Lamentablemente, pareciera ser que quienes están a cargo del canal de todos son tremendamente creativos a la horade inventar estrategias para vender publicidad, para pagar con ella a los “rostros” que encerrarán en el siguiente reality. Pero esa misma creatividad brilla por su ausencia a la hora de innovar para cumplir con la perdida misión de la televisión pública.
Veo muy poca televisión. Es que si hubiese un Dicom del tiempo, creo que mis antecedentes tendrían cadena perpetua en el registro. Pero en ese contexto y conviniendo que la oferta de la parrilla programática no sale de realities, teleseries y programas de “talentos”, ver televisión es una actividad que queda fuera de mi habitual rutina.
A pesar de ello, cada cierto tiempo doy una mirada a lo que mis hijas ven para verificar -quizás ingenuamente- que la cuota de tontera a la que considero pueden exponerse sin mayores riesgos, no sea sobrepasada. Así fue como el otro día aterricé en la teleserie de las ocho de TVN, “Pobre Rico” y pese a que antes había visto un par de episodios, esta vez el capítulo me indignó. No, no fueron ni pechugas ni potos pelados, ni besos apasionados ni escenas subidas de tono. Lo hubiese preferido. Lo que me molestó fue ver disfrazado de teleserie un excelente e invasivo spot publicitario de larga duración producido y transmitido por la señal abierta de “nuestra” televisión pública. Y la cosa no quedaba ahí. Porque a estas alturas una marca más una marca menos ya no se qué tanto importa, pero sumado a ello, el paquete incluía diálogos y situaciones que, de un paraguazo, refuerzan arraigados y discriminatorios estereotipos que a diario y a pulso muchos, cual hormigas frente a elefante, tratamos de de construir.
Vamos por parte. ¿Dije excelente? Sí, excelente, porque la teleserie en tono de comedia es ágil, entretenida, divertida, fácil de digerir y sin mucho drama explícito. Tiene personajes verosímiles, queribles, identificables y hacen guiños a la contingencia nacional. ¿Agresivo? Sí, también. Porque en esa tira cómica animada las marcas reales de los auspiciadores son indisolubles de la historia: personajes de ficción hablan por teléfonos Entel o comen mayonesa Hellman’s de la cual no solo se muestra la etiqueta, sino la favorable opinión que los personajes tienen del producto. Así como con KidZania, pero ahora por la TV, y no cualquier TV: por la TV pública.
Me pregunto yo entonces, ¿quién dentro del “canal de todos” se arrogó la facultad de obligarnos a nosotros, televidentes de Arica a Punta Arenas, a ver publicidad de los productos ofrecidos por el libre mercado como parte del programa? ¿Dónde queda la libertad para discriminar ente publicidad y programación? Ya no importa que cambiemos de canal entre medio. O que nos vayamos al baño en las tandas comerciales. Como una bomba de alto alcance, si no llega el impacto publicitario durante la tanda, llega con la trama. ¿Ganar – ganar le llaman a eso? Linda la cosa. Muy ingeniosos.
Sé que a muchos les puede parecer exagerado el punto, pero al menos reclamo de la televisión pública la mínima libertad de elegir poder saltarse avisos. Más allá de mi opinión, yo no sé si el directorio de TVN se ha informado sobre los efectos de la publicidad en niños y niñas, porque hay estudios serios que, por consideraciones del desarrollo fisiológico y cognitivo de niños y niñas, recomiendan que hasta determinada edad estos no sean expuestos a tandas publicitarias. Tanto es así, que hay países en que a la hora de la programación infantil, la publicidad está simplemente prohibida.
En fin, más allá de mi molestia con el tema marcas y publicidad, en medio de las aventuras y desventuras de los personajes, vinieron las escenas que irremediablemente me hicieron chillar de rabia: los protagonistas, dos adolescentes estudiantes de cuarto medio -rico y pobre, obvio- asisten juntos a clases a un liceo. O lo que muestran como si fuese uno: una sala de clases que parece un chiquero, lleno de papeles el suelo, saturado de ruido el aire, con adolescentes indolentes sin capacidad de autorregulación alguna. Agresiones a sus compañeros, no escucha a adulto ninguno, hasta que un grito pelado supera en decibeles y agresividad el cluster de ruidos circundantes. Como guinda de la torta, en la ruidosa y sucia sala de clases una de las alumnas cargaba a su guagua en brazos. ¿Cuál fue la idea? En mi opinión, lejos de ser un mensaje de apoyo para que las estudiantes que tienen hijos no abandonen la escolaridad, aparece simplemente como una burda caricatura de la madre adolescente. En este escenario, los padres “ricos” del joven “rico”, visitan el establecimiento, comentando preocupados lo espantoso y distinto que es este “viejo” liceo técnico, del “tradicional”, privado, ordenado, silencioso y bilingüe colegio al que ellos insisten vuelva su hijo. El broche de oro de la joyita: conmovida, la pareja pudiente se ofrece para financiar mejoras al lugar. Cuec, cuec y más cuec. La educación pública salvada por la caridad privada.
Lo que vi en aquellas lamentables escenas de la sala de clases fue en realidad un compendio de lo malo de cualquier establecimiento educacional, endosado sin asco, exclusiva y discriminatoriamente a la educación pública: ¿Suelo asqueroso? ¿Gritos? ¿Falta de capacidad de escucha? Perdónenme, pero eso no es patrimonio de ninguna clase social en particular; es, lamentablemente, una realidad bastante transversal. ¿Estudiantes con sus hijos en la sala de clases como hábito? He trabajado en diversas oportunidades en liceos y escuelas públicas y hasta ahora nunca me tocó. La corresponsabilidad parental es todavía una meta que está lejos de ser cumplida y en general las jóvenes se repliegan con el embarazo a la esfera de lo “privado”, quedándose en su casa, mientras el padre de la criatura sigue con su vida en el terreno de lo público. Es una realidad demasiado dura y difícil para quienes la viven como para mostrarla a la pasada sin la delicadeza que requiere. Y no se trata de que no se pueda abordar con humor. Por el contrario: celebraría que un tema como este se tratara en prime time sin dramatismos, pero humor no es sinónimo de estigmatización, ni lugar común. Menos en la teleserie de las 8 que transmite de Arica a Punta Arenas el canal nacional.
Me parece inaceptable que la TV pública caiga tan bajo. Entre las Argandoñas y estas pildoritas, pareciera que lo que se busca es generar argumentos para terminar con ella: por esta senda la TV pública no tendría sentido, porque al final es una mugre más, así es que, como el diario La Nación, cerremos.
Tanto que nos gusta decir que niños y niñas son el futuro de Chile. Y yo que encuentre que son puro presente, dígame si no requieren atención, cuidados, cariño, compañía, alimentos, y una larga lista de etcéteras hoy. Y asimismo es hoy que están siendo socializados querámoslo o no, con todos estos mensajes que, como si no hubiese suficientes, el Estado se encarga de reforzar.
La pregunta del millón suena casi ingenua, pero surge de mis ganas y convicción: si se ha optado por introducir abiertamente elementos publicitarios en la trama y tomas de las historias de ficción, ¿por qué la teleserie de la señal abierta de la televisión pública no se vale de ese espacio para abordar temas de interés público? ¿Por qué en un país con un alto índice de obesidad el galán de turno en vez de decir que está rica la mayonesa marca “coma y será feliz”, no promueve mejor la alimentación saludable? No creo que eso lo vaya a hacer más nerd. Ni vaya a quitarle emoción a la historia. ¿O por qué en vez de mostrar un liceo en decadencia que llega a salvar un matrimonio de millonarios, no se releva la importancia de fortalecer una educación pública financiada por el Estado de la cual todos y todas nos sintamos orgullosos?
Lamentablemente, pareciera ser que quienes están a cargo del canal de todos son tremendamente creativos a la horade inventar estrategias para vender publicidad, para pagar con ella a los “rostros” que encerrarán en el siguiente reality. Pero esa misma creatividad brilla por su ausencia a la hora de innovar para cumplir con la perdida misión de la televisión pública.
Poco y nada he seguido la discusión legislativa sobre la TV digital, pero algo me dice que es una negligencia no hacerlo, y en masa. ¿Habrá en este ámbito alguna posibilidad de recuperar la televisión pública -que considero fundamental- para la ciudadanía? A lo mejor no. Lo sumo a mi lista de tareas. Por ahora y por si acaso voy a escribir un tuit, como la RAE manda. En una de esas entre autos robados y perros perdidos aparece la misión de la televisión pública. No creo, pero no hay peor diligencia que laque no se hace.
(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl