Una de las preguntas de la encuesta consistía en que el entrevistado expresara las tres primeras palabras que se le vienen a la cabeza con el término homosexual. Un primer análisis de contenido mostró que el 48% de las palabras referían a la homosexualidad como una enfermedad, que implica relaciones sociales negativas. Términos que se repetían constantemente eran “anormal”, “asco”, “asqueroso”, “cochino”, “degenerado”, “sucio”, “maricón”, “enfermo”, “hueco”, “raro”.
La sobrecogedora muerte del joven Daniel Zamudio ha causado un fuerte impacto en la opinión pública. La brutalidad y la crueldad del crimen ha concentrado la atención de la prensa y de la esfera pública nacional. El impacto puede durar semanas en la conversación social y ésta podrá girar en varios puntos, pero quizás evadir el más importante de ellos.
En efecto, el debate probablemente se focalizará en los perpetradores del crimen. En sus características psicológicas y sociales, en sus motivos y formas de proceder, y en el transcurso del juicio, las penas que se esperan. Como normalmente procede la prensa, se enfocarán en sus procedencias, o en sus trayectorias educacionales, y lo más probable, se busque desentrañar cómo se componen los grupos neo-nazis y sus dinámicas en Chile para abrir un debate sobre la forma en cómo se organizan estos grupos que despiertan de vez en cuando el resquemor público.
[cita]Una de las preguntas de la encuesta consistía en que el entrevistado expresara las tres primeras palabras que se le vienen a la cabeza con el término homosexual. Un primer análisis de contenido mostró que el 48% de las palabras referían a la homosexualidad como una enfermedad, que implica relaciones sociales negativas. Términos que se repetían constantemente eran “anormal”, “asco”, “asqueroso”, “cochino”, “degenerado”, “sucio”, “maricón”, “enfermo”, “hueco”, “raro”.[/cita]
Es posible también que el debate se concentre en la víctima y como ella representa a los homosexuales discriminados en la sociedad chilena. Se reflexionará sobre su biografía y todas las expectativas que tenía a futuro, sobre el soporte que encontró en muchos de sus cercanos para vivir una vida normal, y sobre el entorno que lo discriminaba por su identidad sexual. En este sentido, ilustrará el sufrimiento de muchos que portan el peso de llevar una identidad diferente al resto. Aquí se oirá el coro de los movimientos sociales y quizás de algunos políticos apelando por nuevas leyes y un trato justo a las minorías sexuales.
Sin embargo, estos aspectos apuntan sólo en parte al problema de fondo que debe concernir al debate público: socialmente el hecho no pertenece sólo a la relación perpetradores–víctima, sino a una cultura que en buena parte soporta representaciones y prácticas de discriminación contra los homosexuales.
En el año 2009, bajo el alero de la investigación del Informe de Desarrollo Humano “Género: los desafíos de la igualdad”, se realizó la encuesta nacional de opinión pública PNUD (3.150 casos). Una de las preguntas de la encuesta consistía en que el entrevistado expresara las tres primeras palabras que se le vienen a la cabeza con el término homosexual. Un primer análisis de contenido mostró que el 48% de las palabras referían a la homosexualidad como una enfermedad, que implica relaciones sociales negativas. Términos que se repetían constantemente eran “anormal”, “asco”, “asqueroso”, “cochino”, “degenerado”, “sucio”, “maricón”, “enfermo”, “hueco”, “raro”.
En términos más generales, la mitad de la población muestra una representación negativa o simplemente de patente homofobia. Si la muerte de este joven debe tener una significación pública mayor, el debate debe concentrarse en una cultura —en su conjunto— impregnada de prácticas de discriminación, desde la ironía callejera hasta la violencia en su grado más extremo.
En efecto, la gran mayoría de la población a través de sus representaciones, innumerables bromas, o directamente a través de prácticas de discriminación que transcurren en los colegios, calles, trabajos, avalan una violencia simbólica contra los homosexuales. Es más, innumerables representaciones —en parte avaladas por partidos políticos y confesiones religiosas— todavía tratan la homosexualidad como una enfermedad. En este sentido, causa perplejidad o simplemente irritación ver un duelo colectivo tan expandido cuando la sociedad expresa un nivel tan alto de homofobia.
Por lo tanto, el debate colectivo puede perder sustancia en profundizar en la biografía frustrada de la víctima, en la “banalidad del mal” de cuatro brutos, o en el posible resurgimiento de grupos neo-nazis. Qué duda cabe, el problema mayor no es el neo-nazismo en este caso. El tema es una cultura que en sus representaciones y prácticas avala soterradamente la discriminación contra los homosexuales.
La crueldad y su expresión siniestramente violenta evidenciada en la golpiza contra Daniel Zamudio es su peor cara, pero forma parte del mismo fenómeno.
Es evidente que se encontrará una responsabilidad penal sobre el hecho y se sabrá quién y cómo se asesino a Daniel Zamudio. Y si el debate prospera, quizás, se emprendan investigaciones para profundizar más en las dinámicas de violencia que transcurren en la sociedad. Una ley podrá llevar el nombre de la víctima y quizás se atiendan a los recursos y a los mecanismos institucionales para que esa ley cumpla su objetivo. Pero faltará un debate más intenso sobre las causas culturales y simbólicas que legitiman diversas prácticas de violencia contra los homosexuales, para poder realmente saber que rol juega la cultura en la muerte de Daniel Zamudio.