La historia y la política viven de gestos. Aunque lo dudo, quizás hayamos adquirido la madurez necesaria para pedir perdón al pueblo mapuche. Sería una buena noticia y quizás un comienzo.
En la cumbre mapuche en el cerro Ñielol el werken del Consejo de Todas las Tierras, Aucán Huilcamán, pidió que el Presidente Piñera pida perdón por el daño causado por el Estado chileno al pueblo mapuche.
Las respuestas no se dejaron esperar. El Senador Alberto Espina propuso pedir perdón a La Araucanía en su conjunto (mapuches y colonos). Y el ministro de Agricultura, Luis Mayol, rechazó esta petición recurriendo a alucinaciones conocidas: el problema mapuche sería uno de oportunidades e integración. Después de todo, a juicio del ministro apologeta de la autodefensa, el pueblo mapuche “tiene las misma aspiraciones que tenemos todos los chilenos”.
Si ha sido niño (no todos lo han sido, y otros lo han olvidado –lo que es casi lo mismo–) y ha hecho añicos el ventanal de sus vecinos con un chute memorable, sabe que pedir perdón es difícil. O si siendo ya no tan niño ha cometido otro tipo de desaguisados que han herido a los que ama (el 66 % de los quiebres matrimoniales en Chile tiene como antecedente la infidelidad), sabe lo difícil que puede ser. ¿Por qué? Porque es exponernos. Es bajar las armas (las justificaciones, las contextualizaciones, las declaraciones de intensiones, las recriminaciones, y la lista infinita de estrategias de autoafirmación) y abandonarnos a las manos de aquel que lo puede otorgar o denegar. Es un momento de indefensión total que busca lo más parecido a la redención (el otorgamiento del perdón y así la liberación de la culpa). En sentido secular, claro. Es por esto que con el tiempo y la experiencia podemos aprender a pedir perdón: es una capacidad que se adquiere a medida que logramos dominio sobre nosotros mismos. Algunos no lo logran jamás.
[cita]La historia y la política viven de gestos. Aunque lo dudo, quizás hayamos adquirido la madurez necesaria para pedir perdón al pueblo mapuche. Sería una buena noticia y quizás un comienzo.[/cita]
¿Cuál es la lógica del perdón?
Pedir perdón es una relación tríadica. X pide perdón a Y por Z, donde X e Y pueden ser sujetos distintos (individuos, colectivos, asociaciones, instituciones, empresas, etc.). Interesante es cuando X no es causante directo de Z. En ciertas relaciones que implican responsabilidad no parece problemático. Por ejemplo, cuando padres piden perdón por sus hijos. Pero cuando la relación entre el que pide perdón y el causante de los hechos se hace más lejana, desdibujándose en la bruma del tiempo, surgen dudas razonables. ¿Tengo acaso que pedir perdón por acciones pasadas cometidas por otros, acciones que no me representan e incluso repudio? Más interesante es aun cuando no es Y el que ha sido directamente dañado por las acciones de los antepasados de X, sino que sus propios antepasados. ¿Corresponde a X pedir perdón a Y?
En el plano personal, probablemente no. Pero en el caso de ciertas instituciones, probablemente sí. Después de todo, hay ciertas continuidades fundamentales. Y una continuidad fundamental para el entendimiento y funcionamiento de nuestro mundo como lo conocemos hoy, es el Estado. Por eso la importancia de la distinción entre gobierno y Estado: aunque el gobierno cambie, el Estado permanece y sigue siendo responsable.
El Estado puede, y en ocasiones debe, pedir perdón. Pero a diferencia del perdón de los individuos, el del Estado no aspira a la redención, sino que es un acto eminentemente político que afirma de la voluntad de reconocer públicamente (y resarcir) una injusticia. En el plano internacional los casos son muchos. Un caso tristemente memorable es la “generación robada”. Entre 1910 y 1970 Australia llevó a cabo una política de separación forzada de sus madres de niños aborígenes de origen mixto (en la mayoría de los casos, padre blanco y madre aborigen), para situarlos en hogares blancos. Si bien el primer ministro conservador, John Howard, se negó a pedir perdón, el nuevo primer ministro Kevin Rudd lo hizo el 2008.
En 1951 el canciller alemán Konrad Adenauer reconocía que si bien la gran mayoría de los alemanes abominan los crímenes cometidos contra los judíos y no habían participado en ellos, “crímenes inefables han sido cometidos en nombre del pueblo alemán, lo que exige compensación moral y material”. (Con lo años, Alemania ha realizado pagos considerables a los sobrevivientes del holocausto y al Estado de Israel). Y el 2000 el presidente alemán Johannes Rau pidió perdón por el holocausto en el parlamento israelí.
En 1999 el presidente de Benin, Matthieu Kerekou, pidió perdón por la complicidad de sus ancestros en el tráfico de esclavos hacia el continente americano. Y en EE.UU una serie de Estados han ofrecido disculpas por la esclavitud (Virginia, Alabama, Maryland, North Carolina, Florida, New Jersey). Y el 2008 la Casa de Representantes pidió perdón a los afroamericanos por la esclavitud y por la era de segregación racial.
En 1988 el presidente norteamericano Ronald Reagan pidió perdón mediante una ley por las injusticias cometidas a los japoneses internados en campos de confinamiento durante la segunda guerra mundial. Y en 1993 el Congreso Norteamericano pidió perdón por derrocar un siglo antes al reino independiente de Hawaii.
También en el contexto local encontramos peticiones de perdón en nombre del Estado. Piense por ejemplo en el acto de desagravio a la jueza Karen Atala. Si bien no es lo mismo que pedir perdón, expresa el reconocimiento de la injusticia cometida por el Estado. O recuerde al presidente Aylwin pidiendo perdón en nombre del Estado por las violaciones a los derechos humanos realizadas. Esto es lo que exige, y con buenas razones, Aucán Huilcamán.
¿Corresponde que el Estado pida perdón al pueblo mapuche?
El primer ministro australiano, Howard, afirmaba en su momento que la generación presente australiana no tenía por qué pedir perdón por las acciones de las generaciones pasadas. Pero como examinamos, esto es absurdo: el perdón que pide el Estado es el reconocimiento político de una injusticia histórica. Probablemente, la razón de fondo de los que se oponen a que el Estado pida perdón al pueblo mapuche yace en discrepancias acerca de la correcta interpretación de la historia (posiblemente el punto del Senador Espina), y en una razón ideológica acerca de la supuesta unicidad de la nación chilena (posiblemente el punto del ministro Mayol). Pero estos puntos son fácilmente descartables. Tal como afirmó Huilcamán, lo que ocurrió constituye en muchos casos –si recurrimos a conceptos actuales– un crimen “de lesa humanidad”. Y tal como lo evidencia el sentido común y la historia, la idea de una unicidad de la nación chilena es un fata morgana nacionalista y peligroso.
La historia y la política viven de gestos. Aunque lo dudo, quizás hayamos adquirido la madurez necesaria para pedir perdón al pueblo mapuche. Sería una buena noticia y quizás un comienzo.