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La epidemia de muertos por accidentes de tránsito

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Julio Urzúa Negrete
Por : Julio Urzúa Negrete Ex Secretario Ejecutivo CONASET Director para América Latina de International Road Assessment Program
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Las cifras son elocuentes, y evidencian que Chile enfrenta una epidemia de proporciones, una epidemia oculta y silenciosa, que afecta profundamente y de manera irreparable a miles de familias, las cuales ven partir a uno o más de sus seres queridos en los mal llamados accidentes de tránsito. El drama es literalmente inconmensurable, porque en muchos casos las víctimas son además el sostén de la familia, y ello genera un impacto no sólo emocional, sino que también económico en el núcleo del grupo familiar.


Al igual que en el año 2012, en este último fin de semana largo 18 personas perdieron la vida en siniestros de tránsito. Esta lamentable cifra viene a sumarse a las 1.348 personas fallecidas en Chile hasta el 29 de octubre de 2013, 100 personas más que el año pasado a igual fecha. Pero lo más triste es que esta noticia no generó más impacto que unos cuantos párrafos en uno que otro periódico de circulación nacional. La razón de esta indiferencia social es muy simple: ya estamos acostumbrados y nos parece que las decenas de muertes que ocurren en nuestras vías públicas corresponden a una situación “natural”. En otras palabras, hemos naturalizado muertes que son del todo evitables.

Esta indolencia en la que hemos caído como sociedad frente a una epidemia que se lleva miles de vidas de compatriotas año a año, se debe en parte a que estas violentas muertes se siguen considerando erróneamente como “accidentes”. Es decir, a pesar del amplio consenso existente en la comunidad mundial acerca de que los siniestros de tránsito no son accidentes, sino que, por el contrario, tienen causas conocidas y, por lo tanto, son evitables, en Chile curiosamente los seguimos considerando como hechos fortuitos, producto del destino o de la mala fortuna.

La vergonzosa cifra de fallecidos en Chile viene a engrosar los más de 1.3 millones de personas que fallecen en siniestros de tránsito año a año en el mundo, de los cuales el 80% pertenece a países de ingresos medios, y en los cuales sólo están registrados el 50% de los vehículos a nivel mundial.

[cita]Las cifras son elocuentes y evidencian que Chile enfrenta una epidemia de proporciones, una epidemia oculta y silenciosa, que afecta profundamente y de manera irreparable a miles de familias, las cuales ven partir a uno o más de sus seres queridos en los mal llamados accidentes de tránsito. El drama es literalmente inconmensurable, porque en muchos casos las víctimas son además el sostén de la familia, y ello genera un impacto no sólo emocional, sino que también económico en el núcleo del grupo familiar.[/cita]

Las cifras son elocuentes y evidencian que Chile enfrenta una epidemia de proporciones, una epidemia oculta y silenciosa, que afecta profundamente y de manera irreparable a miles de familias, las cuales ven partir a uno o más de sus seres queridos en los mal llamados accidentes de tránsito. El drama es literalmente inconmensurable, porque en muchos casos las víctimas son además el sostén de la familia, y ello genera un impacto no sólo emocional, sino que también económico en el núcleo del grupo familiar.

Los países  que logran reducir su siniestralidad de tránsito no sólo están mejorando la calidad de vida de sus habitantes, sino que además están generando un fuerte ahorro económico para la sociedad en su conjunto. Los siniestros de tránsito colocan una enorme presión sobre los sistemas de salud, los cuales deben enfrentarse a diario con esta epidemia, incurriendo en costos millonarios que podrían invertirse en otras áreas de desarrollo para el país. Los costos de los siniestros alcanzan globalmente 500 mil millones de dólares y, en promedio, cada país incurre en gastos que oscilan entre el 1% y el 2% del Producto Interno Bruto. El problema entonces no es sólo del sector público o del gobierno de turno, sino que es un problema de toda la sociedad.

Desafortunadamente, a nivel mundial los avances hasta la fecha son desiguales y nada de alentadores; pues mientras la gran mayoría de los países de ingresos altos avanzan a pasos agigantados, logrando reducir el número de muertes, la mayoría de los países de ingresos medios y bajos hacen exactamente lo contrario, es decir, siguen experimentando aumentos significativos en el número de fallecidos en siniestros de tránsito. Esta disparidad se refleja más nítidamente al analizar las tasas de muertes por lesiones de tránsito por cada 100.000 habitantes. Pues mientras las tasas en América Latina y África ascienden a 16.1 y 24.1 respectivamente, Europa se aleja enormemente, ostentando una tasa de 10.3.

¿Qué ocurre en Chile? En nuestro país se siguen perdiendo más de 1.500 vidas año a año producto de siniestros en las vías. Se han aprobado modificaciones a la ley de tránsito, las cuales han incorporado, por ejemplo, la obligatoriedad del uso del cinturón de seguridad en los asientos traseros de los vehículos y el uso de sillas para niños, el uso de cascos para ciclistas en zonas urbanas, el uso de sistema de manos libres para hablar por celular. Se han aprobado leyes como la de tolerancia cero al alcohol y conducción. No obstante, sin una adecuada y permanente fiscalización todas esas normas son letra muerta. A modo de ejemplo, estudios actuales indican que el uso del cinturón de seguridad en los asientos traseros de los vehículos no supera el 3%.

En consecuencia, es fundamental que exista mayor fiscalización y control de las normas vigentes, es urgente comenzar  con la utilización de dispositivos automatizados para el control de velocidad en zonas urbanas e interurbanas (fotorradares).

Pero lo anterior no basta, se debe también mejorar la señalización y seguridad de las calles y carreteras, y crear facilidades explícitas para el desplazamiento seguro de usuarios vulnerables de las vías (ciclistas y peatones). La importación y regulación de vehículos nuevos con altos estándares de seguridad activa y pasiva es clave para disminuir la probabilidad de un siniestro y la severidad del mismo. Una mayor educación y cultura vial, son elementos indispensables para mejorar las conductas de los usuarios. Estas, entre otras medidas, son urgentes de aplicar en nuestro país.

Existen soluciones. El reto es implementarlas para detener esta gran epidemia que se está llevando a más de un millar de personas año a año ante nuestra impávida mirada.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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