Sean buenas o malas las razones de la Confech para incluir vocerías de las “privadas no tradicionales”, es una decisión que debe ser bienvenida por el modo en que pone fin a esa práctica, por el modo en que obligará a deliberar sobre el sentido que tiene “lo público” en nuestra actual discusión sobre la educación: su identificación con lo estatal no podía sostenerse dado el carácter mixto del CRUCh; su identificación con lo tradicional también se ha venido ahora abajo.
La decisión de incorporar en la Confech vocerías de algunas universidades privadas –sean cuántas sean y por los motivos que sea- pone una vez más a los estudiantes a la delantera en las decisiones. Hasta aquí, en efecto, la Confech era en su conformación una simple réplica de la estructura del CRUCh, que agrupa en su seno tanto a universidades estatales como privadas, aunque de estas últimas solamente las creadas antes de 1981. Con la decisión anunciada, en cambio, ese límite temporal desaparece para la Confech, al menos como criterio por sí solo decisivo.
Pero en el grueso del sistema sigue imperando esa lógica, la que trata de un modo peculiar a un conjunto de universidades no por ser estatales, sino por ser “tradicionales”. La arbitrariedad de tal criterio salta a la vista por el sencillo hecho de que nadie sabe qué tendría que ocurrir para que una universidad nacida tras 1981 se vuelva tradicional: aunque se trate de una institución laica, sin fines de lucro, con reconocida vocación pública, de indiscutida excelencia académica, su fecha de nacimiento determina hoy que su situación es —y tendrá que seguir siendo— distinta a la de una universidad privada de las mismas características pero con fecha de nacimiento anterior.
[cita]Sean buenas o malas las razones de la Confech para incluir vocerías de las “privadas no tradicionales”, es una decisión que debe ser bienvenida por el modo en que pone fin a esa práctica, por el modo en que obligará a deliberar sobre el sentido que tiene “lo público” en nuestra actual discusión sobre la educación: su identificación con lo estatal no podía sostenerse dado el carácter mixto del CRUCh; su identificación con lo tradicional también se ha venido ahora abajo.[/cita]
La distinción entre estatales y privadas es, en efecto, nítida, pero la distinción entre tradicionales y no tradicionales introduce en la discusión una opacidad que entorpece la capacidad del público para seguir de modo coherente la discusión sobre nuestra educación superior. La sola existencia del rótulo de “tradicionales” ha llevado a que una buena cantidad de personas lisa y llanamente ignore que el CRUCh se compone también de privadas (que, de hecho, son nada menos que dos quintos del mismo). Se oye así a federaciones de estudiantes de las privadas del CRUCh discutiendo si acaso admitirán en la Confech vocerías de las “privadas”: la verdad es que la conclusión a la que en cada caso llegan es menos reveladora que los términos mismos en que es llevada adelante la discusión.
Desde el mundo “tradicional” se tiene, por supuesto, a la mano una buena respuesta cuando surgen este tipo de cuestionamientos: las privadas del CRUCh no son unas privadas cualesquiera, sino instituciones de excelencia; compiten mano a mano con las grandes universidades del Estado, y mientras más nos alejamos del centro del país más notoria se vuelve su capacidad para superarlas (véase, por ejemplo, lo que significa la UCN en el precario contexto del norte). Este punto evidentemente tiene que ser concedido, tal como debe ser concedido el enorme aporte de las universidades estatales a la conformación de nuestra nación. Pero tampoco cuesta nada percibir que aquellas universidades sin fines de lucro nacidas tras 1981 que han logrado establecerse como instituciones de razonable prestigio, habrían llegado tanto más lejos en caso de contar con el financiamiento que reciben las tradicionales.
En medio del clamor por la revitalización de la educación pública, es poca la reflexión que ha habido sobre la opacidad que en nuestra discusión ha introducido esta categoría de instituciones tradicionales. Quienes quieren hacerse fácil la tarea, optan por simplemente tomar “tradicional” y “pública” como expresiones equivalentes. Sean buenas o malas las razones de la Confech para incluir vocerías de las “privadas no tradicionales”, es una decisión que debe ser bienvenida por el modo en que pone fin a esa práctica, por el modo en que obligará a deliberar sobre el sentido que tiene “lo público” en nuestra actual discusión sobre la educación: su identificación con lo estatal no podía sostenerse dado el carácter mixto del Cruch; su identificación con lo tradicional también se ha venido ahora abajo. Resulta imperioso mostrar que no se trata de una pendiente resbaladiza que permita calificar de “pública” a cualquier cosa; pero resulta no menos imperioso reconocer el deber de ampliar el chato sentido en que por lo general se ha usado el término.
Por otra parte, no cabe sino notar el cuestionamiento implícito que esto significa para el CRUCh: las distorsiones introducidas en el mundo de las universidades privadas por la existencia de proyectos con fines de lucro, con sus obvias consecuencias para la calidad de los proyectos en cuestión, hace que hoy sea inviable dar a la educación superior una nueva institucionalidad de conjunto, sin distinción entre tradicionales y no tradicionales. Pero es precisamente una anomalía lo que bloquea ese paso, sin quedar ya ningún argumento de principio por el que tenga sentido mantener la actual estructura.