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Por qué Bachelet no será candidata en 2013

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Adolfo Castillo
Por : Adolfo Castillo Director ejecutivo de la Corporación Libertades Ciudadanas
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Aun cuando la ex Presidenta Bachelet ha dado señales de estar dispuesta a enfrentar una nueva contienda electoral, sea por presiones de sus fervorosos seguidores que anhelan regresar a Palacio tras un largo desalojo, o por creer que el bien de Chile está primero, en rigor existen preocupantes señales que en su intimidad debe estar evaluando fríamente.

Ese realismo, que a final de cuentas la ha llevado a altos cargos internacionales, terminará aconsejándole que es mejor pasar a la historia como una buena y recordada mandataria, antes que cargar con las responsabilidades de una eventual tragedia gubernamental.

¿Cuáles son esas señales premonitorias de un escenario político crítico de cara a un nuevo gobierno de recomposición concertacionista? Para fines analíticos han de distinguirse dos procesos en curso que impactarán catastróficamente en un eventual retorno de Bachelet: por un lado, el caos que enfrenta lo que queda de la Concertación, donde las fracciones en tensión comienzan a tomar posiciones, dejando al descubierto dos cuestiones relevantes. Por un lado, el grupo PS–PDC representa a las fuerzas conservadoras y/o hegemónicas de la sociedad, dueñas de parte del capital económico y de amplios dispositivos de disciplinamiento socio-cultural, y desde luego, abiertamente opuestas a las ideas de cambio modélico que las prive o intente mermar los enormes beneficios que han obtenido del capitalismo fuera de control que padece la mayoría social del país. No se trata de un tema valórico o de principios, es simplemente pragmatismo y realismo. Es la política desnuda a la que se ve arrastrada la fracción socialista que lidera Escalona. Por otro, una fracción que ha sido incapaz de liderar el proceso de cambio democrático y por el que lucharon y que se resignó por casi 20 años a vivir del Estado y de la administración de un orden que en apariencia execran. Hoy se atreven a levantar la voz tenuemente y a desafiar a los gerontes y la nomenclatura, tardíamente sí y con escasas opciones de reencontrarse genuinamente con el pueblo, con el que solo se han relacionado clientelarmente como lo apuntó certeramente Velasco.

Un segundo proceso tiene lugar en la sociedad civil, en el pueblo digamos. Se ha llegado al fondo de la crisis no sólo de representación, esa ya tiene algunos años. Se trata de una crisis más profunda y apunta al sentido de Chile y a su viabilidad histórica. Es una crisis política y cultural cuyos perfiles se perciben en medio del creciente movimiento social que tiene lugar en innumerables zonas del país y de modo específico, es elocuente en la nueva generación que emerge y pone en jaque las fosilizadas estructuras de poder del orden dictatorial que continúan oprimiendo a las viejas generaciones. Las energías que están naciendo en ese nuevo espacio cultural juvenil, se orientan en un sentido opuesto a las de conservación y es cosa de tiempo para que la fricción entre ambas detone procesos de tensión e ingobernabilidad cuyos tímidos rasgos hemos apreciado en las luchas estudiantiles por poner fin al lucro en la educación.

Michelle Bachelet se verá ante el dilema de ofrecer una gobernabilidad conservadora y elitista, propia de un modelo que la exige para subsistir, o enfrentar una nueva gobernabilidad democrática, transformadora y de mayorías. No existe término medio en esta vuelta. La primera opción es abdicar ante los poderes fácticos que están detrás del poder político, y prepararse para una gestión deslucida, de administración, casi impropia para alguien que viene de Naciones Unidas. En este escenario, es muy plausible el incremento de la acción colectiva y de formas de ingobernabilidad. Y la segunda, que abra paso al cambio político generacional, no por razones morales, sino por realismo político.

Los asuntos públicos y su desarrollo han crispado las confianzas cívicas y se modo acelerado se vive la formación de un nuevo proceso, signado por la aparición de demagogos neoliberales, crisis orgánica en los aparatos de poder hegemónicos, y recomposición de las fracciones de clases económicamente lucrativas y como contrapartida de la formación de nuevos actores sociales y políticos que despliegan apuestas de un nuevo realismo, siguiendo el ritmo de los procesos democratizadores de América Latina.

Un cuadro con tales complejidades aconsejarán a Michelle Bachelet que el tiempo político de lo que en un momento creyó ser para convicciones hoy apenas alcanza para el cruel realismo de la nueva situación política, y que es mejor seguir sonriendo sin ser candidata a nada.

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