La razón de la izquierda para declinar la invitación no tiene nada que ver, por tanto, con una cuestión de conciencia, por más que las palabras perdón y moral hayan sido manoseadas en las últimas semanas a niveles francamente vomitivos. Ha sido su sentido práctico (y no su alto estándar moral) el que la ha movido a revivir este asunto con toda clase de mecanismos de resucitación, justamente porque la sitúa en posición de víctima, posición que en Chile reditúa en el ámbito personal y político.
Teresa Marinovic es Licenciada en Filosofía
El acto organizado por el Gobierno a propósito de los 40 años del Golpe no fue pensado como un festejo o como un homenaje. Eso es obvio no sólo por el tenor de las declaraciones recientes del Presidente, sino también por el juicio crítico que él mismo ha expresado (sostenidamente en el tiempo) respecto de ciertos hechos ocurridos durante el Gobierno Militar.
Obviamente, la interpretación de la historia que tiene el Presidente no coincide con la interpretación que tiene la izquierda, pero esa diferencia no pasa en ningún caso por la legitimación o justificación de las violaciones a los derechos humanos que, a estas alturas, son objeto unánime de repudio.
[cita]La izquierda demuestra, con actitudes como las que se ven en estas semanas, que sigue estimando legítimo exacerbar el odio como método de acción política. Que sigue dispuesta a tergiversar los hechos trayéndolos a colación sin ningún esfuerzo de contextualización que permita entenderlos y, sobre todo, prevenirlos. Que sigue pretendiendo imponerse electoralmente por la vía de denostar moralmente a sus adversarios.[/cita]
La razón de la izquierda para declinar la invitación no tiene nada que ver, por tanto, con una cuestión de conciencia, por más que las palabras perdón y moral hayan sido manoseadas en las últimas semanas a niveles francamente vomitivos.
Ha sido su sentido práctico (y no su alto estándar moral) el que la ha movido a revivir este asunto con toda clase de mecanismos de resucitación, justamente porque la sitúa en posición de víctima, posición que en Chile reditúa en el ámbito personal y político.
Y aunque tener sentido práctico, incluso desde el punto de vista electoral, no sea algo de por sí reprochable, lo es cuando el costo que se está dispuesto a pagar por el pragmatismo es la erosión de lo que hace posible la convivencia.
La izquierda demuestra, con actitudes como las que se ven en estas semanas, que sigue estimando legítimo exacerbar el odio como método de acción política.
Que sigue dispuesta a tergiversar los hechos trayéndolos a colación sin ningún esfuerzo de contextualización que permita entenderlos y, sobre todo, prevenirlos. Que sigue pretendiendo imponerse electoralmente por la vía de denostar moralmente a sus adversarios.
El acto organizado por el Gobierno a propósito de los 40 años del Golpe no fue pensado como un festejo o como un homenaje.
La izquierda lo sabe y si se resiste a participar en él es, simplemente, porque no le conviene y porque se alimenta y crece al alero de la división que este asunto suscita.
La derecha, por su parte, no termina de entender que no tiene posibilidad alguna de ganar si no es en un juego nuevo en el que las reglas las pone ella.