La contención salarial, la inestabilidad laboral, el endeudamiento, la privatización de los derechos sociales y los costos asociados, que abundan en una economía flexible, hacen al trabajador más proclive a cuidar su fuente de ingresos para no perder lo que ya tiene y poder responder a sus necesidades y compromisos. En ese proceso, la disciplina ejercida por la privatización de la educación y las deudas ligadas, será crucial.
El 3 de junio, Hermógenes Pérez de Arce advirtió la posibilidad de un nuevo Golpe de Estado si se llegase a cambiar la Constitución, recordándonos el medio de dominio más directo de la élite para mantener el orden, siempre a su alcance. Pues bien, ese orden, fundado en la desigualdad y el lucro, no sería nada sin el orden generado en el trabajo (donde se fabrica la desigualdad, y todo lo que nos rodea), espacio que se ha visto sujeto a un esfuerzo de desmovilización de relojería, haciendo posible que, aun cuando el 50 % de los trabajadores gane menos de $ 251.000 (Casen, 2011), no estén al centro de la protesta social.
El miedo motivado por la represión vivida o anticipada es un factor importante en ello, miedo que marca especialmente a quienes vivieron la brutalidad de la dictadura, pero también, al ciudadano medio que se sabe expuesto a despidos, Dicom, embargos y, como escarmiento más fuerte, la posibilidad de ser oprimidos por Fuerzas Especiales, la Ley de Seguridad Interior del Estado (instada a ser usada incluso en huelgas) o un nuevo Golpe Militar. Pero la pacificación laboral y, en cierto sentido, la creación de un nuevo sujeto trabajador (ese que las empresas llaman «colaborador») no ha pendido sólo del garrote y la intimidación, también de amarres más sutiles y desapercibidos. Veamos 5 de ellos:
1. Las «instituciones de la libertad»: José Piñera, hermano del Presidente y mentor de la ley de la dictadura detrás del actual Código del Trabajo —el Plan Laboral de 1979—, postulaba que «la pura represión era por sí sola una alternativa no sólo inmoral sino también ineficiente para combatir al comunismo y probablemente incapaz de derrotarlo, que era lo que interesaba» y creó, para ese efecto, una ley de sindical funcional al libre mercado, que «le probó al régimen militar que a la libertad no hay que temerle. Bien enmarcada y a salvo de distorsiones, la libertad —de reunión, de trabajo, de negociación, de asociación— siempre funciona» (memorias del autor en el libro La Revolución Laboral).
[cita]La contención salarial, la inestabilidad laboral, el endeudamiento, la privatización de los derechos sociales y los costos asociados, que abundan en una economía flexible, hacen al trabajador más proclive a cuidar su fuente de ingresos para no perder lo que ya tiene y poder responder a sus necesidades y compromisos. En ese proceso, la disciplina ejercida por la privatización de la educación y las deudas ligadas, será crucial.[/cita]
Como expresa en su reacción a la película NO, el triunfo fue de quienes lograron plasmar el nuevo Chile más allá de los militares. El Plan Laboral fue clave para crear ese país exitoso que proyectaba él en sus memorias: «¿Gente haciendo cola para ir a votar? ¿Un debate en una asamblea sindical o en un Congreso? [nada de eso] posiblemente vería gente que se levanta todos los días y va a trabajar. Y que trabaja con amor a las cosas bien hechas».
Este Plan reduce la acción sindical a su mínima expresión: entre otras limitantes, permite la negociación colectiva sólo a nivel de empresa (el más fragmentado) y el reemplazo de trabajadores en huelga (haciéndola inefectiva). Pero, a su vez, agrega elementos de democracia de base difíciles de refutar, como el voto secreto para distintas acciones sindicales y la desvinculación de los partidos. Así, dentro del contorno de un sindicalismo limitado, esos aspectos tendrían la carga de lo que Marcuse llamó «tolerancia represiva».
Pues bien, su efecto de minimización y despolitización de la fuerza sindical fue certero y José Piñera se lo aclara a Pinochet a propósito de la Huelga de El Teniente de 1980: «No es mucho lo que puedo decirle sobre los detalles de la negociación colectiva, pero yo creo que haría bien en relajarse, señor Presidente. Esta no es una huelga revolucionaria sino sólo una huelga burguesa, a la que el gobierno no tiene por qué temer. Esta no es una huelga en contra suya, general, ni los comunistas controlan los sindicatos de El Teniente. Aquí hay un regateo similar al que realiza cualquier dueña de casa cuando sale de compras. Los trabajadores están peleando un 3 % más de aumento en sus remuneraciones y la empresa cree que no es justo otorgarlo. Eso es todo. Las huelgas dentro del marco del Plan Laboral no tienen nada que ver con las huelgas politizadas de antes. Nadie está pensando en marchar a Santiago ni en crear alteraciones de orden público».
2. Una política laboral acorde a «los nuevos tiempos». El modelo consagrado por el Plan Laboral —todavía vigente— fue acompañado en los años postdictadura por políticas destinadas a generar una macroeconomía saludable y exenta de conflictos. El ministro del trabajo de 1990 a 1994, René Cortázar, apostaba por «promover mecanismos que superaran los esquemas de confrontación» y gestar «un clima de cooperación y entendimiento entre trabajadores y empresarios» a través de acuerdos marco tripartitos (CUT-Gobierno-CPC), que pactaron una elevación de los salarios vía asignaciones y política de sueldo mínimo, a cambio de la mantención de la paz social. Desde allí se instaura la política de Sueldo Mínimo como LA política salarial de Chile (dado que la negociación prácticamente no existe), reajustando los sueldos según el cálculo de «la inflación proyectada y el crecimiento de la productividad» y desconsiderando la resolución de las necesidades.
Esa política fue fértil: Cortázar exhibía al cerrar su gestión que los salarios reales crecieron en promedio un 15 % y el salario mínimo aumentó en un 30 % entre 1990-1993 (iniciando el periodo dorado de la Concertación), a la vez que la ocurrencia de huelgas llegó a la mitad de la cifra de los años sesenta. El conflicto se revelaba entonces como innecesario.
La política laboral que continuó en adelante, constó de cambios a la institucionalidad pero ninguno que alterara de fondo el Plan Laboral. El único intento de reformulación global del Código del Trabajo incluyendo los derechos colectivos —donde se juegan las relaciones de poder— se hizo el año 1994 y quedó trunco. En lo que sigue no hubo cambios profundos.
3. Educación y disciplinamiento del mercado. José Piñera, en sus memorias del Plan Laboral, se refiere también a la «huelga sometida a la disciplina del mercado», la «¿negociación colectiva? ¡por cierto que sí, concebida a partir del principio de la responsabilidad individual y disciplina del mercado!» y que «la posibilidad de contratar reemplazantes en las empresas en huelga es la mejor manera como el mercado disciplina las posturas en la negociación». Lo que revela con sus palabras, en última instancia, es que el trabajador mismo quedaría sometido a la disciplina del mercado.
Y en efecto, la contención salarial, la inestabilidad laboral, el endeudamiento, la privatización de los derechos sociales y los costos asociados, que abundan en una economía flexible, hacen al trabajador más proclive a cuidar su fuente de ingresos para no perder lo que ya tiene y poder responder a sus necesidades y compromisos. En ese proceso, la disciplina ejercida por la privatización de la educación y las deudas ligadas, será crucial. Por un lado, la explosión de la cobertura de la educación en la década 1990 y 2000, que favoreció en especial a la educación privada, sirvió de mecanismo de legitimación del modelo por efecto de integración. Pero además, el costo económico de esa integración marcaría la conducta laboral. Tal como revela en un tuit Cecilia Cifuentes, de Libertad y Desarrollo: “Si educación es gratuita, cae esfuerzo laboral de padres”. Es decir, la educación, como la gran zanahoria del siglo XXI, ha servido de intensificación del trabajo.
4. Satisfactores laterales: de salario emocional, bonos y endeudamiento. La crisis social se ha visto contenida también por la acción de satisfactores indirectos que mitigan el bajo valor del trabajo. Uno de ellos es el «salario emocional», que requiere cierto preámbulo.
Durante la década de 1970, cuando el capitalismo mundial inició el giro neoliberal, se produjo también un giro liberal en la gestión del trabajo: de la «administración de personal» se pasa a la “gestión de Recursos Humanos”. Este cambio de nombre no era accesorio, advertía la nueva estrategia empresarial para enfrentar el nuevo panorama flexible: el trabajador sería entendido en adelante como un recurso más, un recurso moldeable y movilizable hacia el proyecto de empresa, y la gestión tendría por misión central incitar su compromiso. El enfoque, desarrollado en los MBA de Harvard y conocido también como Gestión Sutil, se basa en políticas de animación y relaciones laborales altamente individualizadas para maximizar el esfuerzo en el puesto de trabajo, usando una retórica a-sindical y unitarista dirigida a borrar las frontera ellos/nosotros (los jefes son llamados «líderes» y los trabajadores «colaboradores»). A Chile llega en los años ochenta.
Pues bien, uno de sus más recientes preceptos señala que lo más importante para motivar a las personas no son los salarios, y que las empresas deban concentrarse en crear incentivos no-materiales para generar un «estado de flujo» o «felicidad laboral». El salario emocional sería ese conjunto de incentivos, entre los que se cuentan: un lenguaje afectivo, un canal directo con gerencia, reconocimientos simbólicos, beneficios anexos, instancias recreativas, trato informal y recompensa por méritos, cuestiones cada vez más frecuente en las grandes empresas. Dentro de esto, los beneficios que a modo de caridad entrega la empresa, son los más apreciados por los sujetos disciplinados dado la escasez de derechos.
Los otros dos paliativos anunciados en el título ya se conocen: la política de subsidios y bonos por parte del Estado y el endeudamiento por parte de los hogares, amortiguadores que funcionan a toda máquina mientras continúa la devaluación del trabajo.
5. Televisión y propaganda. Refiriéndose al papel de la televisión —otro medio de control social—, el ideólogo del Plan Laboral plantea que «la televisión cumplió una función crucial en el establecimiento de la economía social de mercado en Chile. La economía libre no requiere necesariamente de militares en el poder para ser adoptada. Sólo requiere de televisión libre y de personas dispuestas a jugárselas por esta causa”. Su peregrinación por los programas de televisión para promover la ley sindical fue una muestra de influencia de masas, pero ese rol de la televisión, la prensa escrita y otros medios de comunicación en normalizar la conducta laboral, no ha perdido centralidad.
Estos factores hacen más inteligible la baja movilización de los trabajadores hoy. Pueden considerarse también otros más: el individualismo, la cooptación sindical, las estructuras empresariales divisorias, el declive de sectores productivos más organizados, la entrada a la fuerza de trabajo de mujeres y jóvenes con menos memoria sindical y más habituados a la precariedad, etc. Sin embargo, a pesar de que la lista es amplia y su efecto importante, parecen irrumpir en el último tiempo signos de agotamiento de la tradicional resignación. Según la encuesta de Cooperativa, Imaginacción y Universidad Central, el 80,5 % considera que no se respetan los derechos del trabajador, el 70 % que los sindicatos son útiles para defender los intereses y el 81,7 % que los trabajadores no se benefician de los frutos de la economía. Y desde hace algunos años, justo allí donde existen mayores escollos organizativos (subcontratados y eventuales), se han generado los mayores alzamientos. ¿Se abre una grieta en el orden del trabajo? ¿Un rearme de la crítica y la movilización laboral?