Revertir la tendencia a la baja de la natalidad es algo serio. Y serios tienen que ser por tanto los políticos al momento de abordar el problema. Porque en este ámbito, la política del incentivo no funciona. Y si funciona, produce efectos más nefastos aún que el del envejecimiento de la población. Es lo que ocurre con los padres que creen poder resolver el problema del mal rendimiento escolar de su hijo con la promesa de un regalo.
Cambiar conductas o revertir tendencias no es nada de fácil. Lo sabe la mamá, el gerente, el profesor, y en general, cualquiera que ha estado a cargo de un grupo humano. Lo sabe también el que ha querido producir cambios en sí mismo y se ha encontrado con la penosa evidencia de que actúa en contra de lo que realmente quiere.
Cambiar conductas o revertir tendencias no es nada de fácil. Y aunque el ambiente, la historia y la costumbre contribuyan a la inercia, lo que definitivamente hace imposible la reforma, es la ignorancia; la ignorancia respecto de la causa de aquellas conductas que se quieren modificar.
[cita]Revertir la tendencia a la baja de la natalidad es algo serio. Y serios tienen que ser, por tanto, los políticos al momento de abordar el problema. Porque en este ámbito, la política del incentivo no funciona. Y si funciona, produce efectos más nefastos aún que el del envejecimiento de la población. [/cita]
De ahí que algunas políticas públicas impulsadas por este gobierno sean risibles; sobre todo las que apuntan a resolver problemas cuya complejidad excede el alcance de la lógica matemática. El bono por hijo es —a mi juicio— una de esas políticas. Por lo mismo, hablar de ese incentivo en términos de “soborno por hijo” (como hizo The Economist) es absurdo. Absurdo porque supone atribuir a la medida, al menos, un cierto nivel de eficacia.
Ninguna mujer se sentirá reconocida en su maternidad por ese bono; y mucho menos lo tendrá como incentivo para parir. Y la cuestión no radica en el monto del beneficio ni tampoco en su carácter excepcional. Por eso, hasta ahora los detractores de la iniciativa parecen estar tan perdidos como sus impulsores.
Revertir la tendencia a la baja de la natalidad es algo serio. Y serios tienen que ser, por tanto, los políticos al momento de abordar el problema. Porque en este ámbito, la política del incentivo no funciona. Y si funciona, produce efectos más nefastos aún que el del envejecimiento de la población.
Es lo que ocurre con los padres que creen poder resolver el problema del mal rendimiento escolar de su hijo con la promesa de un regalo.
La maternidad ha sido socialmente devaluada; la crianza, reducida a la atención de las necesidades más básicas del niño. La familia extensa (y, a veces, incluso el padre o la madre) ha desaparecido. Asegurar una salud digna y una educación medianamente buena, ha llegado a costar un censo. ¡No hay bono que pueda contra eso ni medida que no sea, como en Europa, estéril!
Cambiar conductas (en uno mismo o en otro) es imposible. Imposible si el acto humano no se comprende esencialmente en su carácter de síntoma; imposible también si el esfuerzo se dirige a modificar el acto mismo y no a la causa que lo explica.