A Bachelet la ciudadanía le perdonó la implementación de una política fallida como el Transantiago (y eso que la sufren cada día) y el mal manejo posterremoto de un gobierno que estaba más preocupado de cerrar la puerta y apagar la luz. Pero en un próximo período no le perdonará que no implemente los cambios fundamentales que la ciudadanía organizada ha venido demandando y que ya se empiezan a vislumbrar como temas de campaña de la próxima competencia por la primera magistratura.
La asertividad del Presidente del PPD, Jaime Quintana, tras el Consejo General en que se aprobó por unanimidad el voto político de apoyo a una eventual candidatura de Michelle Bachelet a la presidencia de la República, lo dice todo: el partido que tuvo un origen instrumental y que hoy busca que la Concertación vire a la izquierda, simplemente no podía tener una acción distinta que sumarse a la figura que tiene más potencial el 2014, porque las ansias de volver al poder pueden más que un proyecto alternativo que implica abandonar un terreno conocido.
Más aún tras la desmejorada imagen en la que quedó la facción del girardismo, después de que las malas prácticas y el clientelismo de su líder quedaran en evidencia por la denuncia (después de seis años) del ex ministro de Hacienda, Andrés Velasco, en el marco de su campaña presidencial antipartidos, lo que contribuyó a que el PPD se apurara en cuadrarse con Bachelet.
El propio Quintana previo al Consejo General ya había sacado la calculadora al reconocer en una entrevista televisa que si tuviera que elegir entre un potencial Frente Amplio de Izquierda con partidos y movimientos extra-Concertación, y la Concertación detrás de Bachelet, no dudaría en quedarse con esta última. Lo demás es un affaire, pero —al final— parece que los papeles matrimoniales son los que mandan.
El acercamiento a los movimientos y actores sociales que emprendió Girardi con miras a liderar un movimiento de izquierda que supere y amplíe la Concertación, a la luz de la definición del Consejo General de su partido parece tener un carácter tan instrumental como el origen del PPD antes del plebiscito del 88. Si les dieron la espalda durante 20 años e, incluso, la Concertación actúo como un tapón de las demandas sociales, la pretendida ampliación no se visualiza si no es respondiendo al pragmatismo de una candidatura que puntea en las encuestas como la de Bachelet.
[cita]A Bachelet la ciudadanía le perdonó la implementación de una política fallida como el Transantiago (y eso que la sufren cada día) y el mal manejo posterremoto de un gobierno que estaba más preocupado de cerrar la puerta y apagar la luz. Pero en un próximo período no le perdonará que no implemente los cambios fundamentales que la ciudadanía organizada ha venido demandando y que ya se empiezan a vislumbrar como temas de campaña de la próxima competencia por la primera magistratura.[/cita]
La aspiración del PPD a generar una suerte de Frente Amplio de Izquierda al estilo uruguayo, desconoce la naturaleza de las relaciones con las organizaciones sociales y políticas que se vienen construyendo en ese país desde el setenta, muy distintas a la realidad de la sociedad civil chilena, hoy indignada con la clase política y con el modelo económico y de representación política.
Que el cónclave entre la Concertación y otros partidos o movimientos de oposición como el MAS o el MAIZ se haya suspendido a solicitud de radicales y comunistas, que cuestionaron la falta de claridad de los objetivos y que el llamado se realizara desde la Concertación, generando la molestia del eje DC-PS, es una muestra más de la contraposición de visiones de los socios de la otrora coalición más exitosa en la historia de Chile y que hoy sólo están unidos por las ansias de volver al poder con Bachelet. Las mismas que los hicieron ratificar la continuidad de la Concertación casi por defecto y sin el postergado debate de fondo, en la reunión ampliada a la que convocó Escalona y que incluyó a parlamentarios.
Asimismo, la pugna entre autoflagelantes y autocomplacientes arrastrada desde los tiempos de Frei, que tuvo un revival con el round Girardi-Velasco y con la carta que estos últimos plantearon “De cara al futuro”, en la que lobbistas como Tironi o Correa, defendieron el eje centro-izquierda (tal vez aterrados con el fantasma de los tres tercios), está lejos de resolverse al interior de la Concertación.
Definido como un partido de izquierda, democrático, progresista y paritario, en su Consejo General el PPD se convenció del liderazgo de Bachelet como el más capacitado para unir a toda la oposición tras una agenda de transformaciones que tenga en su centro la lucha contra la desigualdad, seguramente sin restarse del cálculo que están haciendo todos los partidos de la Concertación para apoyar a Bachelet.
Probablemente, las respectivas movidas de los integrantes de la Concertación —incluidos intentos por ampliarla a la izquierda y candidaturas presidenciales sin grandes perspectivas de apoyo popular—, no sean más que ejercicios para marcar territorio y tener mayor participación en la correlación de fuerzas al interior de la Concertación en un nuevo período presidencial.
Tal como ocurrió con la DC, el PPD también recibió una carta con remitente de Nueva York en que la ex Presidenta Bachelet le reconoce la capacidad que ha tenido de “poner temas e iniciar discusiones que el país había tardado tiempo en planteárselos” y que “los cambios que Chile está buscando, las demandas de los chilenos y chilenas que vemos a diario, requieren de un diálogo franco entre los diferentes actores”.
Con sus misivas, primero a la DC y luego al PPD, Bachelet no sólo ha dado señales de que ya tomó su decisión de emprender la carrera presidencial, sino también de los primeros pincelazos de un programa presidencial que cuida al centro político representado en la flecha roja, pero, además, hace un guiño al progresismo intra y extra-Concertación. Un paraguas afirmado por la ex Presidenta donde todos caben.
Si a la DC le pidió apoyar una “verdadera reforma tributaria” y reformas políticas para alcanzar una democracia cada vez más legítima (tal vez considerando su capacidad de llegar a acuerdos con RN en ese tema), al PPD lo insta a generar un diálogo con otros actores y a plantear ideas concretas e innovadoras. A cada cual le da su misión.
Uno a uno los partidos de la Concertación se irán cuadrando detrás de la figura de Bachelet: el PPD acaba de hacerlo al desechar la potencial precandidatura de Lagos Weber y respaldar la de la ex Presidenta, a pesar de las intenciones de la nueva directiva de izquierdizar a la coalición de partidos por la democracia.
El PS se ha mantenido firme en su defensa del “eje histórico” con la DC, alejándose del progresismo y constituyéndose en el principal escudero del centro político, ese que Carlos Larraín busca con esmero al impulsar un acuerdo de reformas políticas con la falange y oponerse a proyectos de gobierno (como el sueldo mínimo) para diferenciarse de la UDI, la que va quedando cada vez más aislada.
El afán de la Nueva Izquierda —facción a la que pertenece la disciplinada Bachelet— por mantener las aguas calmas en miras a un próximo gobierno de la Concertación para asegurar la gobernabilidad en la antigua lógica de los consensos, encontró en Escalona un negociador del diálogo con el gobierno, que no fructificó por las críticas del PPD y porque La Moneda terminó reculando con la posibilidad de impulsar reformas políticas; y en Andrade, con el oficialismo en la discusión del sueldo mínimo, desconociendo un acuerdo del PS, lo que le costó la eventual renuncia al partido del diputado Marcelo Díaz, que ya había dejado la vicepresidencia junto con Rossi, acusando a la dirección no respetar la democracia interna y de tener una lógica de pensamiento único.
Por su parte, la DC terminará apoyando la candidatura de Bachelet y sólo está ganando tiempo al decidir en su Junta Nacional postergar la definición de su candidato/a presidencial hasta las primarias abiertas en marzo del próximo año. El “Príncipe” que dirige a la DC, Ignacio Walker, ha sostenido que una alianza de izquierda contribuiría a ahuyentar el voto de centro y a los sectores medios, lo que constituiría un verdadero subsidio a la derecha, seguramente recordando que la Internacional de la DC no logra entender cómo la DC chilena se ha podido aliar con la izquierda.
Asimismo, sacrifica a sus “marcas propias” como Claudio Orrego y Ximena Rincón para mantener sus buenas relaciones con el PS, tal vez en el convencimiento de que el propio Walker no será candidato presidencial. Y hasta tuvo que asistir a la ceremonia de homenaje a los 104 años del natalicio de Allende para conseguir el perdón de los socialistas, después de que Aylwin unas semanas antes lo había calificado como “mal político”, asegurando que “Allende nos pertenece a todos”.
Al único de los partidos de la Concertación que no le llegó carta en su consejo general, fue al Partido Radical Social Demócrata, probablemente porque ha tenido la “osadía” de levantar una precandidatura propia del senador José Antonio Gómez, quien ha dado por muerta a la Concertación más de una vez, y de proponer reformas radicales como la Asamblea Constituyente.
El PC, por su parte, tras lograr un pacto por omisión con la Concertación para alcaldes y un acuerdo de concejales con el PPD y los radicales, también hace sus cálculos al acercarse al paraguas que ofrece Bachelet. Aunque han condicionado su apoyo a dicha candidatura a un programa que recoja sus principales reivindicaciones, desde la izquierda se le critica su excesivo pragmatismo al aproximarse tanto a la Concertación como si ya fuera uno de ellos.
Al seguir la ruta de las cartas que Bachelet ha enviado al PPD, a la DC y antes a Camilo Escalona cuando asumió la Presidencia del Senado —en que lo mandataba a buscar los consensos—, todo indica que efectivamente la Concertación ya no se rompió —como sostiene satisfecho el férreo defensor del eje histórico, Osvaldo Andrade—, pero no por la convicción en el ideario o proyecto político de la coalición, sino porque son demasiadas las ansias de volver a La Moneda.
¿A qué?, es lo que se empieza a vislumbrar en esas mismas misivas: reformas políticas, reforma tributaria, educación pública, todos temas por los que los actores y movimientos sociales se han volcado a las calles en el último tiempo, al no encontrar mecanismos institucionales que articulen sus demandas, labor que por excelencia corresponde a los partidos políticos en un sistema democrático y que éstos no han sido capaces de desarrollar.
A Bachelet la ciudadanía le perdonó la implementación de una política fallida como el Transantiago (y eso que la sufren cada día) y el mal manejo posterremoto de un gobierno que estaba más preocupado de cerrar la puerta y apagar la luz. Pero en un próximo período no le perdonará que no implemente los cambios fundamentales que la ciudadanía organizada ha venido demandando y que ya se empiezan a vislumbrar como temas de campaña de la próxima competencia por la primera magistratura.