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La mentira como una herramienta de la política nacional

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Patricio Segura
Por : Patricio Segura Periodista. Presidente de la Corporación para el Desarrollo de Aysén.
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A mediados de marzo visitó el país el periodista Matt Waite, ocasión en que presentó el sitio PolitiFacts que, en sencillo, trabaja en confirmar la veracidad de las afirmaciones que realizan los políticos y, en general, los actores públicos estadounidenses. Llegó invitado por la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica y la Embajada de Estados Unidos, y durante su permanencia se reunió con profesionales de la prensa interesados en las herramientas y metodologías de investigación periodística.

En su exposición, llena de anécdotas sobre cómo lo que se dice públicamente se mueve entre lo contundentemente cierto, las verdades a medias y las mentiras obscenas, apuntó a un tema que es esencial: en una democracia las palabras importan. O, por lo menos, debieran importar.

Las primeras explicaciones sobre la bajada de Laurence Golborne de la carrera presidencial me han hecho meditar sobre lo señalado por Waite. Pero como ya no es posible “componer con la ventana abierta” (como humorísticamente dijeran por años Los Jaujarana), el columnista Jorge Navarrete meganó el quien vive este fin de semana en La Tercera. Y es que hay algo en la política nacional que está colmando la paciencia. Algo que no está bien y, lo peor de todo, nos hemos acostumbrado a ello. Es la falsedad. A que nos mientan sin descaro nuestros representantes, en quienes hemos delegado la sensible misión de administrar el Estado, el bien común nacional.

Claro está que en el ejercicio del poder no puede existir la transparencia total. Como en cualquier pasaje de la vida personal, hay conversaciones, procesos que deben, en determinados momentos, quedar a buen recaudo porque podrían complicar el éxito de negociaciones sensibles. Eso lo entendemos incluso quienes abogamos (y utilizamos) las herramientas de transparencia pública que la legislación entrega a ciudadanos y periodistas.

Comprendemos también que la forma en que se comunica es esencial. Que muchas veces este aspecto es fundamental para cumplir de mejor manera los objetivos propuestos, donde una de las herramientas es elegir las mejores palabras pero también la transparencia, los canales de participación y de retroalimentación para cumplir, en el caso de la política, con las expectativas ciudadanas.

Pero una cosa es aceptar que no todo puede ser público en un momento específico y que se debe buscar la mejor forma para informar de tal o cual hecho o determinación, y una muy distinta es mentir. Mentirle a todo un país. Y, peor aún, que los ciudadanos lo aceptemos como adhiriendo a la máxima de que “así es la política”.

Es lo que ocurrió con la bajada del ex ministro de Minería.

Fue la propia dirigencia UDI la que en un primer lugar informó que con la dinámica de confrontación que había instalado Andrés Allamand producto del caso Cencosud, se hacía difícil, prácticamente imposible, participar en primarias presidenciales. Y ese era el principal motivo por el cual se habría decidido llegar con Golborne directamente a la primera vuelta presidencial. En ningún momento explicitaron que su candidatura se hacía menos viable por la resolución de la Corte Suprema y sus cuentas en Islas Vírgenes. Menos aún que desde hace rato venían evaluando hacer un golpe de Estado interno (eso nunca ha complicado a los coroneles del partido) y desbancar a su abanderado.

Pero todo cambia cuando, ya concretada la operación San Lorenzo, el presidente del partido Patricio Melero reconoce que el principal factor que jugó contra la meteórica (rápida y fugaz) carrera presidencial de Golborne fueron sus menguadas posibilidades de tener un buen desempeño electoral. Un cambio de discurso radical que siembra muchas dudas con relación al compromiso que el partido tiene con la verdad.

En la Concertación el panorama no mejora mucho. A todos los vientos en el comando de Michelle Bachelet han señalado que no tienen injerencia alguna en la discusión de la definición parlamentaria de la Concertación+PC+IC, sino que tal depende exclusivamente y autónomamente de los partidos políticos. ¿Alguien realmente lo cree? ¿Alguien cree que no hay diálogo alguno en la materia entre Bachelet y los partidos políticos? Seguramente nadie.

Y así también ocurre en múltiples ocasiones cuando se escuchan las vocerías del gobierno. Que no están preocupados por Bachelet, que no se preocupan por lo que hacen o dejan de hacer precandidatos presidencialesde su sector y así suma y sigue. Y muchas veces la respuesta ha sido claramente falsa.

Hoy es preciso recuperar la responsabilidad cívica. Una civilidad donde las palabras sí importen. Y para ello, si no está en el ADN de la política nacional actual, somos los ciudadanos quienes debemos hacer que lo esté. Porque basar el debate público en un juego de mascaradas atenta contra el alma de toda sociedad.

(*) Texto publicado en El Quinto Poder.cl

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