La obstinación extemporánea de parámetros normativos ‘heredados de lo divino’ está en la base del contrasentido entre la valoración del individuo y las barreras a su reconocimiento.
Es curiosa la contradicción que existe en nuestro país entre la creciente reverencia que mostramos al individuo y la emancipación que trae el ser ‘modernos’, y la persistente influencia de normas colectivas, que podríamos tildar de ‘tradicionales’.
Es a partir de esta paradoja que nos encontramos en el extraño sitial de ser uno de los países latinoamericanos con más altos índices de desarrollo humano de la región, a la par de una extendida falta de reconocimiento -de estatus, dignidad y respeto- de amplios espectros de la ciudadanía. En parte, esto es porque también estamos entre las sociedades más pertinaces en lo valórico.
Hay varios ejemplos de esta contradicción. Uno de los más evidentes está dado por la reciente discusión sobre la ley antidiscriminación. La oposición a esta ley se ha concentrado en que presenta un riesgo al orden familiar tradicional, en tanto el artículo segundo de la ley incluye la orientación sexual e identidad de género entre los motivos que pueden dar pie a la discriminación arbitraria.
[cita]La obstinación extemporánea de parámetros normativos ‘heredados de lo divino’ está en la base del contrasentido entre la valoración del individuo y las barreras a su reconocimiento.[/cita]
Voces conservadoras se han apurado en ver en ella un subterfugio para la introducción del matrimonio homosexual -que temen, tendría cabida en la protección de la ley. La igualmente rápida respuesta de quienes la promueven, asegura la inmutabilidad de la definición del matrimonio como institución heterosexual -la ley antidiscriminación no se contradice con el código civil, tranquilizan. El parámetro del debate se ha centrado, entonces, allí: ¿abre o no abre esta ley, una puerta al matrimonio gay?
El espacio de discusión está en este caso, como en la mayoría de los temas ‘valóricos’ en nuestro país, firmemente enquistado en una visión de mundo, hegemónica, que se nutre de valores tradicionales-religiosos. Esta visión puede ofrecer protección para aquellos que ella misma discrimina al no reconocerlos, sin ser desestabilizada. Paralelamente, la individualización ha implicado precisamente la posibilidad de un alejamiento de las certezas normativas del conjunto, incluyendo los valores “tradicionales”.
El resultado de esta paradoja es una mezcla sui generis que se manifiesta en las incoherencias de la sociedad chilena, ubicada a medio camino entre el desarrollo jaguar y su posición entre los últimos países en legalizar el divorcio; en borrar distinciones entre hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio; en ser uno de los pocos en no considerar la legalidad del aborto terapéutico; y en no sólo no liderar, sino que rápidamente rezagar en el debate sobre estructuras familiares diversas. La obstinación extemporánea de parámetros normativos ‘heredados de lo divino’ está en la base del contrasentido entre la valoración del individuo y las barreras a su reconocimiento.
Porque ¿no significa la emancipación también la autonomía para decidir la vida que cada cual considere aceptable y digna? La discusión democrática no tiene su origen en la afirmación o negación de la tradición, sino que en la aceptación de definiciones diversas, y de asegurar la participación en igualdad de condiciones. La garantía de que visiones distintas, y a veces contradictorias, de organizar lo público y lo privado, lo institucional y la intimidad sean reconocidas, es parte central del rédito del desarrollo. Así, el matrimonio puede ser para algunos, la unión con fines reproductivos entre un hombre y una mujer, para otros, un compañerismo sin fines de procreación hetero u homosexual, para otros, una sociedad con fines simbólicos, etcétera.
El gran ausente de los debates en nuestro país es el principio de validez de las concepciones de vida de cada cual y garantía de marcos institucionales de participación igualitaria, que son los que constituyen el respeto, la dignidad y autonomía de los individuos. Lo incoherente de los debates valóricos en la sociedad chilena está en la celebración de la autonomía individual con límites en la tradición.