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La izquierda y la edad de la aceleración

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Robert Funk
Por : Robert Funk PhD en ciencia política. Académico de la Facultad de Gobierno de la Universidad de Chile
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Si bien la elección del 2010 (y más aun, las movilizaciones sociales) han inspirado cierta reflección y golpes de pecho, la Concertación no ha vivido el tipo de derrota que realmente lleva a una renovación como la que vivió en la década de los 70 y 80.


En su última columna Carlos Peña concluye que al girar hacia el centro durante la así denominada ‘renovación’, la ideología de la izquierda en general, y del Partido Socialista en particular, se diluyó tanto que ya ni ellos mismos saben para qué están, o qué le ofrecen al electorado. Como consecuencia, dice Peña, la izquierda no solamente no ha encontrado una respuesta para su dilema electoral, sino que ni siquiera cuál es la pregunta.

Luego de dos décadas en el poder, sin embargo, es difícil pedirle a un partido, o a un conjunto de partidos, que se reorganice política, programática e ideológicamente en sólo dos años y medio. La última vez que la izquierda tuvo que enfrentar una derrota fue en 1973, después del cual emprendió un largo camino de debate y división, en un contexto infinitamente más negativo, pero sin tener que preocuparse de elecciones en el corto plazo. El proceso duró casi dos décadas. Es razonable suponer, entonces, que esto tenga para rato.

Pero esta vez hay un condicionante que complica aun más las cosas, y que no afecta solamente a la izquierda, sino a toda la clase política (y el resto de la sociedad). Es que estamos viviendo en lo que el premio Nobel y académico de la Universidad de Toronto, John Polanyi, llamó “la edad de la aceleración”.

[cita]Si bien la elección del 2010 (y más aun, las movilizaciones sociales) han inspirado cierta reflexión y golpes de pecho, la Concertación no ha vivido el tipo de derrota que realmente lleva a una renovación como la que vivió en la década de los 70 y 80.[/cita]

Polanyi se refiere, por supuesto, a la velocidad cada vez más precipitosa de la evolución de la tecnología, que nos afecta en todo, desde el cambio climático hasta las demandas de los niños por nuevos juegos. La velocidad del cambio —a través de las transacciones computarizadas— ha contribuido a las crisis económicas. La rapidez con la que se acelera la sociedad presenta un tremendo desafío para la educación: jóvenes y no tan jóvenes encuentran que el mercado laboral, al entrar a un sistema educacional, es muy distinto al que enfrentan, endeudados, cuando salen. Un gráfico publicado recientemente en TheEconomist indica que el 23% de los productos y servicios producidos desde el nacimiento de Cristo fueron producidos entre 2001 y el 2010.

Y por supuesto, esta aceleración es un tremendo desafío para la política. Curiosamente, no son los sistemas que no funcionan los que se ven más afectados, sino que los más establecidos, o institucionalizados. Las instituciones están genéticamente diseñadas para cambiar lentamente, y Chile, desde siempre, ha tenido un sistema altamente institucionalizado. Históricamente esto fue visto como algo bueno, tal vez lo que más nos diferenciaba de muchos de nuestros vecinos.

Más recientemente, se institucionalizaron reglas formales en una constitución política, e informales en algo que llamábamos Transición. De hecho, según Douglas North, las instituciones informales, y las limitaciones o restricciones que imponen, pueden ser aun más persistentes en el tiempo que las formales. El cambio está restringido precisamente por esas restricciones informales. Las instituciones formales permiten un cambio gradual e incremental, cuando a) las instituciones informales lo alimentan, y b) cuando entran nuevos actores que ven que los costos de cambio son menores que los beneficios del mismo.

La literatura nos enseña que las instituciones informales son particularmente fuertes cuando las instituciones formales son fuertes, cuando se retroalimentan. Es precisamente el caso chileno. El sistema binominal, por ejemplo, apacigua los costos de resistir el cambio, porque hace que la política no sea un juego de suma cero. Por lo menos en la política parlamentaria, lo que en otros países llamarían ‘perder’, aquí llamamos ‘segunda mayoría’. De esta forma, si bien la elección del 2010 (y más aun, las movilizaciones sociales) han inspirado cierta reflección y golpes de pecho, la Concertación no ha vivido el tipo de derrota que realmente lleva a una renovación como la que vivió en la década de los 70 y 80.

La edad de la aceleración exige el cambio rápido, y las instituciones cambian lentamente, y sólo cuando se les presentan los incentivos adecuados. En Chile, es la misma institucionalidad, a través del binominal entre otros, la que reduce esos incentivos. Viva el cambio.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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