Esa es la pregunta que Escalona no responde: su único horizonte, de acuerdo a sus términos, es “gobernabilidad, gobernabilidad”. Alcanzar el gobierno y desarrollarlo sin contratiempos, es decir en buen acuerdo con la derecha, que mantiene control sobre el Parlamento en un marco constitucional que la protege. Curioso destino para un político socialista del “ala izquierda”.
Luego de una semana de importantes y masivas movilizaciones sociales —la “semana negra” la llamó el parlamentario designado Carlos Larraín— el senador Camilo Escalona reiteró su ya conocido desacuerdo con cualquier tipo de acción de cambio que no nazca, crezca y se desarrolle dentro de la institucionalidad política actual y sus partidos. Pero ahora le agregó la descalificación a quienes intentan ingresar en la arena electoral desde el movimiento social, como es el caso de Giorgio Jackson. Curiosa posición de un político que proviene precisamente de la dirigencia estudiantil secundaria. Posición, por cierto, compartida por muchos de sus colegas, más o menos transversalmente al arco político.
¿Cuál es el significado de esta confrontación entre liberales institucionalistas extremos y participacionistas ciudadanos más o menos extremos a su vez? En la actual coyuntura me parece no se trata sólo de “concepciones” de la democracia —digamos Schumpeter frente a Barber—, sino que se refiere a las posibilidades concretas de transformación económica, política y social.
La cuestión de fondo es, en este contexto, si la actual configuración institucional permite o no los cambios que al parecer la ciudadanía demanda de forma mayoritaria. Andrés Allamand aborda el asunto de frente —como siempre lo hace— señalando que “no hay que fumar el opio o la marihuana de una nueva Constitución”, puesto que no se debe abandonar el rumbo actual del país.
Pero ¿cómo lo piensan hacer los que creen que sí se debe abandonar ese rumbo y cambiarlo por otro? Uno que conduzca a un país más solidario, igualitario, con un espacio público democratizado, con mayor control sobre los recursos naturales, más descentralizado, entre otros aspectos. ¿Qué recursos políticos piensan movilizar para lograrlo? Esa es la pregunta que Escalona no responde: su único horizonte, de acuerdo a sus términos, es “gobernabilidad, gobernabilidad”. Alcanzar el gobierno y desarrollarlo sin contratiempos, es decir, en buen acuerdo con la derecha, que mantiene control sobre el Parlamento en un marco constitucional que la protege. Curioso destino para un político socialista del “ala izquierda”.
[cita]Esa es la pregunta que Escalona no responde: su único horizonte, de acuerdo a sus términos, es “gobernabilidad, gobernabilidad”. Alcanzar el gobierno y desarrollarlo sin contratiempos, es decir en buen acuerdo con la derecha, que mantiene control sobre el Parlamento en un marco constitucional que la protege. Curioso destino para un político socialista del “ala izquierda”.[/cita]
La gobernabilidad de los veinte años de la Concertación consistió precisamente el sostener el acuerdo original de 1989, a pesar que no se logró la mayoría que se esperaba y se requería para los cambios en los amarres constitucionales y el sistema binominal. Ella suponía el surgimiento de una derecha liberal que nunca apareció. Cuando Michelle Bachelet llama a construir una “nueva mayoría social y política”, debe entenderse que se refiere a una mayoría que sea capaz de expresarse en el terreno institucional, para lo cual inevitablemente este debe ser modificado. De otro modo se repetirá la situación anterior: mayoría en las urnas que no puede producir los cambios en nombre de los cuales fue elegida. Con la consecuencia grave y directa del alejamiento de la ciudadanía respecto de esa política cautiva de la institucionalidad aún con remanentes importantes de la dictadura.
¿Qué otra cosa es si no el conflicto en torno a la reforma educacional? El cambio de la LOCE se negoció de tal modo que dejó las cosas más o menos igual. Más que un triunfo, como lo proclamaba la recordada imagen de las manos en alto entre gobierno y oposición, es visto como una traición por parte de los actores directamente involucrados, algo no muy distinto de lo que piensa la ciudadanía mayoritariamente. Es también el drama de Harald Beyer, puesto que no abordó precisamente aquello que está en juego: la necesidad de fortalecer la educación pública, gratuita y de calidad. Es “el mejor ministro de Educación de la historia”, pero para fortalecer la “libertad de elegir” en un sistema mixto con predominio de las instituciones lucrativas. De ahí la importancia de la acusación constitucional, más allá de su evidente desprolijidad.
La tarea para quienes desean transformaciones es replantear la gobernabilidad, ya no como mantención del consenso original del 89, puesto que éste ha llegado a ser el “consenso del 39 %”, como podría decir ME-O. No se trata sólo de que el otro 71 % no va a votar, sino que ahora gran parte de ese sector está movilizado por su cuenta, al margen y muchas veces en contra de la política institucionalizada. ¿Es ese un problema como lo plantea el senador Escalona? Lo es, en cuanto amplias mayorías que participan y demandan se van quedando sin representación, mientras la política sigue su camino de banalización, degradación y descrédito. No lo es, en cuanto a que precisamente en esa capacidad de movilización activa y con proyecto es donde reside la posibilidad de producir el cambio. La primera marcha estudiantil de 2013 apuntó certeramente en esa dirección y logró plenamente su objetivo. La responsabilidad del liderazgo político es justamente la contraria de la que plantea Escalona: formular caminos políticos para representar las nuevas y viejas demandas insatisfechas y expresarlas en proyectos políticos.
El desafío estratégico de la oposición actual es construir nuevos lazos entre política y ciudadanía para hacer viable las transformaciones, en un plazo que supera largamente los 4 años de gobierno. O el mundo paralelo de la política institucional se vuelve a conectar con los ciudadanos y ciudadanas de a pie o el abismo actual se profundizará y no habrá cambio posible. La ilusión escalonista que le hace apostarlo todo a la gobernabilidad de los noventa se afirma precisamente en la renuncia a los cambios. Flaco favor le hace a su candidata —no para ganar las elecciones, pues todo indica que con o sin él igualmente las ganará— sino para gobernar, abriendo paso —ahora sí— a un nuevo ciclo político democrático.