De pronto, esta señora y sus vecinos han comprendido el drama de Chile. Han perdido, como diría Pessoa, la inconsciencia y se han dado cuenta de algo que siempre estuvo ahí: que en nuestra democracia la autoridad política tiene oídos muy sensibles para escuchar a unos pocos —los que suelen reunirse en ICARE, ENADE y en otros lugares siempre tan lejos de Pelequén—.
La imagen fue sencillamente notable. A plena luz del día, una señora que pareciera haber dejado por un rato la preparación del almuerzo —y las ollas lanzando vapor a todo dar—, declara en televisión que nadie los ha escuchado, ni nadie ha mostrado el más mínimo interés por largo tiempo en solucionar el problema que les ha arruinado la apacible vida cotidiana de su pueblo —Pelequén—.
Y entonces, ante la desidia e indiferencia de las instituciones por su drama —pequeño para todos el resto, gigante para sus afectados— esta señora y otros ciudadanos como ella, deciden que la solución de sus problemas está más cerca de ellos de lo que siempre pensaron.
Se lanzan, entonces, a la calle. La reacción del Gobierno —torpe como elefante en cristalería— es siempre la misma: Fuerzas Especiales y represión.
Pero eso —la represión— es un detalle ínfimo de la escena. Lo trascendente es que, de pronto, esta señora y sus vecinos han comprendido el drama de Chile. Han perdido, como diría Pessoa, la inconsciencia y se han dado cuenta de algo que siempre estuvo ahí: que en nuestra democracia la autoridad política tiene oídos muy sensibles para escuchar a unos pocos —los que suelen reunirse en ICARE, ENADE y en otros lugares siempre tan lejos de Pelequén—.
[cita]Paradojas del destino —crueldad diría más bien uno de sus filas— es que haya sido Piñera y su gobierno de derecha el que haya logrado, sin intención por supuesto, y con una cuota de torpeza que recordaran los libros de historia, hacer despertar a tanto pelequenino que hay en Chile. Como parece obvio, el método Pelequén, ha llegado para quedarse.[/cita]
Para el resto, la mayor partede los ciudadanos, sólo queda el “canal regular”.
Y entonces, perdida la inocencia, viene la calle.
Es la clave del método Pelequén. O del método Aysén. O del método de los estudiantes. Es que, en rigor, el nombre da lo mismo. Lo que importa es la idea que subyace: los chilenos al fin se han percatado que las decisiones que los afectan pueden estar más cerca de ellos, que por un momento, y siempre en la calle, las instituciones se mueven como no lo hacen nunca por los eternos y burocráticos caminos del “canal regular”.
Y la duda es, entonces, si aparte de eficaz, el método Pelequén es razonable.
Por de pronto, la protesta no sólo no es ilegal, sino que constituye un derecho especialmente relevante en sociedades democráticas. Tiene cobertura jurídica: es manifestación de la libertad de expresión y del derecho de petición —ambos consagrados incluso en la Constitución del 80—.
Y además, es plenamente democrático. La democracia es votar, pero muchas cosas más, especialmente hacer ver a sus autoridades que no están haciendo bien su trabajo.
Y esa participación no electoral, una cuya manifestación más visible es la protesta, se encuentra especialmente justificada en Chile por una razón evidente: un sistema electoral donde la voluntad de los electores queda gravemente distorsionada —y que fue diseñado por la dictadura expresamente para ese resultado—, que da como resultado que un tercio de los chilenos logra que su opinión pese igual que la del resto.
Y no solo es legal, es especialmente legítimo. En una sociedad escandalosamente desigual, una forma potente de corregir el también desigual y escandaloso acceso a las decisiones políticas, es el ejercicio vigoroso de la protesta.
¿Cómo explicar, entonces, que los canales regulares le funcionaron tan bien al ciudadano Paulmann que consiguió que todo el aparataje institucional se pusiera a su servicio para cumplir su sueño de “señor de las torres” y que a los ciudadanos de Aysén esos mismos canales no le funcionaran durante veinte años?
Ahí aparece, con toda su dignidad, la protesta.
¿Es razonable ahora que cualquier grupo o sector de la población que tiene una demanda a la institucionalidad política enfile hacia a la calle?
Por supuesto que no. La protesta siempre será legal pero no necesariamente siempre tendrá justificación política. En sociedades democráticas donde el sistema político tiene multiples canales de expresión y donde la voluntad mayoritaria no está gravemente desfigurada —ninguna de esas dos condiciones se da lamentablemente en Chile— la legitimidad de la protesta disminuye considerablemente.
Paradojas del destino —crueldad diría más bien uno de sus filas— es que haya sido Piñera y su gobierno de derecha el que haya logrado, sin intención por supuesto, y con una cuota de torpeza que recordaran los libros de historia, hacer despertar a tanto pelequenino que hay en Chile.
Como parece obvio, el método Pelequén, ha llegado para quedarse.