Escalona y Viera Gallo parecen no ver la falta de consenso que implica el neoliberalismo, el centralismo autoritario; ni ver la demanda notable por educación pública, Estado solidario, devolución de poder a los mapuches, cambios relevantes para perfeccionar la democracia que piden los movimientos sociales, la nueva inteligentzia y los organismos internacionales.
La historia es porfiada. Los socialistas del orden del siglo XXI se vuelven conservadores extremos al igual que muchos liberales del siglo XIX que devinieron en liberales del orden, defraudando los vientos de cambios que levantaron en los 1840s con los Clubes de la Reforma y la Igualdad, la rebelión regionalista de 1851 y 1859. Vicuña Mackenna, el rebelde de 1848, culminó en los 1860s apoyando la violenta ocupación de la Araucanía y fustigando a los revolucionarios. Manuel Antonio Matta, el héroe de la Atacama constituyente de 1859, el aliado de León Gallo, convertido en tribuno de la república, no volvió a bregar por la elección de gobiernos provinciales. La dura derrota de 1859 derivó en una apertura liberal acotada —reformas en la medida de lo posible—, que culminaron consolidando una república oligárquica y centralista, siendo cooptados por las lógicas dominantes. El sueño de Bilbao de liberalismo social, valoración mapuche y poder local (como la Comuna de París) quedó en el pasado.
Un siglo después, una parte de los socialistas que protagonizaron los sueños y fracasos de 1973, fueron dominados por la “culpa”, en un caso colectivo de “cuasi-identificación con el victimario”. Escuchar a Escalona diciendo que una posible asamblea constituyente nos lleva al caos o que Viera-Gallo afirme que gracias a la actual Constitución tenemos paz, es una muestra de aquella mentalidad.
[cita]En el socialismo oficial de la Concertación predominó el operador y los brokers repartidores de poder, sin hacer reformas sustantivas y con desprecio a intelectuales y líderes sociales pro-cambios profundos. Pero dicha coalición murió en diciembre del año 2009. Los movimientos sociales, la emergencia de nuevos actores en la centro-izquierda, la derrota que ha renovado a segmentos de los partidos dominantes, la voluntad “renovada” de Bachelet de hacer cambios y enfrentarse a los “guardianes del orden”.[/cita]
Tomás Moulián con Anatomía de un Mito en el año 1997, previo al debate que plantearon los autoflagerantes frente a autocomplacientes en la Concertación, fue pionero en decir que la necesaria renovación socialista (crítica al marxismo ortodoxo, revalorización de la democracia, búsqueda de un bloque histórico por los cambios con la DC), no implicaba renegar de la voluntad de cambio y culminar administrando el régimen de Pinochet o la democracia semisoberana, como bien lo escribe Carlos Huneeus. Mucho antes, otro mentor de la renovación, Norbert Lechner, había advertido que se imponía una tesis excesiva del orden y de la construcción de consensos.
La generación que fue víctima del Golpe, parecía culparse del “caos” y aspirar a la estabilidad, abandonando la plausibilidad de la voluntad de cambio. El título del libro de Lechner fue una profecía: La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado.
Escalona y Viera-Gallo parecen no ver la falta de consenso que implica el neoliberalismo, el centralismo autoritario; ni ver la demanda notable por educación pública, Estado solidario, devolución de poder a los mapuches, cambios relevantes para perfeccionar la democracia que piden los movimientos sociales, la nueva inteligentzia y los organismos internacionales. The Economist le pone un 9 a la transparencia electoral de Chile pero un 3 en participación, la OECD recuerda que tenemos la misma carga tributaria de la dictadura (19 %) y la misma desigualdad, la Ebert fustigó el centralismo y el modelo primario exportador, los observatorios de derechos humanos recuerdan que no hay poder indígena, y la ONU muestra el estancamiento de los derechos de la mujer. Se necesitan cambios mayores en una línea socialista y democrática. El cambio no es caos. El caos y la rabia la provocan el inmovilismo de los ultraconservadores que han tenido en los sectores de aparato del centro y en la fracción socialista del orden y lobbista de las empresas, sus aliados complementarios.
La verdadera renovación socialista de los 1980s sigue viva discursivamente, esperando la posibilidad de hegemonía en la nueva mayoría socio-política por el cambio que se va construyendo desde abajo (cultura alternativa, movimientos sociales, estudiantiles y regionales) y desde arriba (los nuevos actores hacia una convergencia progresista plural). En el año 1995 en la tesis de magíster sobre la conversión de los socialistas chilenos, adelantamos parte de lo que venía:
“La renovación o conversión socialista chilena ha sorprendido a los analistas, académicos y políticos del mundo. Es un ejemplo paradigmático de mutación y cambio en las preferencias y modo de ser de una élite tanto superior como intermedia. Este estudio demuestra que el cambio ha sido integral, comprometiendo incluso en el mediano plazo la viabilidad misma de una izquierda tan indiferenciada de otros actores de la política chilena… una izquierda que en su conversión ha quedado desnuda de proyecto y se convirtió en una mera administradora del mercado, bajo la influencia político-cultural del liberalismo, sin asumir ni siquiera su vertiene pro-diversidad, descentralizadora y participativa”.
En el socialismo oficial de la Concertación predominó el operador y los brokers repartidores de poder, sin hacer reformas sustantivas y con desprecio a intelectuales y líderes sociales pro-cambios profundos. Pero dicha coalición murió en diciembre del año 2009. Los movimientos sociales, la emergencia de nuevos actores en la centro-izquierda, la derrota que ha renovado a segmentos de los partidos dominantes, la voluntad “renovada” de Bachelet de hacer cambios y enfrentarse a los “guardianes del orden”, permiten avizorar un ciclo en que las corrientes comunitaristas/socialistas y pro-participación y poder social, pueden tejer la mayoría por los cambios. El adiós a los socialistas del orden, que no quieren primarias ni nueva Constitución, ni reforma tributaria ni elección de intendentes, ya se sepultó en las marchas de las nuevas generaciones por las Alamedas: la imagen premonitoria de Allende en medio de la derrota de hace 40 años que nunca le hizo dudar de la plausibilidad del camino.