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Dice la verdad señora Matthei: usted no tiene que pedir perdón

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Carlos Durán Migliardi
Por : Carlos Durán Migliardi Dr. en ciencia política, Académico
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Usted debe explicar al país, puesto que quiere gobernar a todos los chilenos, si aprobaba la existencia de senadores designados y el rol garante de las fuerzas armadas. ¿Aprueba usted la democracia protegida, o no le quedó de otra que ceder al gradual y lento, demasiado lento, desmontaje de la institucionalidad pinochetista, frente a la presión política del país?


Hace unas semanas atrás, señora candidata, usted declaró -con aquella voz firme que a los miembros de mi generación nos rememora el tono marcial de otras épocas- que no existían razones para pedir perdón. “Yo tenía 20 años cuando fue el golpe, no tengo por qué pedir perdón”, fueron sus palabras textuales.

Y lleva razón Señora. Usted no tenía cargo alguno para aquellos años. Es más, para el día del Golpe padeció el bombardeo a La Moneda desde el exterior y seguramente, entre sus clases de piano, se fue enterando de algunas noticias a las que, comprensiblemente, no dio crédito. Usted, miembro de la familia militar, difícilmente podía creer en la existencia de campos de exterminio, de desapariciones, de torturas, de la quema de libros y de los allanamientos en esas poblaciones a las que, ha dicho más de alguna vez por televisión, usted era cercana en sus tiempos de hija de un simple aviador.

Seguramente, durante sus estudios de Economía, mientras su padre era Ministro de Salud y luego miembro de la Junta, usted se dedicó muy concienzudamente a su formación profesional. El ser electa como la mejor egresada de su generación tenía sus costos, seguramente pagados con muchas horas de estudio, poca vida social y nada de noches de juerga. Ciertamente, los toques de queda, frecuentes para su generación, le ayudaron en su ascética formación universitaria. Pero nobleza obliga: sus merecimientos debe haber tenido.

Es cierto: una joven estudiante, más aún si vive en la zona oriente de la capital, difícilmente podía enterarse de lo que ocurría un par de kilómetros al sur y al poniente de su barrio. Y seguramente su padre, querendón de su familia, no quiso contaminarla con información inquietante para vuestro joven espíritu. Nadie está obligado a lo imposible, dice el viejo refrán.

Usted misma ha declarado que, apenas fue enterándose de los crímenes de lo que llama “gobierno militar” o, para ser más precisos, de “particulares” que actuaron en su nombre o encubiertos bajo su alero institucional, usted hizo saber –vaya a saber a quién o a quiénes- su disconformidad con tales “excesos”. Me imagino que, a esas alturas, usted ya sabía que miembros de Carabineros secuestraron y degollaron a tres profesionales comunistas en 1985; lo más probable es que, con la información privilegiada con que -a su edad adulta- podía contar, supo que su ciudad, al sur y al poniente de su protegido barrio, era sitiada por militares; es altamente probable que, quizás escuchando alguna conversación familiar, se enterara que durante el paro del 2 y 3 de julio de 1986 una patrulla militar quemó vivos a dos jóvenes chilenos; es probable que se haya enterado de la Operación Albania, del crimen de Mario Martínez o de la represión en pleno centro de Santiago y en las plazas de Concepción, Antofagasta o La Serena, ciudad que usted tanto conoce y a la que tanto quiere. De los rutinarios y publicitados allanamientos en las poblaciones en busca de delincuentes comunes, eso sí, con toda seguridad supo.

[cita]Usted debe explicar al país, puesto que quiere gobernar a todos los chilenos, si aprobaba la existencia de senadores designados y el rol garante de las fuerzas armadas. ¿Aprueba usted la democracia protegida, o no le quedó de otra que ceder al gradual y lento, demasiado lento, desmontaje de la institucionalidad pinochetista, frente a la presión política del país?[/cita]

Sólo por curiosidad: ¿sintió el aroma de las lacrimógenas?; ¿escuchó los helicópteros a baja altura?; ¿vio alguna imagen de un militar con camuflaje?; ¿observó en alguna ocasión a los gurkas en plena acción?; ¿se enteró de la existencia de la Vicaría de la Solidaridad y su labor de defensa de los Derechos Humanos?; ¿sintió los disparos en las noches de protesta?; ¿supo del crimen de André Jarlan?; ¿tuvo información acerca de la existencia de centros de tortura ya bien entrados los ochenta?; ¿supo de la célebre distinción entre “humanos” y “humanoides”? Se lo pregunto, puesto que usted misma ha declarado saber de los mentados crímenes, aunque no tengo claro de cuáles específicamente. Ni tampoco Chile tiene claro cómo fue que se enteró, si por medio de las tímidas revistas de oposición, o haciendo uso de sus familiares accesos a lo más granado del poder político-militar-económico de esos años. ¿Qué le ocurrió al enterarse?

Cargando con todo aquello que usted dice haber sabido, decidió apoyar activamente al dictador en su campaña por un nuevo período de ocho años. A mis 14 años de entonces, se me hubiera vuelto difícil entender su argumento continuista: para mí corta e ingenua edad, los criminales eran criminales. Y a los criminales se les dice que NO. Pero usted lo hizo para asegurar una transición ordenada, sin que los marxistas y democratacristianos actuaran con ánimo de revancha y pudieran poner en peligro la sólida economía pinochetista. Y es que claro, ya en 1988 usted seguramente conocía de los abundantes motivos para pensar en una venganza que, para su satisfacción, no llegó.

Usted dice que no tiene motivos para pedir perdón y lleva razón. Usted no apretó el gatillo, usted no aplicó la picana ni pilotó los aviones que, según indagó Cheyre, lanzaron cuerpos muertos al mar. Usted no dio ninguna orden. Usted no ocupó ningún cargo público, como sí lo hicieron algunos de sus socios como Alberto Cardemil, Patricio Melero o Jovino Novoa, sólo por nombrar a tres conspicuos pinochetistas en ejercicio. En esos casos, ¿debieran sus colegas pedir perdón?

Es cierto: usted no debe pedir perdón. Sería inocuo que lo hiciera. Banal. Casi irrespetuoso para con su historia y la de las víctimas del régimen que usted apoyó. Por lo demás, algunos miembros de su sector tales como Lavín, Chadwick y Hernán Larraín ya lo han hecho, aún cuando lo hayan hecho con una serie casi infinita de cláusulas, notas al pie, advertencias, demandas de reciprocidad, llamados a la contextualización histórica y acotaciones varias. El perdón es una cuestión de consciencia interior, y quien no siente que deba pedirlo sería cínico si lo hiciera. Y usted, mujer con carácter, no creo que esté dispuesta a ello.

No es perdón lo que usted debe ofrecer. Más bien, y de ello sí que no puede reclamar juventud ni mirar para el lado, lo que debe hacer es explicar a Chile por qué, con todo lo que usted dice saber y declama haber condenado, resistió como legisladora a cuanto reclamo de justicia se produjera durante la década de los noventa. Usted debe explicar a Chile, puesto que desea ser Presidenta de la República, por qué omitió la condena ante los actos de amedrentamiento y las amenazas a la naciente institucionalidad democrática que el dictador, parapetado en la Comandancia en Jefe, lanzaba de cuando en cuando – no hace cuarenta, sino que hace menos de 20 años atrás-. Usted debe explicar su activo, militante y vociferante rechazo a la detención de Pinochet en Londres bajo la acusación de crímenes contra la humanidad. Usted debe explicar su amorosa adhesión a quien, ya en democracia, celebraba como una “economía para el país” el hallazgo de cuerpos enterrados en un mismo ataúd.

Usted debe explicar al país, puesto que quiere gobernar a todos los chilenos, si aprobaba la existencia de senadores designados y el rol garante de las fuerzas armadas. ¿Aprueba usted la democracia protegida, o no le quedó de otra que ceder al gradual y lento, demasiado lento, desmontaje de la institucionalidad pinochetista, frente a la presión política del país?

Señora Matthei, ¿estaría dispuesta usted a someter a la deliberación de los ciudadanos chilenos, aquellos a los que usted desea gobernar, aquella institucionalidad instaurada a sangre y fuego?; ¿estaría usted dispuesta a otorgarle a todos los chilenos esa oportunidad, sin trampa binominal mediante?; ¿estaría dispuesta a una Asamblea Constituyente que, con plenas garantías para todos, logré reconciliar a los chilenos con sus instituciones republicanas?; ¿O acaso, sería importante saberlo, ve usted en la participación activa de los ciudadanos aquel eventual peligro de producción de un contexto que, para los miembros de su sector, todo puede explicarlo?

¿Es usted una demócrata Señora Matthei? No se ocupe de pedir perdón, e intente convencer al país de ello.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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