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El Censo de los cambios

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Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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Lo que debe estar provocando desazón transversal es la tasa de natalidad decreciente. En todo caso, esto no debería ser ninguna sorpresa. Es un resultado usual de los procesos de desarrollo económico y social. No hay que culpar a los anticonceptivos, a los abortos ilegales (es decir, todos) o a la píldora del día después, como debe estar pensando algún alcalde conservador. Responsabilizar a los medios (legales e ilegales) de control de natalidad por estas cifras sería como responsabilizar al cuchillo de cortar la torta. Es común que, cuando los individuos adquieren niveles crecientes de autonomía, es decir, pueden aspirar a un mayor control de sus vidas, deciden disminuir sus tasas de procreación. Este aumento de control de nuestras vidas es, en principio, bienvenido.


De un modo general la consecuencia que puede sacarse de las informaciones que ya se conocen del último Censo de población, es que todo ha cambiado.

Partamos por lo más básico y que en un cierto sentido debe estar alegrando al gobierno: ya que las proyecciones poblacionales del INE resultaron ser incorrectas, y en comparación con éstas el Censo nos dice que faltarían unos 900.000 chilenos, el per cápita sube. La referencia al per cápita es usual (aunque ciertamente inapropiada) en la medición del desarrollo económico. El presidente Piñera, así como sus antecesores, avizoraban el desarrollo con un per cápita de 20.000 dólares. Ahora hemos descubierto que, en realidad, somos mucho más ricos y por consiguiente estamos mucho más cerca de lograrlo. Menos bocas, más nos toca, al menos en forma estadística. Es la maravilla de los números: cambian la descripción de la situación con independencia de la percepción.

[cita]Lo que debe estar provocando desazón transversal es la tasa de natalidad decreciente. En todo caso, esto no debería ser ninguna sorpresa. Es un resultado usual de los procesos de desarrollo económico y social. No hay que culpar a los anticonceptivos, a los abortos ilegales (es decir, todos) o a la píldora del día después, como debe estar pensando algún alcalde conservador. Responsabilizar a los medios (legales e ilegales) de control de natalidad por estas cifras sería como responsabilizar al cuchillo de cortar la torta. Es común que, cuando los individuos adquieren niveles crecientes de autonomía, es decir, pueden aspirar a un mayor control de sus vidas, deciden disminuir sus tasas de procreación. Este aumento de control de nuestras vidas es, en principio, bienvenido.[/cita]

Lo que sí puede deparar sorpresas con los nuevos datos, es la medición de la pobreza en la próxima Casen. La incertidumbre surge del hecho de que si bien la medición de la pobreza recurre a un conjunto de individuos representativos que corresponderían a un cierto número mayor de individuos de la población, la composición de este conjunto (niños, mayores, etc.) podría haber variado y, de este modo, también el resultado total en el número de pobres.

Lo que debe estar provocando desazón transversal es la tasa de natalidad decreciente. En todo caso, esto no debería ser ninguna sorpresa. Es un resultado usual de los procesos de desarrollo económico y social. No hay que culpar a los anticonceptivos, a los abortos ilegales (es decir, todos) o a la píldora del día después, como debe estar pensando algún alcalde conservador. Responsabilizar a los medios (legales e ilegales) de control de natalidad por estas cifras sería como responsabilizar al cuchillo de cortar la torta. Es común que, cuando los individuos adquieren niveles crecientes de autonomía, es decir, pueden aspirar a un mayor control de sus vidas, deciden disminuir sus tasas de procreación. Este aumento de control de nuestras vidas es, en principio, bienvenido.

Evidentemente, y correctamente, la pregunta que todos se deben estar planteando es ¿por qué los chilenos queremos tener menos hijos? No es inusual en la imaginería popular considerar que, en algún plano que usualmente permanece indeterminado, las sociedades que disminuyen sus tasas de reproducción, como Alemania, Italia, España, etc. serían sociedades en decadencia. La idea parece ser que tenderían a su disolución, lo que daría cuenta de una falta de deseos de persistir en el tiempo. Pero hay que dejar de lado las analogías erradas: las sociedades no aspiran a nada, sólo los individuos. Y hay que plantearse las preguntas importantes relativas a las causas de este proceso. Sin duda, algunos ya conocen, en realidad desde siempre, las respuestas y las soluciones: sería la sociedad moderna y las inseguridades (laborales y económicas dirán los autodenominados progresistas de izquierda; de sentido de pertenencia y de valores comunitarios dirán los miembros de la hoy en día disminuida gran familia; de los buenos y viejos valores tradicionales dirán los conservadores) que ésta conlleva, las que llevarían a los individuos, como el viento lleva a las hojas, a tener menos hijos. Lo que se requeriría entonces sería, más seguridad social, más incentivos a la vida comunitaria (también familiar), o apuntalar mejor los valores tradicionales, también de tipo  religioso, que se vienen cayendo a pedazos.

Sin duda hay elementos de todos los tipos mencionados. Pero entender este fenómeno requiere algo más que monocausalidad explicativa. Cuando los medios aumentan, aumentan también las expectativas, incluyendo entre éstas elementos propios del desarrollo personal. Los jóvenes en Alemania no tienen menos hijos porque tengan un nivel socioeconómico menor al de los años 60, sino que porque, entre otras cosas, valoran metas individuales de autodesarrollo (sean éstas las que sean: laborales, económicas, de búsqueda de sentido, etc.) y no están dispuestos a sacrificarlas en pos de la procreación, como si lo estaban sus mayores. Sólo están dispuestos a compromisos. Ciertamente, esto no nos libera de generar mediante políticas públicas un proceso de negociación para que esta tasa no siga decayendo (dando por supuesto que esta es una meta socialmente deseable): ¿bajo qué condiciones, en cuya generación participa el Estado (jardines infantiles, costos de la educación, facilidad para compatibilizar vida laboral y familiar, etc.), estarían los jóvenes dispuestos a sacrificar más de sus planes individuales en pos de un aumento en sus tasas de reproducción?

La otra cara de la disminución de la tasa de natalidad es el aumento en adultos mayores. Como muchas otras sociedades que disminuyen sus tasas de natalidad y mejoran en general la calidad de vida (incluyendo elementos como alimentación, educación, acceso a salud), nos estamos transformando en una sociedad de viejos. Este proceso produce cambios profundos multidimensionales (piense en la vida en un edificio en Providencia). Y en tanto no se considere apropiado que lo correcto es dejarlos a merced de si fueron precavidos y tuvieron la suerte social necesaria requerida para haber podido ser precavidos, se genera una fuerte presión económica que se ve agravada por la falta de mano de obra. La solución a esta encrucijada se encuentra en la inmigración. Alemania sería una sombra de lo que es, si no fuera por los millones de inmigrantes que a regañadientes ha atraído y aceptado desde los años 60, y de los que tendrá que aceptar en el futuro. Hoy que se está pensando en una, ciertamente muy necesaria, nueva ley de inmigración, este elemento debe ser considerado. Si estas tasas de natalidad continúan, como previsiblemente continuarán a medida que nos vayamos desarrollando económica y socialmente, nuestro futuro pasa, necesariamente, por transformarnos, poco a poco, en una sociedad de inmigración.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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