A mediados de la década de los sesenta, y al igual que en la actualidad, Chile necesitaba aumentar su capacidad para generar energía. Aparentemente, un mal de nunca acabar. Es por esto que el Estado le encargó a la empresa española Endesa —para variar— la construcción de una central hidroeléctrica en la unión de los ríos Tinguiririca y Cachapoal, en la sexta región. Al formarse el embalse Rapel, nació un fuerte interés turístico, y se convirtió en un sector de relajo y veraneo, al punto que actualmente es considerado como zona típica regional.
Sin embargo, desde su creación nunca existió una preocupación real, ni privada ni estatal, de la composición de las aguas del lago.
Aguas servidas de los poblados surcados por ambos ríos, como también restos fecales de animales, fertilizantes y desechos mineros traídos por las aguas desde la cordillera, desembocaron por décadas en el embalse, lo que terminó por condicionar su estado actual (o sea, el agua tiene caca, o al menos microorganismos que viven solo en el excremento, para que suene mejor). Y era que no, un fuerte olor comenzó a emanar desde las aguas en el 2009, acompañado de un florecimiento masivo de algas, lo que perjudicó seriamente los ingresos de los locatarios en la temporada estival, motivando —recién— a la autoridad sanitaria a investigar.
El resultado: nada que hacer a estas alturas. El lago se está muriendo cual Concertación sin Michelle, y no hay nada que hacer. «Chao pescao», literalmente.
Y es que después de tanta desidia gubernamental no se puede pretender darle una solución real al Lago Rapel. Si no se hizo, ya no no más caballero. En ese sentido, lo único que se podría hacer es emplear respuestas paliativas a fin de retrasar lo inevitable. Pero de que se nos va, se nos va.
Ejemplo de lo señalado son las carpas —pez caracterizado por vivir en ambientes con muy bajo oxigeno— que flotan muertas por ciento en la superficie, pudriendo el agua alrededor con su fuerte olor.
Pero eso no es todo, lamentablemente, ya que no puedo dejar de mencionar a mis amigas las algas —que la verdad de amistosas no tienen mucho: producen una alergia que ya te la ves, mandándole saludos a tu abuela— que cubren extensas zonas del lago con tal grosor que imposibilitan el cruce por su superficie, y a los plásticos y productos contaminantes que se almacenan por toneladas en cada orilla particular.
Y para último detalle, el buen humor de la Empresa Endesa, que sube y baja el nivel del agua sin ningún criterio —todos recordamos los veranos del 2007, 2008, 2009, 2010— lo que facilita el relleno del lago en sus partes bajas.
Así que, damas y caballeros, me es difícil informar lo siguiente, pero a veces hay que hacer cosas que no nos gustan (este semestre tomé matemática, imagínense): el lago se está yendo a freír papas, porque desde su creación nadie se preocupó de él. Por el contrario, lo contaminaron hasta más no poder, así que ahora le manda saludos a todos los gobiernos que pasaron por él, a todos los pescadores, turistas, empresas diversas (Agrosuper) y contaminadores varios (Agrosuper). El Lago Rapel murió, porque nadie lo cuidó.
(*) Texto escrito en El Quinto Poder.cl