¿Quién tiene más posibilidades de ser, efectivamente, el próximo Papa? La respuesta, ciertamente, no es quien haya demostrado mayor santidad de entre los varones bautizados como católicos, quienes en su totalidad conforman el grupo de «papabiles». La respuesta está, como siempre lo ha estado, en las relaciones de poder dentro de los cardinales electores.
La identidad del próximo Papa es de una gran importancia para la comunidad de creyentes en la fe católica. Su designación es interpretada por este grupo humano como una señal de la voluntad divina, y el más mínimo interés antropológico nos debiera llevar a observar de cerca este proceso tal como a cualquier antropólogo le resultan fascinantes los acontecimientos a través de los cuales la mentalidad precientífica se esfuerza por darle sentido a nuestro mundo.
Ahora bien, para quienes estén situados fuera de dicha comunidad, la identidad del próximo Papa es más bien irrelevante. El próximo Papa tendrá un escaso poder para afectar los intereses materiales y culturales de quienes no están espiritualmente afectados por su Iglesia. Y ojo, esta irrelevancia no tiene que ver con la carencia de poder del Papa dentro de la Iglesia. Al contrario de lo legislado por el Concilio Vaticano II, el último medio siglo ha estado marcado por la progresiva concentración de poder eclesial dentro de la figura del Obispo de Roma. Allí donde el Vaticano II quiso que existiera una comunidad de gobierno eclesiástico horizontal y participativo, inspirada en la democracia moderna, hoy existe una jerarquía vertical y excluyente, inspirada no quizás en las monarquías absolutas o las dictaduras pero sí, a lo menos, en las empresas privadas.
Esa irrelevancia es particularmente intensa para quienes más podrían verse beneficiados por eventuales cambios en la Iglesia: mujeres, minorías sexuales, y grupos de riesgo expuestos al contagio por VIH. Mediante sus prácticas y enseñanzas, la Iglesia Católica hoy en día perjudica a cada uno de estos grupos. Sin embargo, es poco lo que del nuevo Papa pueden esperar estos colectivos.
[cita]¿Quién tiene más posibilidades de ser, efectivamente, el próximo Papa? La respuesta, ciertamente, no es quien haya demostrado mayor santidad de entre los varones bautizados como católicos, quienes en su totalidad conforman el grupo de «papabiles». La respuesta está, como siempre lo ha estado, en las relaciones de poder dentro de los cardenales electores.[/cita]
En línea con lo anteriormente señalado, uno podría imaginar que un Papa «progresista» podría cambiar en alguno de estos aspectos a la Iglesia. Dejemos de lado lo improbable que es que sea elegido un Papa «progresista», considerando que el Papa será elegido por un grupo de cardenales conservadores designados por los últimos dos Papas; eso es tan probable como que hubiese un presidente progresista de la UDI. Más relevante es formular una distinción entre el poder del Papa dentro de la Iglesia y su poder fuera de la Iglesia. Esta distinción ayuda a entender que, si bien el Papa Ratzinger fue efectivamente un hombre poderoso dentro de la Iglesia, poco parece haber podido hacer para controlar los tentáculos financieros que vinculan a la aristocracia vaticana con la corrupción romana.
Ahora bien, aquí la distinción tiene que ver con el poder cultural y social del catolicismo. Hoy en día ese poder no parece estar en manos del Papa sino más bien de los movimientos religiosos. De particular relevancia son, por supuesto, el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, en Latinoamérica, grupos a los cuales en Italia se suman los Focolari y Comunión y Liberación. Pues bien, pareciera ser que poco podría hacer un eventual Papa progresista para impedir que estos grupos desplieguen su poder económico para dar sustento a proyectos culturales de carácter ultraconservador. Un eventual Papa progresista podría quizás recomponer las relaciones de la Iglesia con centros de pensamiento católico que, por alejarse del radicalismo conservador de los últimos dos Papas, se han distanciado del Vaticano, lo que incluye a las universidades de Lovaina, de Georgetown, y Católica del Perú. Pero mucho más que eso no podría hacer.
Por último, más allá de las consideraciones sociológicas, ¿quién tiene más posibilidades de ser, efectivamente, el próximo Papa? La respuesta, ciertamente, no es quien haya demostrado mayor santidad de entre los varones bautizados como católicos, quienes en su totalidad conforman el grupo de «papabiles». La respuesta está, como siempre lo ha estado, en las relaciones de poder dentro de los cardenales electores.
Así, será Papa quien detente un respaldo abrumador entre los cardenales electores, o bien quien permita destrabar un empate —más bien, un «deadlock», una trabazón que no necesariamente es un empate matemático— entre sectores de poder opuesto. Si ocurre lo primero, probablemente el Papa sea Tarciso Bertone. Si esto no llega a ocurrir, alguno de los otros nombres que giran en la prensa tendrán alguna chance.