Parece, entonces, haber demasiados factores que promueven un cierto acomodo del socialismo como para pensar que se trae entre manos el poder o la intención de plantear y empujar el fin del modelo. La candidatura presidencial de la centroizquierda chilena es tal vez la mejor demostración de este estado de cosas.
En una reciente columna en este mismo medio, Alberto Mayol describe el patrón y los mecanismos socioeconómicos y políticos según los cuales ha funcionado Chile desde 1974 hasta la fecha. En los últimos tiempos, los movimientos sociales, según explica, han dejado al descubierto la auténtica e indeseable naturaleza del modelo capitalista chileno. Se trata de un modelo de “rentistas primitivos” que está en las últimas. “Su tiro de gracia”, sigue discurriendo el académico, está en manos del socialismo chileno y Michelle Bachelet “está a cargo” de ello. Pero Mayol –por fin– se equivoca.
En un sistema electoral mayoritario como el chileno, se debe ceder para formar mayorías y, ya en el Congreso, se tendrá siempre el veto de la segunda mayoría conservadora, a la que el sistema protege electoralmente y con altos quórums, para reformar las normas legales que podrían siquiera enmendar el “modelo”. El Partido Socialista de Chile no ha superado el 12,24% de la votación nacional en las últimas cuatro elecciones de concejales y el 10,05% en las últimas tres para la Cámara Baja. Así, el socialismo local no tiene el poder suficiente para hacer la tarea que Mayol le asigna.
Por otro lado, tampoco es claro que el socialismo chileno tenga la intención de poner fin a eso que Mayol llama “el modelo”. Después de 1990, dos de los partidos políticos históricamente movilizadores (uno de los cuales es el propio Partido Socialista) dejaron de serlo y se abocaron a gobernar. Así fue como la movilización social, que acostumbraba a seguir el liderazgo partidario, dejó de tener relevancia política después de la recuperación de la democracia. Sin la contingencia de la movilización social y con un régimen legal que tiende a la inmovilidad, el acomodo dentro del sistema instalado en dictadura se fue haciendo casi natural durante las dos últimas décadas.
[cita]Tampoco es claro que el socialismo chileno tenga la intención de poner fin a eso que Mayol llama “el modelo”. Después de 1990, dos de los partidos políticos históricamente movilizadores (uno de los cuales es el propio Partido Socialista) dejaron de serlo y se abocaron a gobernar. Así fue como la movilización social, que acostumbraba a seguir el liderazgo partidario, dejó de tener relevancia política después de la recuperación de la democracia. Sin la contingencia de la movilización social y con un régimen legal que tiende a la inmovilidad, el acomodo dentro del sistema instalado en dictadura se fue haciendo casi natural durante las dos últimas décadas.[/cita]
Finalmente, el socialista no fue un partido político ideológicamente alineado durante los tiempos de la Guerra Fría y menos necesidad ha tenido de serlo desde 1990 en adelante. Hay allí liberales y conservadores en prácticamente cualquier área de la vida pública. Así, la sola historia del socialismo chileno es suficiente para rechazar cualquier pretensión de cohesión en el ideario. La actual perplejidad ideológica de las izquierdas sólo confirma que no existe allí una alternativa consistente al modelo que se ideó en dictadura.
Es en ese panorama en el que se construyó la agenda en Chile hasta el 2006. La ortodoxia económica neovictoriana instalada en el país por la dictadura a fines de los 70 –como en ningún otro lugar del mundo y bajo el alero de la cual el país ha crecido al mismo tiempo que se ha segregado ostensiblemente– ha sido muy moderadamente desafiada por el socialismo y sigue siendo claramente identificable en ámbitos tan relevantes de la vida pública como la educación en todos los niveles, la explotación de recursos naturales, el sistema de pensiones, el régimen tributario y la regulación del mercado financiero.
Parece, entonces, haber demasiados factores que promueven un cierto acomodo del socialismo como para pensar que se trae entre manos el poder o la intención de plantear y empujar el fin del modelo. La candidatura presidencial de la centroizquierda chilena es tal vez la mejor demostración de este estado de cosas.
Sin embargo, el actor relevante hoy no es el socialismo chileno, sino una sociedad creciente, inédita y autónomamente movilizada, que ha sido capaz de marcar la agenda en el último par de años, a pesar de los partidos políticos. El socialismo chileno no está entonces en la posición que Mayol le asigna, sino frente a una encrucijada.
La idea de que la historia la hacen los pueblos no es fruto de una ideología radical, sino más bien parte del pensamiento democrático occidental. Esa idea es también parte del indudable acervo ideológico del Partido Socialista.
Entonces, si hay evidentes señales de que el pueblo de Chile está desafiando el modelo socioeconómico y político instalado en dictadura, el fin del modelo no está en manos socialismo chileno. Los socialistas enfrentan un dilema un tanto distinto: tomarse en serio la soberanía del pueblo y ser parte activa del desafío al modelo como uno de sus agentes, o seguir cuidando su burocrático doce por ciento; mientras dure.