Anda contento el ministro Cruz-Coke. Las cifras del último Anuario de Cultura y Tiempo Libre, que corresponde a la actividad del año 2011, mostraron que los chilenos estamos consumiendo más bienes y servicios culturales. La estadística es elocuente en ciertas áreas como el teatro o el cine, entre otras razones porque el dato duro ahí es la cantidad de tickets cortados. Pero aún estamos lejos de saber si los que van al teatro o al cine apagaron la televisión, o si vienen de Cerro Navia o de Las Condes, o si en definitiva la desigualdad en el acceso a la cultura se mantiene o hemos mejorado en algo.
Aun con esas cifras a la vista, hay otras áreas donde el paisaje de la estadística es de frentón mucho más opaco. Por supuesto, toda esa opacidad no impide que el Ministro se nos suba por el chorro y diga que todos estos datos sirven «para respaldar nuestro optimismo sobre bases concretas y tangibles» y que Chile «vive un gran momento en lo cultural».
¿Qué pasa con los libros en este contexto? El Anuario es en rigor un compilado de estadísticas preparadas por distintas instituciones y recogidas por el INE. En el caso del libro, las principales cifras provienen de la Agencia Chilena de ISBN, que administra la Cámara Chilena del Libro. El ISBN es un sistema de normalización internacional para la producción editorial. Desde el año 1993, los libros chilenos tienen la obligación de ser inscritos en la Agencia de ISBN: la oficina recoge los datos de edición de cada título y les asigna un número de identificación de trece dígitos. Gracias a ese registro podemos saber cuántos libros se editaron en Chile en un periodo determinado, en qué materias y con qué tirada. Así nos enteramos de que en el año 2011 se registraron 5720 títulos, un 12% más que el año anterior.
¿Es un dato que justifica el optimismo? De ninguna manera. Primero, porque la estadística del ISBN tiene un buen puñado de datos escondidos. Por ejemplo, no sabemos cuántos de esos libros fueron registrados por agentes editores de carácter comercial (las editoriales) y cuántos fueron inscritos por agentes editores institucionales (los ministerios, las municipalidades, los organismos internacionales, etcétera), por lo tanto no sabemos si han aumentado o disminuido los libros chilenos que circulan en las librerías. Como todos están obligados a inscribir sus publicaciones, hay cosas curiosas: el Ministerio de Educación, por ejemplo, aparece engrosando mucho más la estadística que Ediciones B o la Editorial Cuarto Propio. Todas las publicaciones están en el mismo saco.
Segundo y más evidente, porque el ISBN es un registro de producción industrial, y no sabemos cuántos de esos libros circulan comercialmente, qué niveles de venta tienen, quiénes los compran, a través de qué tipo de comercios, y mucho menos si se leen o no.
En el ámbito del libro y la lectura, las cifras que verdaderamente arrojarán alguna luz serán las que muestre el segundo Estudio sobre Comportamiento Lector que el CNCA tiene el compromiso de licitar el próximo año. El primero estuvo a cargo del Centro de Microdatos de la Universidad de Chile y uno esperaría que esa misma institución se hiciera cargo de aplicar la segunda encuesta. Sólo en ese momento podremos comparar algunas cifras y evaluar si la política pública del ministro Cruz-Coke en el ámbito del libro y la lectura —el programa Lee Chile Lee y poco más— ha tenido algún efecto y se justifica su optimismo.