Quienes han incentivado el voto, se han agrupado en lúdicas e ingeniosas campañas como “No botes tu voto” o la “Franja de los que sobran”. Pero más allá de esos mensajes, queda el hecho indiscutible que, por primera vez el voto hoy cuenta, en primer lugar, para marcar la legitimidad de la participación reclamada tantas veces.
La inscripción automática y el voto voluntario inauguran una nueva era en la democracia electoral chilena y en el ejercicio de nuestra ciudadanía política. Los resultados que traerán estos cambios son inciertos, en especial en lo referido al nivel de participación de los electores en el proceso. Son cerca de 5 millones de posibles nuevos votantes, de los cuales aproximadamente 3,5 millones son jóvenes menores de 30 años, grupo sobre el cual recaen las principales incertidumbres, pero también las mayores esperanzas.
A la par de las campañas locales que han llenado las calles de colores, rostros y slogans, a nivel mediático se han instalado dos grandes campañas, una desde un grupo de estudiantes secundarios que pensamos es minoritario, que llama a no votar o, incluso, a “funar” las elecciones. La otra, con diversos rostros e iniciativas, llama entusiastamente a un voto informado y especialmente se centra en incentivar y convocar el voto juvenil. Yo me sumo a esta última.
Quienes han incentivado el voto, se han agrupado en lúdicas e ingeniosas campañas como “No botes tu voto” o la “Franja de los que sobran”. Pero más allá de esos mensajes, queda el hecho indiscutible que, por primera vez el voto hoy cuenta, en primer lugar, para marcar la legitimidad de la participación reclamada tantas veces.
Pienso que quienes están tras el slogan “Yo no presto el voto” son jóvenes que responden desde la apatía y el desencanto, resultando su llamado un reflejo de frustraciones y anhelos incumplidos. Entendemos esa rabia contra el poder en todas sus manifestaciones, especialmente una inequidad manifiesta, que ha mostrado su rostro más duro en el tema educacional. Sin embargo pienso que es un error que no concurran a votar, porque quien no participa no puede influir. Y la función de los ciudadanos es influir en las decisiones públicas, especialmente en los municipios, donde se resuelve parte importante de la calidad de nuestra vida cotidiana y la de las familias a las que pertenecemos.
El voto juvenil informado y manifestado es una opinión que hasta ahora nunca se ha expresado libremente en nuestra vida electoral republicana. Por primera vez todos los que tienen edad de votar pueden hacerlo, sin barreras de entrada, excepto la propia conciencia.
Quienes han incentivado el voto, se han agrupado en lúdicas e ingeniosas campañas como “No botes tu voto” o la “Franja de los que sobran”. Pero más allá de esos mensajes, queda el hecho indiscutible que, por primera vez el voto hoy cuenta, en primer lugar, para marcar la legitimidad de la participación reclamada tantas veces.
Si votar no es lo mismo que no votar, tampoco es indiferente por quién hacerlo. El voto expresa una preferencia y la persona que la encarne deberá trabajar para expresarla, esa es la esencia de la representación. Se necesitan alcaldes que gobiernen sus comunas orientados al bien común, y se necesitan concejales que ayuden al gobierno comunal pero, al mismo tiempo, fiscalicen la transparencia y eficiencia de esa gestión.
Uno de los derechos más trascendentes para asegurar una buena gestión municipal es la obligación de transparencia de los actos de la administración. Quienes gobiernen los municipios no tienen un compromiso clientelar con los ciudadanos de la comuna, tienen un contrato constitucional que obliga a los gobernantes comunales a una gestión con transparencia y eficiencia, de cara a los ciudadanos.
Por eso creo es fundamental informarse, participar y votar, no solo en estas, sino en todas las elecciones. Incluidas aquellas en que se eligen representantes en las juntas de vecinos.
Los ahora electores voluntarios del país tienen una tremenda responsabilidad con el desarrollo institucional y democrático de Chile, que empieza de abajo hacia arriba, con la determinación de quienes gobernarán sus municipios, la instancia del Estado más cercana a las personas. Es el momento de instalar rostros nuevos en reemplazo de los amantes del poder perpetuo, de darle aire a la democracia y de integrar de manera veraz la calle a las decisiones políticas. La abstención va en un sentido inverso. Es una sombra de conformismo que acepta a priori que la vida política de la comunidad, y sus sueños, queden entregados al fatalismo y la incertidumbre.