En oposición a aquellos que apuestan por la despolitización de la política, hay quienes reivindican el valor de lo político. Quienes sostienen esta posición no rehúyen del conflicto. No lo consideran como algo que deba subordinarse, reprimirse o sujetarse a otros criterios. Por el contrario, consideran que es parte esencial y constitutivo de la política y como tal debe expresarse en este espacio de deliberación.
Cuando el discurso sobre la renovación de la política se encuentra instalado en el debate presidencial, vale la pena hacer ciertas distinciones para entender quién es quién en dicho debate. Y si de renovación política se trata, lo fundamental es entender qué es precisamente aquello que se quiere renovar. En otras palabras, de qué estamos hablando cuando hablamos de política.
Desde la dictadura y hasta la fecha se ha instalado un discurso amplio y sostenido de negación de lo político en Chile. Quienes miran la política con escepticismo y desconfían de sus fines y métodos tienden a subordinarla a resultados medibles, a criterios racionales que permitan visualizar los costos y beneficios de la administración de lo común. Para ellos, en el Estado debe primar la experticia por sobre el criterio político. Sólo la racionalidad del tecnócrata lograría –de acuerdo a esta posición– domesticar la incontinencia del político. Renovar la política consiste, desde esta perspectiva, en despolitizarla.
La derecha implementó la idea de la despolitización de la política en Chile. Ya en el año 1974, la junta militar en su declaración de principios indicaba la “necesidad de asegurar la despolitización de todas las sociedades intermedias entre el hombre y el Estado”. Si el propósito original fue despolitizar a los gremios, con el correr de los años este se expandió al aparato mismo del Estado. En efecto, la Constitución del 80 redujo a los partidos políticos a una función clientelar y al parlamento –el órgano deliberador por excelencia– a un aparato esclerótico y disfuncional. No es por nada que ambas sean hoy de las peores instituciones evaluadas en el país.
[cita]Bachelet no sólo ha evadido la discusión, sino que nuevamente desaprovecha una oportunidad histórica (con un liderazgo claro, una derecha completamente derrotada y un movimiento social consolidado) para comprometer un programa de ajustes mayores. Esta vez Bachelet subordina lo político a la racionalidad electoral, intentando dejar contentos a empresarios, trabajadores y estudiantes. Prefiere relegar sus ideas y convicciones antes que enemistarse con algunos. Si Bachelet prefiere evadir el conflicto (que es propio del quehacer político) por motivos electorales, no nos extrañemos que en su gobierno vuelva a subordinarlo a otro tipo de razones.[/cita]
En estas elecciones Matthei es la heredera natural del modelo de la despolitización inaugurado por la dictadura. La derecha, sin embargo, no tiene el monopolio de esta forma de entender la política. La Concertación administró este modelo por 20 años y terminó por acomodarse de tal forma a él, que hoy ni siquiera se da cuenta de que la concepción política que encarna ha hecho crisis en Chile.
Bachelet ha llegado más lejos que cualquier otro líder concertacionista en este plano. Y es que la despolitización requiere de un líder desprovisto de ideas o al menos uno que tenga la capacidad de relegarlas a un segundo o tercer plano. Sólo así las decisiones pueden quedar bajo el control de los expertos. Su primer gobierno está plagado de ejemplos en los que decidió renunciar a su poder político y delegarlo a las manos de expertos. Quizás la imagen más emblemática es la de los «brazos alzados» cuando, en vez de proponer una reforma ambiciosa en materia educacional, eludió el conflicto y en un «gran acuerdo nacional» reprodujo el modelo heredado de la dictadura. De ese modo, puso una bomba de tiempo que derivó en la radicalización del movimiento estudiantil.
En esta campaña Bachelet no sólo ha evadido la discusión, sino que nuevamente desaprovecha una oportunidad histórica (con un liderazgo claro, una derecha completamente derrotada y un movimiento social consolidado) para comprometer un programa de ajustes mayores. Esta vez Bachelet subordina lo político a la racionalidad electoral, intentando dejar contentos a empresarios, trabajadores y estudiantes. Prefiere relegar sus ideas y convicciones antes que enemistarse con algunos. Si Bachelet prefiere evadir el conflicto (que es propio del quehacer político) por motivos electorales, no nos extrañemos que en su gobierno vuelva a subordinarlo a otro tipo de razones.
En oposición a aquellos que apuestan por la despolitización de la política, hay quienes reivindican el valor de lo político. Quienes sostienen esta posición no rehúyen del conflicto. No lo consideran como algo que deba subordinarse, reprimirse o sujetarse a otros criterios. Por el contrario, consideran que es parte esencial y constitutivo de la política y como tal debe expresarse en este espacio de deliberación. Para esta posición, renovar la política no sólo se reduce a atacar los abusos de poder, sino que propone reivindicar esta actividad como el lugar donde se enfrentan ideas y visiones de mundo.
Si en esta campaña hay alguien que entiende que la renovación de la política pasa por una reivindicación del concepto de lo político y no exclusivamente por un cambio de cuadros políticos, ese es Marco Enríquez-Ominami. Ya en el año 2009, ME-O cambió la geometría del discurso al reemplazar el debate sobre quién era más competente para gobernar, por un programa que contenía reformas sustanciales en tres dimensiones: reforma educacional, reforma tributaria y reforma política. ME-O introdujo en la política chilena un debate de fondo; un debate que no buscaba convencer a todos, sino que articulaba distinciones profundas en la forma en que entendemos la vida en común.
En esta campaña y en condiciones muchísimo más complejas, Enríquez-Ominami ha insistido en la diferenciación. Antes que todo ha puesto en la mesa sus convicciones; convicciones que hoy se encuentran articuladas en un programa de gobierno cuidadosamente trabajado y respaldado por un partido político que ha construido en silencio. Desde allí emerge una opción que no sólo nos propone reformas sustanciales al modelo, sino que además nos invita a reivindicar el concepto de lo político, a devolverle su significado después de 30 años de aguda despolitización.