La exclusión de homosexuales en el Ejército da cuenta claramente de calificaciones prerreflexivas bastadas en prejuicios. Pero aunque estos prejuicios sean ampliamente compartidos en la sociedad, y probablemente en el Ejército, ellos definitivamente no pueden determinar los criterios de acceso a una institución estatal tan central en su función nacional, social y simbólica.
En Chile discriminamos. ¿Quién lo duda? Si no lo convence su experiencia fenomenológica, hay suficientes estudios que dan cuenta de este hecho. Entre otras, hay discriminación de tipo sexista, homofóbica, racista, nacionalista, xenofóbica, por edad, religiosa, origen étnico, etc. Pero las principales causas de discriminación en Chile refieren al nivel socioeconómico y origen social.
¿Es criticable la discriminación? Sí, lo es. La discriminación, es decir la exclusión por motivos ilegítimos, produce un daño profundo. Por una parte, limita el acceso a bienes y oportunidades. Por otra, es una expresión del valor que se percibe en el otro. Y el valor que se expresa es denigrante. De este modo, atenta contra el autorespeto y la igual dignidad. Para John Rawls el autorespeto es un bien fundamental (quizás el bien primario más necesitado), porque posibilitaría que los individuos se consideren dignos de concebir un plan de vida (autoestima) y confiados en su consecución (autoconfianza). Al atentar contra el autorespeto, la discriminación atenta profundamente contra capacidades centrales de los seres humanos para hacer y llegar a ser lo que consideren valioso.
[cita]La exclusión de homosexuales en el Ejército da cuenta claramente de calificaciones prerreflexivas basadas en prejuicios. Pero aunque estos prejuicios sean ampliamente compartidos en la sociedad, y probablemente en el Ejército, ellos definitivamente no pueden determinar los criterios de acceso a una institución estatal tan central en su función nacional, social y simbólica.[/cita]
Las prácticas discriminativas se adquieren a temprana edad, al categorizar a los individuos otorgándoles valor en base a estereotipos. Es un modo prerreflexivo de lidiar con las diferencias en la sociedad. Se expresa fuertemente en el lenguaje. Las referencias al “hombrecito”, la “mujercita”, “el indio”, etc. son obvias. Pero también se ancla en prácticas sociales y, en ocasiones, en leyes, instructivos y reglamentos. Es por esto que la nueva ley antidiscriminación es bienvenida. Ella pone frenos a prácticas denigrantes ampliamente difundidas en nuestra sociedad que limitan las oportunidades de los individuos y atentan contra su dignidad.
La primera demanda que se ha presentado en base a la nueva Ley Antidiscriminación refiere a una pareja de lesbianas a la que se le impidió el ingreso a un motel. Este es un caso de discriminación eminentemente homofóbica que, como afirmé, limita oportunidades y atenta contra la dignidad y que, ciertamente, no es compatible con la Ley Antidiscriminación.
Otro caso eminentemente discriminatorio ha quedado estampado en tinta en el instructivo del Ejército de Chile recientemente conocido, dictado por el general Cristián Chateau Magalhaes. Según éste, se debe tener especial cuidado en el reclutamiento de “ciudadanos más idóneos moral e intelectualmente capacitados”, excluyendo a “aquellos que presenten problemas de salud física, mental, socioeconómica, delictuales, consumidores de drogas, homosexuales, objetores de conciencia y testigos de Jehová”.
Este instructivo es lamentable. Evidentemente una institución, así como cualquier empleador, debe poder discriminar en el acceso a cargos de acuerdo a criterios que resulten “razonables” o “objetivamente necesarios” (aquí las interpretaciones en la jurisprudencia internacional varían) para la ejecución del cargo. ¿Pero es necesario para la realización de las labores propias de un soldado el que sea heterosexual?
La exclusión de los testigos de Jehová probablemente refiere al temor que se conviertan en objetores de conciencia (una categoría que la ley chilena no reconoce). Por cierto, un caso famoso en la jurisprudencia norteamericana refiere a un testigo de Jehová que renunció a su trabajo en la industria del acero, porque el acero producido era utilizado en la fabricación de tanques. La pregunta que tuvieron que responder las cortes fue si esto era una causal razonable de renuncia y por tanto si le correspondían los seguros correspondientes. Pero la experiencia comparada ha dejado claramente establecido que miembros de grupos religiosos sí pueden ser parte de instituciones como el Ejército, si se concentran en labores que no atenten contra sus doctrinas.
La exclusión de homosexuales en el Ejército da cuenta claramente de calificaciones pre-reflexivas basadas en prejuicios. Pero aunque estos prejuicios sean ampliamente compartidos en la sociedad, y probablemente en el Ejército, ellos definitivamente no pueden determinar los criterios de acceso a una institución estatal tan central en su función nacional, social y simbólica. A modo de anécdota que ejemplifica lo que estoy afirmando: hace ya algún tiempo otro general, muy connotado y hoy en retiro, realizó una presentación en la universidad en la que trabajo. Luego de su presentación el entrevistador le preguntó qué opinaba de la inclusión de homosexuales en el Ejército. Su respuesta fue que era problemático: “Se imagina estar en la ducha junto a alguien que lo mira a usted como un objeto sexual”.
Más allá de la infinita vanidad y quizás falta de juicio que expresa la respuesta, es evidente que sólo está dando curso a prejuicios. (Cualquier sicólogo iría más allá y, quizás con razón, vería a la base de esas afirmaciones una profunda inseguridad sobre la propia identidad sexual).
Estamos al nivel de las apreciaciones de Pinochet, también general, acerca del ejército alemán. ¿Las recuerda? “El ejército alemán está formado por marihuaneros, drogadictos, melenudos, homosexuales y sindicalistas”.
Este tipo de instructivos evidentemente atentan contra la nueva Ley Antidiscriminación. Por sobre esto, son inaceptables proviniendo de una institución tan fundamental para nuestra república. Los soldados que “marchando marciales” siguen a sus “bravos generales”, y “van sonriendo viriles”, como nos dice el himno, merecen algo más de su país que una institución homofóbica.