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Bachelet y el dogma de la moderación del “progresismo” chileno Opinión

Bachelet y el dogma de la moderación del “progresismo” chileno

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¿Tomará la centroizquierda posición en estas cuestiones durante las elecciones? Probablemente no; la moderación y el “centro político” es un dogma de fe de las estrategias electorales en Chile. Además, no está claro el peso electoral que tienen los grupos movilizados, ni la necesidad de que ese voto sea conquistado.


“Yo soy izquierda” dije. “Sí, pero éste es de los socialistas chilenos”, dijo otro de los que estaban en la mesa. La aclaración no era casual, se trataba de un grupo de gente, la mayoría latinoamericanos, la mayoría aspirantes a burócratas internacionales, ni uno chileno, que departían, con un cóctel en la mano, una noche de Washington D.C.

No era casual porque el sello de la centroizquierda que ha gobernado Chile entre 1990 y 2010 ha sido la moderación y no la radicalidad, los consensos y no la imposición de las mayorías sociales o políticas, la focalización de las políticas sociales y no la universalidad o el populismo, los arreglos institucionales y no la movilización como herramienta política. Pese al concepto de “gobierno ciudadano”, nada de eso fue muy diferente durante el último de los mandatos progresistas, dirigido por Michelle Bachelet.

El perfil del progresismo chileno merece especial atención ahora que ella, una militante del Partido Socialista de Chile, prácticamente ha anunciado su segunda candidatura presidencial, pero sobre todo porque seguramente enfrentará un escenario de movilización social, que precisamente empezó a manifestarse durante su primer gobierno. Los estudiantes secundarios en 2006 y, junto con ellos, los universitarios en 2011 y 2012, recibieron un apoyo social indiscutible.

[cita]El hecho ahora es que, junto con la agenda de las demandas sociales, la moderación de los cambios que hacen falta es la que ha sido puesta en cuestión. Y es que el marco en que funcionan muchos de los asuntos públicos en Chile, ya no resisten, ni la crítica social, ni el test OCDE.[/cita]

Esta protesta social, que pareció inaugurar en Chile una movilización autónoma del sistema de partidos u otros estamentos estatales, instaló desafíos al modelo de desarrollo y al régimen político que las elites eligieron y han ido remozando en los últimos treinta años. El sistema educativo; las reglas electorales; la agenda moral; la salud pública; el sistema de pensiones; las leyes tributarias; la matriz extractiva y energética; y la unidad nacional y étnica del país; que hace un par de décadas eran parte del ambiente, han sido seriamente cuestionadas.

Chile además enfrenta el desafío del techo del subdesarrollo. Acceder técnicamente a un PIB de país desarrollado, sin siquiera considerar índices más complejos, requiere cambios que no solo son radicales, sino que afectarían seriamente a grupos de interés del país.

¿Tomará la centroizquierda posición en estas cuestiones durante las elecciones? Probablemente no; la moderación y el “centro político” es un dogma de fe de las estrategias electorales en Chile. Además, no está claro el peso electoral que tienen los grupos movilizados, ni la necesidad de que ese voto sea conquistado.

La pregunta es entonces qué hará el nuevo gobierno frente a la movilización social y sobre todo frente a la agenda que ésta desplegó. Nuestra historia reciente muestra dos modelos, el de la movilización social y el de la burocratización del progresismo. El primero tuvo preeminencia durante todo el siglo XX (hasta 1990) y el segundo, desde los noventa hasta hoy.

El hecho ahora es que, junto con la agenda de las demandas sociales, la moderación de los cambios que hacen falta es la que ha sido puesta en cuestión. Y es que el marco en que funcionan muchos de los asuntos públicos en Chile, ya no resisten, ni la crítica social, ni el test OCDE.

Cuando las cosas son así, es decir, cuando una agenda es sostenida por la sociedad civil y cuando sus puntos son el resultado de la reflexión y la evidencia y no del autointerés de grupos, o de la ceguera ideológica; la radicalidad no es una locura y la moderación puede terminar siendo solo una virtud de cóctel.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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