Cuando Salvador Allende visitó Guadalajara, México, afirmó que “es una contradicción biológica ser joven y no ser revolucionario”. Parafraseándolo, podríamos decir que es una contradicción hasta biológica que hoy la juventud esté ajena a la política en el sentido más amplio y generoso del tema.
En efecto, los jóvenes deben ser parte del engranaje, sino el motor, de la política, de la lucha social, de las transformaciones que requiere un país como Chile con serios problemas de inequidad, falencias democráticas y limitaciones en el acceso a la educación.
Por eso fue impactante conocer el estudio del Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) donde se mostró no sólo el desapego, sino la ignorancia y el rechazo de los jóvenes a la política y a la institucionalidad.
No es serio afirmar que esa realidad responde sólo a las malas prácticas y el desprestigio de la política. No se puede responsabilizar sólo a los políticos.
Desde la época de la dictadura se promovió e instaló un concepto de descrédito de la política y de promoción de la ausencia de participación de los jóvenes en política. Se inculcó una suerte de comodidad y de enajenación de los jóvenes en cuanto a la preocupación y participación en política y movimientos sociales.
En colegios y liceos ya no hay clases de civismo ni si enseña el funcionamiento de las instituciones. Mucho menos se enseña sobre los derechos ciudadanos. Hace un tiempo, por ejemplo, se proponía que en los últimos años de Enseñanza Media se dieran talleres sobre el sistema previsional para que los jóvenes supieran a lo que se van a enfrentar y cómo tiene que cotizar. Tampoco a los muchachos se les enseña sobre la labor de los parlamentarios, sus atribuciones y limitaciones.
Pese a todo eso, y pese al informe del INJUV, hay que decir que un importante sector de la juventud chilena está participando en política y en el movimiento social. Son quienes no tienen contradicción biológica, ni cívica, ni política, con su calidad de jóvenes para ser parte de los procesos que se producen en el país.
De ello dan cuenta los estudiantes universitarios y secundarios, los jóvenes mapuche y pobladores, las y los muchachos que defienden la diversidad sexual, la juventud trabajadora que lucha por los derechos salariales y laborales, las hijas-nietas e hijos-nietos de los detenidos desaparecidos y ejecutados políticos.
Específicamente, no podemos dejar de mencionar la realidad que vive el Partido Comunista y las Juventudes Comunistas en este tema. En momentos que se conocen los datos del INJUV, crece el número de muchachas y muchachos que piden integrarse a la Jota. Esa organización aumentó sus militantes. Es un hecho de la causa que las JJCC es una organización política juvenil presente protagónicamente en el escenario político y social nacional. Los comunistas llevan más de 30 candidatos jóvenes a alcaldes y concejales. Jóvenes comunistas, como Camila Vallejo, lideran hace varios años el movimiento estudiantil, junto a jóvenes de otros grupos políticos. El promedio de edad de la dirección del PC es de 45 años, es decir, hay muchos jóvenes.
Nadie puede desconocer, en todo caso, que la realidad nacional es distinta. Por eso es necesario instaurar la educación cívica e institucional en colegios y liceos, promover materias como funcionamiento del Parlamento y el sistema electoral, dar espacio al conocimiento de la Constitución Política, testimoniar lo que hacen legisladores y partidos políticos, profundizar estudios de la historia y derechos ciudadanos e incluso realizar prácticas como simulaciones de elecciones.
Hay que abrir espacios de participación y decisión de los jóvenes y hacerlos parte de la demanda de plebiscitos y referéndum.
Los jóvenes deben ser actores protagónicos en nuestro país. No inhibirlos en eso. Apoyarlos y respetarlos.