor o menor simetría con el vecindario.[/cita]
Sin embargo, esta posición es contrastada por otra que nos entiende como una nación apenas conectada por obligación con un entorno lleno de amenazas, pues su verdadera vocación sería el comercio internacional, sobre todo con la próspera Asia. Tal espejismo desprecia las cifras reales de una economía demasiado pequeña, con apenas 17 millones de habitantes y 16.000 dólares de ingreso per cápita.
En realidad, estamos “condenados” a seguir siendo sudamericanos para siempre, por lo que debemos aprovechar esa condición y sacar provecho de ella. Ese es nuestro interés nacional, desprendiéndose de allí una política exterior que tome en cuenta el incremento del peso estratégico de Chile, para formular los objetivos, tareas e instrumentos que esta nueva posición requiere.
Por eso no es un error solidarizar con Argentina, ya que defiende una causa justa, donde la neutralidad es infecunda. Más bien, es necesario atreverse a participar en soluciones negociadas y mutuamente convenientes para las partes, jugando cartas como el vuelo LAN, Punta Arenas-Río Gallegos-Mount Pleasant, para abrir puertas, superar obstáculos en la relación bilateral e incrementar la capacidad de influir de un país que ya no cree en que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, por ser una lógica prescrita por los acontecimientos posteriores al conflicto de 1978.
El problema de fondo es que tenemos un déficit diplomático, tanto de diagnóstico como de gestión y planificación a largo plazo. Por ejemplo, se equivocan los que creen que la conversión de Brasil en una potencia mundial lo ha apartado de la región, o que nos distancian las diferencias ideológicas o que la Presidenta Dilma Rousseff prefiera los temas internos por sobre el ámbito internacional. Más allá del autoengaño, el problema real es la ausencia de afinidad en la política exterior, ya que Chile está fuera de la esfera de influencia brasileña y no hace nada importante por acercarse, puesto que sus intereses estarían en otro lugar (recordemos los comentarios del Presidente uruguayo en la Antártica, acerca de que a Piñera le importaba más el Asia Pacífico).
El punto es saber que queremos como país y actuar en consecuencia. Ofrecer, no esperar a que ofrezcan, implica jugarse por la integración más allá de la visión neoliberal que reduce todo a resultados comerciales inmediatos, invirtiendo política y económicamente en sociedades de mayor o menor simetría con el vecindario. Se echan de menos estrategias amplias, articuladas y en varios niveles que pongan en valor ese inmenso capital que significa contar con una extensa costa en el océano Pacífico, convirtiendo a Chile en una plataforma de servicios orientada a los mercados asiáticos, alternativa que resulta clave para el desarrollo nacional y en cuyo contexto se requiere solucionar temas pendientes como el de la mediterraneidad boliviana.
Esa apuesta es imposible de ganar sin Argentina, sin Bolivia, incluso sin la participación de Perú, aunque sea al mismo tiempo un competidor. Pero sobre todo es impracticable sin Brasil, proyecto conjunto que expresaría una relación sinérgica positiva, muy distinta a una Alianza del Pacífico que se levanta como muestra de la distancia política concreta que existe entre Santiago y Brasilia.
Para esto se requiere tener las cosas claras y el suficiente liderazgo para llevarlas a la práctica. Aunque, a lo mejor, en la hora presente, eso es pedir demasiado.