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El pensamiento bipolar que domina a las élites Opinión

El pensamiento bipolar que domina a las élites

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Tomás Ariztía
Por : Tomás Ariztía Doctor en Sociólogía y académico Escuela de Sociología, Universidad Diego Portales
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A ratos parecen haber solo dos alternativas, dos formas posibles de imaginar la sociedad y donde elegir uno u otro implica abandonar, claudicar, perder. Es como si Chile se jugara la suerte entre transformarse en la Venezuela chavista o en mantener las hoy, a todas luces visibles, fallas de nuestro modelo de desarrollo.


En el fragor del debate sobre la educación y el malestar, se ha hecho visible un déficit notable de nuestras conversaciones públicas. Las elites, tanto de izquierda como de derecha, persisten en pensar y describir nuestros problemas y desafíos desde una gramática de los polos: estado/mercado, individuo/colectivo, socialismo/capitalismo, libertad/igualdad o naturaleza/cultura. Es como si a estas alturas, el sistema binominal se hubiera traspasado también a la forma en que pensamos y debatimos sobre nuestro mundo en común. A ratos parecen haber solo dos alternativas, dos formas posibles de imaginar la sociedad y donde elegir uno u otro implica abandonar, claudicar, perder. Es como si Chile se jugara la suerte entre transformarse en la Venezuela chavista o en mantener las hoy, a todas luces, visibles fallas de nuestro modelo de desarrollo.

Desde la derecha, por ejemplo, muchas de las reflexiones sobre el reciente malestar se acercan peligrosamente a la dicotomía de la sociedad libre versus sus enemigos (ver, por ejemplo, las recurrentes columnas de opinión en El Mercurio sobre estos temas). ¿Se trata realmente de esto la discusión? ¿Estamos realmente ante una disyuntiva o se trata más bien de una trampa del lenguaje? ¿Hasta qué punto esta gramática del cara/sello ofrece realmente posibilidades para pensar soluciones a los problemas que enfrentamos: la desigualdad, el diseño institucional, el descontrol de los mercados, la educación o el deterioro del medioambiente?

[cita] Muchas de las reflexiones sobre el reciente malestar se acercan peligrosamente a la dicotomía de la sociedad libre versus sus enemigos (ver, por ejemplo, las recurrentes columnas de opinión en El Mercurio sobre estos temas). ¿Se trata realmente de esto la discusión? ¿Estamos realmente ante una disyuntiva o se trata más bien de una trampa del lenguaje? ¿Hasta qué punto está gramática del cara/sello ofrece realmente posibilidades para pensar soluciones a los problemas que enfrentamos: la desigualdad, el diseño institucional, el descontrol de los mercados, la educación o el deterioro del medioambiente? [/cita]

Cuesta no vincular esta forma de describir el mundo social, al trauma histórico de la generación que aún nos gobierna: la dictadura y la guerra fría. A fin de cuentas, la dialéctica del amigo/enemigo fue por décadas la forma natural de pensar y debatir sobre modelos de sociedad a nivel global. Y fue por tanto el eje articulador en la formación académica y política de muchos quienes dirigen el país. Se puede ir incluso más lejos y ver junto con Bruno Latour en este pensamiento dualista una de las claves del pensamiento de los modernos

¿Es esta cultura del blanco y negro la mejor forma que tenemos de pensar, nombrar e imaginar la sociedad en que queremos vivir? La forma específica en la cual distintas sociedades discuten, acuerdan y mejoran sus arreglos socioeconómicos y buscan soluciones a sus problemas públicos, no puede ser descrita adecuadamente desde una gramática bipolar. Ni los países escandinavos son monopolio del Estado de bienestar, ni el mundo anglosajón, la cuna del capitalismo descarnado. El diagnóstico y solución a los problemas que nos aquejan no implica en ningún caso tener que optar entre la Venezuela de Chávez y la Inglaterra victoriana.

Quizás un camino para matizar la fortaleza de este discurso maniqueo, se basa en cuestionar el carácter aparentemente esencial del mundo social que subyace a muchas de estas descripciones. Tal como muestra la sociología, no existen arreglos socioeconómicos ni soluciones naturales o evidentes para organizar nuestra vida en común. Un buen punto de partida debiera ser, por tanto, asumir que el mundo social no remite a ciertas esencias que deben ser defendidas a toda costa en los diseños institucionales; sino que, por el contrario, es el resultado de la operación cotidiana, del ensayo error, la variación, el cambio. Un buen ejemplo de esta dinámica viene de la sociología de los mercados. Frente a la lupa sociológica, la —para algunos natural— mano invisible, se muestra en realidad como una mano muy visible compuesta por una infinidad de actores, instituciones y materialidades que crean y mantienen este tipo de arreglos económicos que llamamos mercados. Los mercados, al igual que las burocracias, son construcciones humanas, son contingentes, y deben por tanto ser sujetas a un debate público sobre sus formas, usos y pertinencia.

Frente a la creciente complejidad de los problemas y soluciones que se requieren para avanzar como sociedad, extremar una  gramática del blanco/negro puede tener buen rendimiento a nivel mediático o político en el corto plazo. Cabría preguntarse, sin embargo, junto con Richard Rorty, que tan útiles son las descripciones y léxicos que estamos ocupando para pensar nuestra vida en común, sobre todo para describir y evaluar los desafíos que esta nos depara. No se trata de desideologizar el debate, sino, por el contrario, de enriquecer y pluralizar las descripciones que ocupamos cuando contrastamos visiones de sociedad.

Es curioso. Mientras la innovación se ha transformado en el valor y discurso de moda en ciertos ámbitos de la sociedad, paradojalmente se observa que falta aún muchísimo por innovar a nivel de los léxicos que ocupamos para pensar nuestros problemas en común. Así como el sistema de representación política y el sistema educacional parecen habernos quedado chicos, el léxico que estamos ocupando para conversar sobre nosotros mismos ya no da la talla.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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