Ni Twitter es Chile, ni los estudiantes la juventud. Proyectar desde ahí a la “opinión pública» es un error. La opinión pública está más allá de los comentaristas y habitantes de las redes sociales. Podemos buscar ahí porque hay más luz, porque es más fácil. Pero la opinión pública -sobre todo gracias al voto voluntario- queda en la esquina enigmática entre la oscuridad y la incertidumbre. La carrera no está ganada ni hay explicaciones absolutas que valgan.
Hace 500 días, la sociología interpretaba en las marchas de estudiantes la debacle del sistema. Lograba, a partir de detalles anodinos e insignificantes y remolados desde supuestos estadísticos del porte de un buque, conclusiones absolutas acerca del patíbulo en el que se encontraba «el sistema». Luego, la misma sociología encontraba argumentos para, primero, beatificar a los líderes del movimiento estudiantil y, segundo, demostrar que en este Nuevo Chile, Bachelet y la Concertación no tenían cabida.
500 días más tarde, los mismos intérpretes leen ahora en los resultados de las elecciones primarias del domingo la beatificación de la ex Presidenta, la fortaleza histórica de este «Chile Republicano» y la larga vida que espera a la Concertación y al modelo.
Parece que la sociología chilena ha formado en sus aulas toda una generación de pensadores tipo Pablo Huneeus, que logran interpretar desde un zapato roto debajo de la micro, la anomia, el sentido de la vida, el “de dónde venimos” y el “hacia dónde vamos”.
[cita]Ni Twitter es Chile, ni los estudiantes la juventud. Proyectar desde ahí a la “opinión pública» es un error. La opinión pública está más allá de los comentaristas y habitantes de las redes sociales. Podemos buscar ahí porque hay más luz, porque es más fácil. Pero la opinión pública —sobre todo gracias al voto voluntario— queda en la esquina enigmática entre la oscuridad y la incertidumbre. La carrera no está ganada ni hay explicaciones absolutas que valgan.[/cita]
Por ejemplo, la explicación de Alberto Mayol aparecida recientemente en El Mostrador («Bachelet como figura cristológica«) es impresionantemente inexacta. Como no hay explicaciones mejores para comprender la figura electoral descollante de Bachelet, se recurre y difunden explicaciones mesiánicas y mágicas. Pero estos sociólogos, en su naufragio de sentido, comienzan a explicar más como magos y menos como sociólogos lo que ocurre.
Porque decir que Bachelet ganó porque es «como una santa», es tan limitado como decir que el sol sale por las montañas porque Zeus es bueno. La frase me hizo recordar ese día en que tuve que dejar una constancia en Carabineros porque me abrieron el auto y robaron la radio. Me habían reventado las dos chapas de las puertas delanteras y no sólo una, algo inexplicable. Le cuento a la carabinera que toma mi declaración en la comisaría y le pregunto —esperando recibir una explicación técnica— «¿por qué me habrán reventado las dos chapas los ladrones?«, y ella me responde, con el ceño fruncido y la mirada fija, «porque son malos«. Claro, lógico, cómo no lo había pensado. Me dio una respuesta perfecta y total, simbólica y casi religiosa, una respuesta con la misma densidad académica que aquélla que dice que: «Bachelet gana en las elecciones porque es una figura mitológica«.
En definitiva, gracias a este tipo de interpretaciones sociológicas y políticas, en Chile pasamos de beatificación en beatificación, de la crisis del sistema y la santidad de los estudiantes a la representación política perfecta y pre moderna encarnada ahora en la imagen santificada de Bachelet. Y todo en tan sólo en 500 días. Pero ni tanto ni tan poco. Remojemos las neuronas en litio y demos otra vuelta de tuerca a las elecciones.
Desde mi punto de vista, lo ocurrido en las elecciones se parece a lo que le pasa a los alumnos porros cuando saben que les fue mal en una prueba y el profesor les entrega el examen corregido con un 4. El porro ve superadas sus expectativas y salta de felicidad, pero sigue siendo un porro y de ningún modo tiene asegurado pasar de curso.
En efecto, la Alianza y la Concertación tenían expectativas bajísimas. Iban a celebrar si participaba un millón y medio de personas. Fueron finalmente 3 millones. Les fue bien, aprobaron el control, pero la celebración ha sido un poco más que excesiva. Porque los resultados no se alejaron tanto de los vaticinios, por ejemplo, de la encuesta MORI que se la jugaba, precisamente, por ese millón y medios de votantes.
El desbarajuste lo provocaron —y es mi falseable hipótesis— los militantes de los partidos en disputa, que son unos 700 mil. Ellos, en cualquier encuesta nacional de opinión, son un grupo demasiado pequeño como para aparecer significativamente. Sin embargo, son los que con más seguridad irán siempre a votar. Por tanto, este grupo, inferior a un error muestral, se tiene que haber desplazado en masa a las urnas el domingo pasado y debe haber aumentado en casi un millón de votos las estimaciones de las encuestas. Considerar este grupo en las proyecciones debiera ser la primera lección de las primarias.
En definitiva, fue a votar el electorado militante más el electorado no militante duro —algo así como un millón y medio de personas—, con lo que sumaron más de 2 millones de votantes. Dicho de otro modo, esperaban sacarse un 3 y se sacaron un 4,5. Aprobaron, pero no han pasado de curso.
Ésta es la línea base con que parten Bachelet y Longueira. En esta prueba de expectativas, la candidata sacó un azul y el ex ministro un rojo. Ni más ni menos. En definitiva, a nivel del electorado global (sumados quienes fueron y no fueron a votar), Bachelet tiene un 12 % de votación en su línea de base. Ni tanto ni tan poco. De cristológica no mucho o, más bien, Cristilógica del Elqui, por el momento, al menos. Es un importante éxito, pero no un resultado «abrumador», como ha señalado la prensa con tanto entusiasmo.
Las lecciones de esta pasada son muchas para los intérpretes. Primero, que el voto voluntario nos obliga a renunciar a las certezas y a trabajar con muchos elementos de aproximación a la realidad. Las ciencias sociales y políticas deben agachar el moño y ser humildes ante la realidad y dejar a un lado los indicadores y explicaciones absolutistas.
Segundo, ni Twitter es Chile, ni los estudiantes la juventud. Proyectar desde ahí a la “opinión pública» es un error. La opinión pública está más allá de los comentaristas y habitantes de las redes sociales. Podemos buscar ahí porque hay más luz, porque es más fácil. Pero la opinión pública —sobre todo gracias al voto voluntario— queda en la esquina enigmática entre la oscuridad y la incertidumbre. La carrera no está ganada ni hay explicaciones absolutas que valgan.