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La tarea de una generación

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Nicolás Grau Veloso
Por : Nicolás Grau Veloso Ministro de Economía, Fomento y Turismo.
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Parece difícil tener una predicción certera de cuáles serán las reales consecuencias políticas de la movilizaciones sociales del 2011-12. La masividad y la intensidad de su crítica a ciertos pilares del diseño impuesto en la dictadura auguran un impacto profundo. Sin embargo, el sistema político chileno ya ha mostrado su tremenda capacidad de tomar grandes impulsos transformadores y convertirlos en pequeñas reformas, logrando sostener lo medular de nuestro modelo de sociedad (la transición es un buen ejemplo de ello).

A este respecto, fuera de la positiva experiencia e impulso del mundo social, el escenario político es por decir lo menos bastante pesimista. Por un lado, la desarticulación de la izquierda hace difícil la emergencia de apuestas alternativas a la Concertación provistas de amplitud y mínima relevancia electoral. Por otro lado, el descrédito de la centroizquierda, bien ganado por cierto, hace muy poco creíble que la apuesta de sumarse en una alianza desde la DC a la izquierda vaya a viabilizar los cambios anhelados, la que considero además una mala estrategia política.

En este escenario, donde parece haber un abismo entre la oportunidad que creó el mundo social y los caminos que ofrece la política institucional para la concreción de sus demandas,  me preocupa la suerte de la generación del 2011-12. Por todo lo que ellos representaron y sobre todo representan, me preocupa el éxito en su apuesta transformadora y su cohesión aún en la diversidad de estrategias. Su capital y talento político es un activo indispensable para actuales y futuras luchas sociales.

[cita]Así, parece ser un hecho que en la próxima contienda electoral tendremos tantos caminos como actores que lideraron las movilizaciones de los últimos años. En este contexto, donde esta exitosa generación aún está al debe en cuanto a su capacidad de articularse en el complejo plano de la política electoral, es importante al menos mantener un mínimo de unidad, de respeto mutuo y complicidad, de manera de hacer sobrevivir la posibilidad de ruptura de esta generación.[/cita]

Así como algunos genuinamente esperan —si me permiten la caricatura— que Bachelet haga el gobierno que dadas sus visiones progresistas siempre hubiera querido hacer (ya que antes no la dejaron o no tenía la espalda suficiente); yo esperaba que desde los liderazgos y fuerzas políticas que habían impulsado las movilizaciones estudiantiles, pudiera surgir un proyecto político que se expresara con fuerza en la próxima elección, idealmente con una candidatura presidencial y/o lista parlamentaria común.

Sin embargo, al conocido talento de las fuerzas de izquierda para encontrar puntos de desunión, la emergencia de un proyecto político común —al menos en el plano electoral— de los grupos que lideraron la movilización estudiantil, a mi juicio, se ve frustrada principalmente por la divergencia en las dinámicas y miedos que carga cada grupo. Por un lado, las JJ.CC. están en una dinámica de acercamiento a la centroizquierda y de inevitable moderación del discurso (para viabilizar el acuerdo amplio al que el PC apuesta), camino que me imagino no hubiesen elegido si solo dependiera de ellos como juventud. Por el contrario, Revolución Democrática hace todos los esfuerzos por distinguirse de la centroizquierda, sector del cual proviene parte importante de sus cuadros, los que —junto con el país— se radicalizaron al calor de la movilización y hoy apuestan por instalar la idea de competir con la Concertación pero al interior de una misma lista.

A su vez, mientras estos dos grupos comparten una urgencia o un miedo a quedarse fuera de la política formal (por razones nobles por cierto), los movimientos políticos que lideran importantes espacios estudiantiles, tales como la Izquierda Autónoma, tienen una urgencia menor por «asegurar» su participación en los espacios de la política formal y además comparten el miedo de que, al no distinguirse de la Concertación, terminen validando sus gobiernos pasados y  permitiendo que sea la Concertación la que acumule la energía política generada por las movilizaciones, disminuyendo de esa manera las probabilidades de trasformación.

Así, parece ser un hecho que en la próxima contienda electoral tendremos tantos caminos como actores que lideraron las movilizaciones de los últimos años.

En este contexto, donde esta exitosa generación aún está al debe en cuanto a su capacidad de articularse en el complejo plano de la política electoral, es importante al menos mantener un mínimo de unidad, de respeto mutuo y complicidad, de manera de hacer sobrevivir la posibilidad de ruptura de esta generación.

A este respecto, el mantener latente la posibilidad que tiene esta generación de liderar la transformación del país en la dirección de los objetivos que, más allá de las diferencias coyunturales de estrategias, claramente comparten, pasa a mi modo de ver por al menos tres elementos:

Primero, hacer coincidir tiempos y estrategias diversas en algunas demandas comunes. Tal como hicieron en la conducción del movimiento estudiantil.

Segundo, el respeto por la intencionalidad y estrategia del otro: verse como parte de una totalidad, de una generación que desde distintas experiencias, miedos e historias comunes y diversas, que buscan abrir un espacio para transformaciones profundas en el país.

Cuando debatan entre ellos nunca deben perder de vista que hay un objetivo final común, que comparten nobles intenciones y que las diferencias son solo de estrategias. El día que dejen de confiar en el otro y se apunten con el dedo se abrirán botellas de champagne Sofofa. Lamentablemente, algo de esto ya hemos empezado a ver por la prensa.

Por último, desde sus distintas apuestas no deben perder de vista que su desafío mayor es lograr la participación de sus pares. No hay tanto que ganar en quitarle los votos actuales a la Concertación y, aunque lo hicieran, aquello no ayudaría a lograr las supermayorías que requiere el sistema chileno. Hay que lograr atraer a los que se perdieron en el camino, a los jóvenes desencantados de los noventa y comienzos del 2000, pero por sobre todo a las nuevas generaciones, las que masivamente y con un enorme costo personal levantaron el movimiento estudiantil. Esa generación, que por su experiencia el 2006 desconfía de Bachelet, ha demostrado con creces que está dispuesta a tomar riesgos por luchas colectivas, sólo está a las espera de un proyecto político genuinamente transformador.

La gran tarea de esta generación es lograr representarse a sí misma y así volverse una fuerza que no necesite el permiso de nadie. La gran tarea es volverse indispensables.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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