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Francisco, Cristina y las raíces del enfrentamiento ANÁLISIS

Francisco, Cristina y las raíces del enfrentamiento

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Carlos Pressacco
Por : Carlos Pressacco Director del Departamento de Ciencia Política y RR.II. Universidad Alberto Hurtado.
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Si bien ha sido destacado como un gesto de cortesía del Papa hacia el pueblo argentino, a nadie se le escapa que ambos tienen mucho que ganar con un acercamiento. La presidenta Fernández tiene en mente a Malvinas y el Papa puede enfatizar los vínculos con un gobierno con el que, mal que mal, comparte su crítica al neoliberalismo y a la injusticia social.


La elección del Papa Francisco ha sido recibida en Argentina con polémica. Para la mayoría de la sociedad, es una muy buena noticia; para algunos, esa buena notica se funda en razones más bien superficiales propias de la sensibilidad nacionalista de «tener a uno de los nuestros» en la más alta autoridad de la Iglesia. Otros están contentos porque piensan que el Papa ayudara a que Argentina recupere las Islas Malvinas y ello debido a que el entonces arzobispo de la ciudad de Buenos Aires se ha manifestado claramente a favor del reclamo argentino.

No obstante, para la mayoría de los argentinos, la buena noticia se funda en que se trata de un hombre sencillo, de trato horizontal y campechano, directo, poco afecto a los excesos del protocolo, el boato, y «sin pelos en la lengua», jugado por la opción preferencial por los pobres, que ha alentado el trabajo en las villas miseria, crítico del neoliberalismo y de las estructuras de explotación que vulneran cotidianamente los derechos humanos, elemento que, cabe recordar, está presente en las enseñanzas sociales de la Iglesia latinoamericana desde la Conferencia de Medellín de 1968.

[cita]Se sabe que el actual Papa era simpatizante de esta organización. Es por ello que no pocos se han atrevido a decir que es peronista, especialmente aquellos más cercanos al movimiento sindical. Ello explica que con motivo del traspaso de la Universidad de El Salvador desde la Compañía de Jesús a un grupo de laicos, el Provincial Bergoglio haya confiado en personas de Guardia de Hierro.[/cita]

Son seguramente estos elementos los que, vistos desde el prisma del gobierno central de la Iglesia en el Vaticano, convierten a Francisco en el Papa que trae la esperanza de un cambio que reconstruya la capacidad de comprensión de la Iglesia con un mundo cada vez más diverso, plural, policromático.

Pero para un sector importante de la sociedad argentina, la llegada de Francisco está acompañada de sombras por las denuncias relativas a su comportamiento durante la dictadura militar que gobernó el país entre 1976 y 1983; entre 1973 y 1979, el ahora Papa Francisco, fue provincial de la Compañía de Jesús. Las denuncias, expuestas por el periodista Horacio Verbitsky a través del diario Página 12, apuntan a que no hubiera protegido a dos sacerdotes jesuitas que luego fueron detenidos en la Escuela de Mecánica de la Armada y tras algunos meses, finalmente liberados. En el proceso judicial ha declarado como testigo pero nunca como imputado. No pocas voces, entre ellas el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, sacerdotes cercanos al asesinado Obispo Angelelli así como los mismos sacerdotes detenidos, han destacado el compromiso de Francisco con la defensa de los derechos humanos protegiendo a personas perseguidas y ayudándolas a escapar del país.

Pese a que en su momento el Arzobispo Bergoglio pidió perdón a nombre de la Iglesia argentina por no haber hecho más durante la dictadura, para estos sectores, en él se condensan los malestares de la sociedad argentina con una Iglesia que, en promedio y sin negar el comportamiento ejemplar de sacerdotes y algunos obispos, fue demasiado complaciente con las violaciones a los derechos humanos, muy cercana al poder y lejos de los que sufrieron los atropellos.

Este malestar, además, se incrementa en un contexto de crispación política y de fuerte antagonismo en la política argentina, el cual a su vez tiene raíces históricas. Sabido es que el actual Papa ha tenido fuertes enfrentamientos con los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández. El más notorio: su oposición a la ley de matrimonio homosexual. En medio del debate, el Papa habló «de la mano del Diablo» y aprovechó para reforzar un concepto de familia tradicional «con mamá, papá e hijos». Junto a una tal vez entendible negativa al matrimonio gay, se rechazaban menos comprensiblemente a una enorme variedad de familias que no coinciden con el esquema tradicional.

Pero el conflicto con los gobiernos kichneristas se amplifica dadas las relecturas que de la política argentina de los sesenta y setenta y la reivindicación que de la resistencia armada revolucionaria realiza el peronismo kirchnerista. No por casualidad el movimiento que encabeza el hijo de la presidenta se denomina “La Cámpora”, en recuerdo del fugaz presidente de la izquierda peronista que antecedió al último gobierno de Perón.

Tras el golpe militar de 1955, que derroca a Perón e instala en el gobierno a la denominada Revolución Libertadora, se inaugura en la historia argentina, un periodo de dieciocho años de inestabilidad política. Tres golpes de Estado, cinco presidentes militares y tres civiles; dos de estos últimos, Frondizi e Illia, militantes de la Unión Cívica Radical, elegidos en el marco de una democracia tutelada que proscribía al Partido Justicialista.

Durante esos casi veinte años, se constituyen una enorme diversidad de iniciativas y grupos que, genéricamente, pertenecían a la resistencia peronista. Grupos ligados al poderoso movimiento sindical así como otros gestados al alero de la Acción Católica, desde donde saldría parte importante de la directiva de Montoneros. Se trata, dicho sea de paso, de un momento fascinante de la historia argentina, de explosión de subjetividad y organización en el marco de fuertes restricciones a las libertades públicas.

Entre las organizaciones surgidas en este contexto está Guardia de Hierro, un grupo formado en 1961, integrante de la Juventud Peronista que a inicios de los setenta es parte de la Organización Única de Trasvasamiento Generacional. Un encuentro con Perón en 1967 los hizo desechar sus simpatías iniciales hacia la lucha armada y volcarse a la defensa de la doctrina peronista y al apoyo del retorno del máximo líder al país. En un escenario de profunda polarización y en donde no siempre es sencillo ubicar ideológicamente a los actores y sus matices, Guardia de Hierro quedó a la derecha y enfrentada con las organizaciones de la Tendencia Revolucionaria integrada, entre otras, por las Fuerzas Armadas Revolucionarias y Montoneros.

Se sabe que el actual Papa era simpatizante de esta organización. Es por ello que no pocos se han atrevido a decir que es peronista, especialmente aquellos más cercanos al movimiento sindical. Ello explica que con motivo del traspaso de la Universidad de El Salvador desde la Compañía de Jesús a un grupo de laicos, el Provincial Bergoglio haya confiado en personas de Guardia de Hierro. Acá nuevamente emerge la polémica: el 25 de noviembre de 1977, el entonces integrante de la Junta Militar y jefe máximo de la Armada, el almirante Emilio Massera, recibió el título de profesor honoris causa de la casa de estudio. La universidad no tiene constancia de dicho evento. Se dice incluso que la entrega del título fue una concesión de Bergoglio para que la Armada liberara a los dos sacerdotes detenidos, Jalics y Yorio.

Como se puede observar, los conflictos entre Francisco y los gobiernos kirchneristas tienen fuertes raíces que se hunden en la historia argentina de las décadas del sesenta y setenta. El encuentro de ayer entre Francisco y Cristina Fernández puede significar un punto de inflexión en lo que ha sido hasta ahora una tensa relación. Si bien ha sido destacado como un gesto de cortesía del Papa hacia el pueblo argentino, a nadie se le escapa que ambos tienen mucho que ganar con un acercamiento. La presidenta Fernández tiene en mente a Malvinas y el Papa puede enfatizar los vínculos con un gobierno con el que, mal que mal, comparte su crítica al neoliberalismo y a la injusticia social.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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