El Estado debe promover la vida de pareja de proyectos comunes estables y ayudar a quienes fracasan, por distintos motivos, en ello, dando nuevas oportunidades. Es lo que esperamos para una sana y rica convivencia, basada en el respeto mutuo y en el compromiso. Debe integrar por lo tanto, dando reconocimiento civil, a proyectos de vida común de homosexuales y lesbianas.
El ejercicio de una vida sexual sana y activa tiene su mejor espacio para desarrollarse (más integrado y humanizador) en el contexto de relaciones de pareja con un proyecto común en el tiempo y que sean apoyadas por el medio socio-cultural. Esto es reconocido entre los chilenos, en particular entre una gran mayoría de los jóvenes, hay en efecto una apertura a comprender que esto no se restringe sólo a las relaciones heterosexuales, sino que comprende también a aquellas homosexuales. Sin embargo, este cambio es resistido, denigrado, atacado, por grupos sociales con discursos frágiles (más bien demagógicos), con poco sostén argumental y con «verdades absolutas» que carecen de una clara raíz.
Se escucha con frecuencia decir en relación a las personas homosexuales: ‘te aceptamos, te escuchamos, pero no te permitimos desarrollarte ni realizarte’.
Hay un claro Impulso evangélico a integrar a los excluidos de todo tipo: enfermos, samaritanos, leprosos, etc. Gays y lesbianas, personas sexualmente diversas, son excluidos históricos: el acto homosexual es tildado de contra natura, es mal vista la expresión pública de cariño entre gays, las parejas estables no tienen reconocimiento civil que asegure ciertos beneficios, etc. Hoy sabemos algo más de la homosexualidad, aunque todavía no lo suficiente. Por lo pronto, sabemos que el 10% de la población es “diverso”, que en todos nosotros hay femenino y masculino, que se trata de una condición más que de una elección, que no hay estudios que muestren que la crianza de padres/madres del mismo sexo produce daño en la madurez del niño/a…. hay mucha información acumulada que derriba mitos, prejuicios e ignorancia del pasado, sobre las cuales se han edificado «castillos» morales y códigos jurídicos.
[cita]Es necesario distinguir entre el orden civil y el orden religioso. Es decir, tener clara la separación Iglesias/Estado. Desde la perspectiva cristiana, la distinción no significa sin más una separación de contraposición. En todo caso, el asunto que aquí nos ocupa pertenece al orden civil, no al eclesiástico. En ambos órdenes, la Iglesia fija sus doctrinas morales, en el horizonte del respeto irrestricto a la conciencia de creyentes y no creyentes. La conciencia es la que manda. [/cita]
La cultura ha ido cambiando, pero aún tenemos carencias que afectan a las personas homosexuales, inclusive con frecuencia estas son provocadas por personas homosexuales que no han asumido su condición sexual y la mantienen reprimida, ejerciendo violencia sobre otros como ellos, pero que sí la viven.
Son déficits vinculados al respeto, a la empatía y al amor; grupos sociorreligiosos siguen excluyendo y avergonzándose de las parejas homosexuales, las ven como una ‘lepra’ que puede afectar sus vidas y sus familias; para variar, experimentamos gran dificultad para ponernos en el lugar del «otro» (del homosexual) y, por lo tanto, no los amamos como personas –lo que implica no reconocer su dignidad, su igualdad y el trato justo–. Hay una gran ceguera al respecto, como la hubo por siglos acerca de la relación sexual heterosexual.
Es necesario distinguir entre el orden civil y el orden religioso. Es decir, tener clara la separación Iglesia/Estado. Desde la perspectiva cristiana, la distinción no significa sin más una separación de contraposición. En todo caso, el asunto que aquí nos ocupa pertenece al orden civil, no al eclesiástico. En ambos órdenes, la Iglesia fija sus doctrinas morales, en el horizonte del respeto irrestricto a la conciencia de creyentes y no creyentes. La conciencia es la que manda.
Recordemos, además, que la revelación divina está mediada humanamente: la Biblia es un texto inspirado y no redactado inmediatamente por Dios. La interpretación de la Palabra de Dios, por tanto, hay que hacerla “razonadamente”, de acuerdo a los conocimientos que la humanidad va también desarrollando; si su conciencia se va ampliando, con mayor razón son «nuevas» verdades las que se van develando (por ejemplo, el matrimonio, hace siglos, debido a la relación sexual, era visto casi como pecaminoso, un remedio para la concupiscencia y no como un camino de realización y santidad).
El Estado debe promover la vida de pareja de proyectos comunes estables y ayudar a quienes fracasan, por distintos motivos, en ello, dando nuevas oportunidades. Es lo que esperamos para una sana y rica convivencia, basada en el respeto mutuo y en el compromiso. Debe integrar, por lo tanto, dando reconocimiento civil, a proyectos de vida común de homosexuales y lesbianas. La determinación de si ello es matrimonio o no lo es, no nos parece un asunto de principio. La conceptualización va respondiendo a la experiencia humana y no es un a priori intangible. Esto también vale para la conceptualización de la verdad revelada.
Así como ocurre con la discriminación hacia los homosexuales, esta se ve reflejada también en el desprecio hacia los inmigrantes (culpabilizándolos de los «males» de la sociedad), las personas de otros estratos sociales o grupos étnicos (no queriendo vivir cerca de ellos), o de comunidades religiosas minoritarias (tildándolos con facilidad de «fanáticos»). Muchas de estas actitudes (valóricas) se fraguan en la familia, en los templos y en las escuelas, el lenguaje, las conductas y los juicios, van modelando la vida de muchos de estos niños, que luego serán el reflejo de lo que han recibido.
Esperamos aportar desde el hogar, la escuela y las Iglesias a una sociedad más humana, armónica, tolerante y respetuosa, y si efectivamente nos preocupa la dignidad del ser humano y la verdad es que tenemos tantas expresiones groseras y evidentes que denuestan a las personas y dañan sus vidas, como lo son, por ejemplo, las injusticias sociales, las vulneraciones de derechos y las faltas de oportunidades sostenidas por vergonzosos índices de desigualdad. Hay mucho trabajo por delante para superar la acentuada discriminación y los añejos prejuicios incubados cultural y religiosamente en nuestro país, trabajemos para que eso no nos siga privando de libertad y para que nuestra complicidad no los siga alimentando, en particular desde nuestros propios hogares, barrios, escuelas, templos y trabajos.