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Las pataletas de Bellolio

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En la crítica de Bellolio uno percibe que le molesta que Allamand haya construido su vida política a través de partidos políticos. Pero olvida que, por impopular que parezca, ello asegura un cauce institucional para la participación ciudadana, el que va más allá del favoritismo que puedan arbitrariamente dispensar los caudillos o quienes entienden la política como una empresa individual.


En su última columna, Cristóbal Bellolio postula que un gobierno de Allamand sería una barrera de entrada para los jóvenes, y que preservaría el status quo protegiendo a la vieja guardia. En lo personal, creo que se trata de pataletas de un Bellolio que ya no es tan cabro chico ni tan joven.

Una primera reflexión que me viene, es que Bellolio reclama que nuestra generación necesita una voz, pero no nos dice quién encarna esa voz (aunque uno percibe que él sería LA voz). Y en lo tocante a la elección presidencial, no nos quiere decir todavía quién es SU voz, pues le significaría un compromiso con mucha antelación. Imagínense, ¡Bellolio comprometiéndose a dos años plazo!

Bellolio espera que averigüen dónde vive y luego le manden una invitación a la casa. Por cierto, la invitación debe ser nominativa, aunque endosable (por si acaso). Lo que enoja al columnista, en realidad, es que esa carta no le ha llegado, y no que los jóvenes no hayan tenido espacio en los diversos lugares en que ha participado o militado. En efecto, la frustración de Bellolio viene más bien de que ve barreras de entrada en todos lados. Así sucedió cuando, primero, los gremialistas de su generación no le aseguraron que presidiría el CADE UC y, luego, el piñerismo (del que fue activo militante) no le aseguró que sería… ¿todo?

De otro lado, Bellolio insinúa, no solo en su columna, que la juventud es una especie de garantía de democracia y participación. Por el contrario, lo que es garantía de ello es lo que cada político va sembrando, es su pasado el que permite concluir quiénes son y quiénes serán en el futuro. Y lo cierto es que, al margen de la edad que haya tenido Allamand en los distintos hitos de su carrera política, siempre ha desafiado el status quo y a la clase política en general, y se ha rodeado permanentemente de gente e ideas jóvenes. Todo esto, sin esperar ni recibir invitación.

[cita]Bellolio tiene una actitud propia de columnista hacia la política activa. Piensa que los partidos y los dirigentes debieran atropellarse por solicitar su concurso, y todos los días revisa su correo y se sorprende con que no le ha llegado la invitación. Pero en la política los espacios se ganan, y tal como no pueden heredarse ni conservarse ad eternum, tampoco se reclaman invocando méritos todavía no probados.[/cita]

Veamos algunos ejemplos. Allamand, antes de cumplir la edad de Bellolio, ya había delineado con claridad el político que luego sería. A los 17 años fue el primer candidato de la centroderecha a la FESES (1972). Luego, a los 27 años se convirtió en Presidente de Unión Nacional (1983). Y, lo más relevante y osado, a los 29 años fue articulador y firmante del histórico Acuerdo Nacional (1985). En otras palabras, Allamand desafió a Pinochet, con éxito, cuando todavía era más joven que Bellolio.

Todo ello, Allamand no lo hizo porque era joven, sino por convicciones profundamente democráticas. De hecho, ya mayor que Bellolio, siguió esa línea en todas sus decisiones, incluso pagando altos costos políticos. Allamand desafió firmemente a los poderes fácticos y pujó por reformar una Constitución que todavía tenía enclaves autoritarios. Luego, entendió que el país requería la necesidad de acuerdos transversales, que la Concertación requería ayuda para gobernar y, más tarde, que la misma estaba fatigada y que era necesario derrotarla en las urnas.

Pero no se detuvo ahí. Bellolio, sin duda un liberal, no recuerda que fue Allamand quien luchó por legalizar en Chile la unión civil entre los homosexuales, y que ello ocurrió hace solo dos años atrás. Tampoco recuerda que, ya como ministro, ha promocionado firmemente las primarias en la centro derecha, insistiendo en que el candidato presidencial no puede elegirse a dedo ni por encuestas. De hecho, ha explicado con claridad que son las primarias las que le permiten a los candidatos hablarle a los jóvenes que defiende Bellolio, tal como ocurrió con Obama, quien pudo mirar a los jóvenes a los ojos y derrotar a una Hillary que, si de encuestas se trataba, era imbatible.

Además, en la crítica de Bellolio uno percibe que le molesta que Allamand haya construido su vida política a través de partidos políticos. Pero olvida que, por impopular que parezca, ello asegura un cauce institucional para la participación ciudadana, el que va más allá del favoritismo que puedan arbitrariamente dispensar los caudillos o quienes entienden la política como una empresa individual. Por lo demás, el hecho que Allamand sea un hombre de partido no lo ha privado de pujar con firmeza para que la participación y la democracia se impongan en Renovación Nacional, al punto que, precisamente para abrirle la cancha a los jóvenes, ha sido el motor de la futura reforma de sus estatutos.

El error de Bellolio es que se confunde de adversario, pues la centro derecha es su casa. En efecto, sin perjuicio de que ha recorrido prácticamente todos los colores políticos, cuando uno lee a Bellolio logra desentrañar que la propuesta más abierta, aquella donde los jóvenes como él sí tendrán un espacio y una cancha, es justamente la que empieza a perfilar Allamand. En otras palabras, Bellolio critica la alternativa que, de seguro, valoraría con más fuerza los aportes que podría hacer. Pero cabe advertir que, si bien la centro derecha es la casa de Bellolio, no es un traje a su medida.

Bellolio tiene una actitud propia de columnista hacia la política activa. Piensa que los partidos y los dirigentes debieran atropellarse por solicitar su concurso, y todos los días revisa su correo y se sorprende con que no le ha llegado la invitación. Pero en la política los espacios se ganan, y tal como no pueden heredarse ni conservarse ad eternum, tampoco se reclaman invocando méritos todavía no probados. Mucho menos se logran pataleando y reclamando, una y otra vez, porque “los mayores” no lo han llamado para entregarle lo que, hasta ahora, no ha obtenido por sí mismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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