Chile requiere de al menos un millón de empresarios y emprendedores creativos, que trabajen de consuno con los científicos y técnicos, innovando en áreas como salud y medicina, alimentación, TIC’s, educación, servicios, industrias forestal, minera, pesquera y agrícola, almacenamiento, distribución y mercadeo. Pero del millón de empresas actuales, 700 mil son talleres, comercios y servicios básicos, con poca o nada integración de ciencia y tecnología y de las 4.500 grandes empresas, sólo 50% aporta a la investigación, mientras 20 mil medianas apuntadas a áreas de mayor complejidad, recién comienzan a buscar asociaciones con las Ues.
Tras 202 años de Independencia, Chile, con sus 16,5 millones de habitantes, se encuentra por segunda vez en los umbrales de alcanzar un crecimiento sostenible que lo ubique dentro del cuadro de las naciones desarrolladas. Sin embargo —y sin siquiera considerar la tarea pendiente de la equidad— nuestras expectativas han seguido atadas significativamente a los productos de la minería, forestación, pesca y fruticultura, como únicas monedas de cambio para adquirir el resto de los bienes y servicios mundiales que hacen del país uno en el que nos guste vivir.
Asegurar el paso a las grandes ligas requiere, pues, de un enorme salto en nuestras capacidades, lo que, a su vez, exige primariamente de una masa crítica de científicos y técnicos (digamos 1 % de la fuerza de trabajo, unos 80 mil) en disciplinas como nanotecnología, genética, neurociencia, ecología, TIC’s, nuevos materiales, así como de posgraduados y doctores en física, química, biología, matemáticas, ingenierías, urbanística, que implican una ingente inversión social a la que hay que prestar atención a meses del “Año de la Innovación”. Pero solo contamos con la mitad.
Junto a esto, Chile requiere de al menos un millón de empresarios y emprendedores creativos, que trabajen de consuno con los científicos y técnicos, innovando en áreas como salud y medicina, alimentación, TIC’s, educación, servicios, industrias forestal, minera, pesquera y agrícola, almacenamiento, distribución y mercadeo. Pero del millón de empresas actuales, 700 mil son talleres, comercios y servicios básicos, con poca o nada integración de ciencia y tecnología y de las 4.500 grandes empresas, sólo 50 % aporta a la investigación, mientras 20 mil medianas apuntadas a áreas de mayor complejidad, recién comienzan a buscar asociaciones con las Ues.
[cita]A dicha base científico-técnica hay que agregar al menos una masa laboral de 10 millones de trabajadores de alta productividad, incluido un aumento de las mujeres a la fuerza de trabajo, con una ética que impulse una producción de bienes y servicios atendida en los niveles de exigencia que exige la competencia mundial en las diversas áreas en las que Chile tiene ventajas. Pero sólo tenemos 7,8 millones y buena parte, con serias desventajas competitivas.[/cita]
A dicha base científico-técnica hay que agregar al menos una masa laboral de 10 millones de trabajadores de alta productividad, incluido un aumento de las mujeres a la fuerza de trabajo, con una ética que impulse una producción de bienes y servicios atendida en los niveles de exigencia que exige la competencia mundial en las diversas áreas en las que Chile tiene ventajas. Pero sólo tenemos 7,8 millones y buena parte, con serias desventajas competitivas.
Este sustrato económico, llama, a su turno, a contar, a lo menos, con un 1 % (165 mil) de servidores públicos —incluidos los de elección popular— honestos y capacitados para coordinar la solución de los problemas que enfrentan, desde los niveles comunales, hasta los nacionales, que se perfeccionen periódicamente en el arte de administrar el Estado, asegurando su calidad profesional y moral en su gestión. Pero de los alrededor de 350 mil funcionarios estatales actuales, muchos no tienen dichas competencias debido a los cambios políticos periódicos, que no sólo implican la instalación de personal cuyo único valor es la lealtad a un partido o un líder, sino que la fórmula genera una rotación que impide su especialización.
En la cuestión moral, se debiera esperar de las iglesias disposición a generar al menos un pastor, sacerdote o guía espiritual, por cada, digamos, mil personas, éticamente probados e intelectualmente avanzados, que asistan a sus fieles en los requerimientos de una grey que requiere de trascendencia, pero que no cuenta con apoyo en estas materias, como consecuencia del atraso entre sus relatos tradicionales y los avances del conocimiento. Pero en muchas Iglesias campea el abandono de los templos y un bajísimo interés por asumir las responsabilidades de la labor pastoral.
Y si el país llegara a conseguir estas metas en mediano plazo —únicas compatibles con un desarrollo sostenible en el largo plazo— se producirán amenazas geopolíticas que exigen unas FF.AA. profesionales, intachables, apartidistas y comprometidas con un ideario nacional moderno y democrático. Instituciones preparadas para defender las fronteras geográficas y políticas del país, así como frente a los desastres naturales, con niveles de alto estándar y a la altura de los tiempos en potencial tecnológico y científico. Pero esta es una meta compleja cuando los recursos son escasos, las necesidades sociales aumentan y las dirigencias políticas conducen según intereses ajenos a los propiamente nacionales.
Cada uno de estos focos estratégicos, que apuntan a la “armonía de la ciudad”, tiene altos costos en tiempo y recursos, razón por la que, finalmente, Chile necesita de la voluntad constructiva de sus 14 millones de ciudadanos, que apoyados en una sólida ética democrática y participativa, defiendan sus derechos y asuman sus respectivos deberes, apoyados en niveles de conciencia que impidan ser transformados en pasto de cultivo de aventureros políticos, sociales, militares y empresariales de toda especie. Como vemos, grosso modo, tras 202 años de independencia, queda aún mucho por hacer.