Supongamos entonces, por un minuto, que Piñera es el gerente general de una empresa y que pide perdón a su directorio por dilapidar 30 mil millones de pesos, el equivalente a lo que este gobierno destinó al plan de mejoramiento de la calidad de la educación, o al Servicio de Salud de toda la isla de Chiloé en 2013. Si bien la magnitud del monto involucrado es, en sí mismo, un factor gravísimo a la hora de evaluar el perdón solicitado, no es el único antecedente relevante.
Siguiendo el análisis de Carlos Peña sobre el perdón en política, vale la pena preguntarse si el mejor modo de reaccionar frente al perdón de Piñera es entenderlo como un abuso del lenguaje, como una banalización de las palabras.
¿Por qué no tomar la dirección contraria y dar a las palabras el peso que se merecen? ¿Por qué no mejor tomarse en serio el perdón de Piñera (por difícil que parezca) y juzgarlo de acuerdo al merito de los antecedentes? De este modo, si le damos a las palabras el valor que les corresponde, quien las emite tiene que hacerse responsable de las consecuencias que conlleva su expresión.
El perdón supone —en primer lugar— asumir responsabilidad. Supone que me hago cargo de mis actos o de los actos de aquellos que de mí dependen. En segundo lugar, supone una interpelación. Yo pido perdón para someter a juicio de un tercero si merezco o no ser perdonado.
[cita]Piñera, mejor que cualquiera de nosotros, sabría qué sucedería con el gerente de alguno de sus directorios si viniera a pedir perdón por una negligencia de tal envergadura y por la falta de transparencia en el uso de la información. Pero el perdón funciona muy distinto en el mundo de la política y Piñera lo sabe bien.[/cita]
Perdonar requiere, a su vez, un acto de empatía. Debemos intentar ponernos en el lugar de quién lo solicita e intentar juzgar desde ahí si lo merece o no.
¿Debiéramos perdonar a Piñera?
Pongámonos, por un minuto, en la posición de Piñera y utilicemos las mismas herramientas que este gobierno ha utilizado en tantas ocasiones para evaluar y juzgar su desempeño y el de gobiernos anteriores. Estas son las herramientas de la gestión empresarial, es decir, evaluar el desempeño público a partir de estándares privados.
Supongamos entonces, por un minuto, que Piñera es el gerente general de una empresa y que pide perdón a su directorio por dilapidar 30 mil millones de pesos, el equivalente a lo que este gobierno destinó al plan de mejoramiento de la calidad de la educación, o al Servicio de Salud de toda la isla de Chiloé en 2013.
Si bien la magnitud del monto involucrado es, en sí mismo, un factor gravísimo a la hora de evaluar el perdón solicitado, no es el único antecedente relevante. Además se ha puesto en duda la credibilidad de esta empresa, al dejar en serio entredicho la forma en que lleva su propia contabilidad. No solo porque no se incluyó a casi un 10 % de la población en el Censo, sino que además porque cuando se informaron los resultados en Agosto de 2012 y en Abril de 2013, la información entregada fue sobre la base de totales de población, en circunstancias que los resultados eran sobre estimados.
Más aún, este gerente privó a su empresa de una información absolutamente relevante para su propio funcionamiento. Información, que por lo demás, se recopila cada 10 años. Hoy no sabemos con exactitud cuántos somos ni cómo nos distribuimos a lo largo del país.
Piñera, mejor que cualquiera de nosotros, sabría qué sucedería con el gerente de alguno de sus directorios si viniera a pedir perdón por una negligencia de tal envergadura y por la falta de transparencia en el uso de la información.
Pero el perdón funciona muy distinto en el mundo de la política y Piñera lo sabe bien. Mientras que en el mundo empresarial el perdón queda mal parado frente a la frialdad de los números; en política el perdón muchas veces se diluye debido a la indeterminación del sujeto interpelado.
Ahora bien, el punto es que en política el peso de las palabras depende del valor que nosotros, como ciudadanos, decidamos darle. Piñera ha pedido perdón, ha asumido su responsabilidad. Si le damos a las palabras el valor que se merecen nos correspondería juzgar a nosotros si merece ser perdonado o no. El punto es si vamos a evaluar seriamente el perdón solicitado en base a la gravedad de los antecedentes, o si lo dejaremos pasar como palabras vacías, como un simple artilugio político para salvar situaciones insalvables.