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Los mitos de la construcción de Chile

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Diego Vrsalovic Huenumilla
Por : Diego Vrsalovic Huenumilla Estudiante de Pedagogía en Historia, Geografía y Educación Cívica de la Universidad de la Frontera.
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“Si el padre de la patria estuviera vivo hoy día junto a nosotros, ¿qué nos pediría, qué batallas libraría, qué causa congregaría sus esfuerzos y sus energías? En suma, si Bernardo O’Higgins viviera ¿qué esperaría de quienes somos hoy día sus sucesores en esta bendita patria llamada Chile?”. Sebastián Piñera.

Sebastián Piñera ha dado, como pocas veces en su carrera política desde que asumió la Presidencia, en el clavo con las interrogantes que puso sobre la mesa. No porque los emplazamientos que hace a la nación sean correctos, sino porque estos temas forman parte de un mito construido durante generaciones con una finalidad concreta: domesticar los más fervorosos impulsos transformadores y someterlos al dominio de la patria chilena.

El año 2011, con el afán de dar a conocer los principales hitos del proceso independentista —más como una sucesión de hechos que como una crítica—, se lanzó un ciclo de columnas titulado “La Aurora de Chile, relato de la Independencia”, que contó en cinco capítulos el devenir de acontecimientos que dieron como resultado la derrota de la Corona española en los actuales territorios chilenos. Este año, no obstante, y en especial atención al momento histórico que corre en Chile, es preciso revisar algunos de los códigos que pueden explicar la celebración de las fiestas patrias y la construcción de un Chile mítico que hoy se asimila naturalmente por gran parte de la población.

Todo parte mal en la construcción de nuestras repúblicas americanas. Tradicionalmente, cuando se transmite el mito del acto fundacional de Chile por medio de su “descubrimiento”, se presupone la inexistencia de población en estas tierras. Es así como se intenta subordinar a nuestros pueblos originarios al relato del español heroico. Es el caso de un relato que no ha cambiado en demasía, lo que se demuestra en este pequeño extracto de un libro de instrucción general de Carabineros del año 1964, que reseña: “Valdivia era generoso, desprendido, valiente, justo y estaba ávido de conquista. Con su fortuna personal, que era considerable en el Perú, reunió (…) los elementos suficientes y emprendió viaje”.

¿Por qué la referencia? Porque es en el acto fundacional de Chile donde se concentra toda nuestra historia, lo que se verá reflejado en el relato de la independencia y de la construcción del país. De un lado, un grupo de personas venidas “de lejos” que emprenden sus diatribas en contra de personas que por siglos habitaban sus territorios; del otro lado, quienes tienen modos de vida y costumbres propios y que no poseen las mismas concepciones de los que tienen una mirada utilitaria de los nuevos lugares.

Este mito que vislumbra al período colonial como nefasto y a la independencia como la luz que empuja al carro del progreso es sólo una de las interpretaciones que se han dado a este proceso. Existen otras, como la de Hernán Ramírez Necochea, que la explica desde la tesis de un empresariado criollo que se opone a las medidas económicas de la Corona, o la de Mario Góngora, que plantea un reencuentro con la raíz hispánica de Chile.

No obstante, la que caló más hondo fue la versión liberal, dada entre un pequeño círculo de intelectuales de esta tendencia en la capital del país. No es difícil reconstruir esta versión de los hechos: marcado descontento en las colonias, espíritu de crítica dado por la Ilustración, prisión de Fernando VIII, mala administración del gobernador García Carrasco, sólo por nombrar algunos elementos.

¿Cuál es la diferencia entonces? ¿Por qué caló más hondo esta versión y no las otras? Por una razón más sencilla de lo que parece. Es el que genera mayores grados de identidad y al que se puede recurrir muchas veces en tanto se utilice bien. Ahí se encuentran los héroes que dieron la vida por una causa, allá están los mártires que perecieron en la búsqueda de un elemento común, por el otro lado están quienes pensaron una gran casa para albergarnos a todos. En el pasado están las personas que son modelos a seguir y hechos que permiten confrontar a un grupo “oprimido” contra otro “de gran poder” al que hay que vencer.

Esta interpretación, liderada por los historiadores liberales —que veían en la historia un camino ascendente que llevaría al hombre a la libertad— calzaba perfecto con las ambiciones de los grupos de poder de construir un Estado que permitiera dejar contentos a comerciantes, mineros y empresarios por igual y generar identidad en los sectores populares, que más que andar peleando por causas ajenas, luchaban por sobrevivir en un medio hostil.

Sólo un dato para sustentar este argumento: en Chile se cantaba más la canción nacional argentina que la chilena. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que la presencia del elemento trasandino fue tan fuerte en los primeros años tras la independencia, que muchos terminaron identificándose más con esa canción que con el complicado himno chileno, además de su fácil memorización. Esto da cuenta de un Estado que no tenía altos grados de identidad en los estratos bajos, lo que se suma a su poca participación en la gesta independentista.

La corriente histórica denominada positivismo elaboró dos grandes aportes a la historia que, a su vez, fueron tremendamente dañinos: la obsesión por documentarlo todo (que hable a través de las fuentes) y la concepción de que la historia es una sucesión lineal de hechos y acontecimientos que había que fijar con precisión a través de la cronología. El tiempo histórico se dirige, a su vez, desde un principio hasta un fin, a semejanza de un encuentro final con Dios.

Los hermanos Amunátegui, Vicuña Mackenna, Barros Arana y Encina, quizás, son los grandes culpables de que muchos vean aún a un Chile que se reencontrará en un día no lejano con el Señor. Sólo es cosa de cambiar el reencuentro por la independencia y Dios por la libertad. Si quitamos ambos elementos, no tenemos más que un mito al que se ha echado mano durante casi dos siglos para distraer a la gente de las cosas realmente importantes.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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