La hipocresía es una severa moralista y habitualmente traviste sus verdaderas intenciones de motivaciones altruistas. Jamás admite que los celos, la envidia y la rabia puedan ser el motor de sus acciones. Su refinado sentido estético le impide dejar al descubierto las pequeñas mezquindades de su alma.
La hipocresía es, qué duda cabe, una gran virtud. El arte de la elegancia para fingir cualidades y sentimientos contrarios a los que se tienen. Sin ella, los modales serían groseros, las peleas absurdas y la vida social, insufrible.
Y en lugar de discursos inspirados en los más nobles ideales, el debate público estaría a nivel de pelea infantil ¡Bendita hipocresía, que le da categoría a la contienda!.
La hipocresía —insisto— es una gran virtud. Nunca miente, sólo tergiversa. Llama ‘liderazgo’ a lo que alguien produce a costa de no decir nada. Justifica que la Ministra Pérez censure el adjetivo de ‘marxista’ para calificar a Allende a fin de no ‘herir sensibilidades’.E induce a la Rincón a llamar ‘errores de forma’ a las negligencias inaceptables que se cometieron nada menos que en la redacción de una acusación constitucional.
La hipocresía no dice las cosas por su nombre porque de esa forma evade la responsabilidad que a veces acarrea la verdad. Tiene, por cierto, un gran sentido práctico.
[cita]La hipocresía —insisto— es una gran virtud. Nunca miente, sólo tergiversa. Llama ‘liderazgo’ a lo que alguien produce a costa de no decir nada. Justifica que la ministra Pérez censure el adjetivo de ‘marxista’ para calificar a Allende a fin de no ‘herir sensibilidades’. E induce a la Rincón a llamar ‘errores de forma’ a las negligencias inaceptables que se cometieron nada menos que en la redacción de una acusación constitucional. La hipocresía no dice las cosas por su nombre, porque de esa forma evade la responsabilidad que a veces acarrea la verdad. Tiene, por cierto, un gran sentido práctico.[/cita]
La hipocresía es una severa moralista y habitualmente traviste sus verdaderas intenciones de motivaciones altruistas. Jamás admite que los celos, la envidia y la rabia puedan ser el motor de sus acciones. Su refinado sentido estético le impide dejar al descubierto las pequeñas mezquindades de su alma.
El hipócrita es generoso por excelencia. Está siempre pronto a custodiar la bondad ajena con mucha más solicitud de la que le dedica a la propia. Impone, prohíbe y condena, pero se sitúa muy lejos de la carga que deja sobre la espalda de los otros.
Así es como el diputado González condena a Velásquez y acusa a Beyer, pese a haber defraudado al Fisco. Y así también es que Girardi —el rey de las malas prácticas— usa para su campaña el eslogan ‘no más abusos’.
En su afán por hacer el bien, el hipócrita no duda en llevar la libertad al sacrificio ¡Todo sea por derrocar al lado oscuro de la fuerza! La palabra ‘irrenunciable’ está en todas las leyes que redacta y el acto de ‘fiscalizar’ es su favorito.
El hipócrita es, en todo caso, un pacifista y su forma de oprimir es en extremo civilizada. El Estado y la subyugación psicológica son sus armas preferidas, porque de la fuerza física se declara enemigo acérrimo.
La hipocresía es una gran virtud ¿quién podría objetarlo? Es templada y no expresa sus emociones con histeria.
Sabe que la pasión desatada no es funcional para la consecución de sus propósitos, por eso domina y reprime sus sentimientos a la perfección, para darles cauce después por vías altamente sofisticadas.
La hipocresía es un bastardo que todos tenemos, pero que ninguno se allana a reconocer. Merece, por tanto, que alguna vez se le rinda un sentido homenaje…