El 15 de diciembre, para decidir si anular o votar por Bachelet –es una buena idea ir y marcar AC en cualquier caso–, creo que habría que hacerse la siguiente pregunta: ¿Las movilizaciones sociales de los próximos cuatro años, serán respaldando o combatiendo la agenda del gobierno? Si luego de estas semanas de campaña de segunda vuelta me convenzo de que la agenda del gobierno será tal que las movilizaciones serán en respaldo, yo votaría por ella.
Salvo el altísimo nivel de abstención, la reciente elección trajo en general buenas noticias para las fuerzas transformadoras. Primero, la derecha tuvo una muy baja votación, lo que hace prácticamente imposible su triunfo en segunda vuelta. Segundo, los candidatos que representaban una mayor vocación transformadora (Enríquez-Ominami, Claude, Miranda y Sfeir) sumaron en torno al 17%. Tercero, los resultados parlamentarios configuran una amplia mayoría para el centro y la izquierda y dan cuenta de un debilitamiento del conservadurismo al interior de la Nueva Mayoría, generando una situación inestable para los amarres constitucionales de la dictadura. Por último, cuatro de los ex dirigentes estudiantiles, aún en sus distintas estrategias electorales, han conseguido ser electos con importantes votaciones, lo que confirma el apoyo de la ciudadanía a las ideas fuerza del movimiento del que ellos fueron parte.
Aunque para el comando de Matthei haya sido un motivo de celebración su paso a la segunda vuelta, no es claro que ésta fuese una buena noticia para las posición estratégica de la derecha como bloque. Dado el bajo nivel de adhesión que genera Matthei en su sector y la ausencia de elecciones parlamentarias, es muy probable que el 15 de diciembre la derecha sufra una derrota histórica. Más de algún empresario del sector deber estar lamentando que Bachelet no ganara en primera vuelta por un estrecho margen.
Así las cosas, dado el debilitamiento electoral y político de la derecha y la importante votación obtenida por las candidaturas que expresaban una mayor voluntad de cambio (denominadas «alternativas»), esta segunda vuelta será muy distinta a las tres anteriores. Esta vez el tema principal para la centro-izquierda y su candidata, no es cuál es la estrategia para ganar, pues sabemos que se ganará de cualquier modo. Ahora la pregunta es cómo se quiere ganar. La pregunta para Bachelet es si ganará sin cambiar un ápice su programa y estrategia, ganando con «el vuelito», o si lo hará apostando a conquistar el voto y la confianza de quienes en primera vuelta cuestionaron su vocación transformadora.
Si la apuesta fuese esta última, es decir, si Bachelet decidiera ganar entusiasmando a aquel sector que en primera vuelta le informó que su programa no era suficiente, la candidata podría dar dos tipos de señales.
[cita]La particularidad de esta segunda vuelta es que Bachelet tiene la inédita oportunidad de abandonar ciertas ambigüedades sin necesidad de comprometer su elección. En otras palabras, la novedad es que Bachelet no tiene excusas electorales para afirmar algunos de sus compromisos, ampliar la agenda hacia otros temas ausentes y aclarar cuál va a ser su estrategia política en aquellas reformas donde no están los votos en el Parlamento.[/cita]
Por una parte, Bachelet podría precisar ciertos vacíos de su estrategia política, clarificando el «cómo». En este sentido, podría ser sumamente informativo que Bachelet nos dijera qué piensa de la Asamblea Constituyente. Que en vez de repetir esa cuidadosa frase «no está descartado ningún mecanismo institucional», nos dijera qué piensa de esta opción: si cree que es un mecanismo ideal (porque –por ejemplo– es el más democrático), si lo ve como un buen plan B si no se logran los cambios en el Congreso (escenario probable dada la configuración del Parlamento) o si para ella decir «institucional y participativo», como especifica en su programa, descarta tal Asamblea. Esto nos permitiría que, en vez de debatir qué es lo que en realidad quiere decir Bachelet, debatiéramos si estamos de acuerdo o no con su postura. Al menos se podría comprometer a lo que dijo Carlos Montes, quien afirmara recientemente «ante la falta de quórum, es posible la vía del plebiscito para cambiar la Constitución».
Por otra parte, una segunda señal posible para entusiasmar a ese 17%, podría ser el incluir o profundizar ciertos temas en su programa de gobierno. Por ejemplo, el programa es sumamente débil en la agenda laboral, donde el mensaje a los empresarios parece ser les subiremos los impuestos pero no alteraremos las relaciones de poder al interior de la empresa. Esta concesión no parece razonable, sobre todo considerando que, dado el resultado en la elección parlamentaria, los votos están –si se quiere– para lograr un cambio estructural al código laboral de la dictadura. El programa tampoco dice nada sustantivo de cómo el país va a dejar de regalar la renta de sus recursos mineros a empresas transnacionales, lo que contrasta con que en la última encuesta CEP un 83% dijera que está a favor de la nacionalización del cobre. La lista es larga, pero estos dos ejemplos ilustran caminos posibles para dar esta señal.
De este modo, la particularidad de esta segunda vuelta es que Bachelet tiene la inédita oportunidad de abandonar ciertas ambigüedades sin necesidad de comprometer su elección. En otras palabras, la novedad es que Bachelet no tiene excusas electorales para afirmar algunos de sus compromisos, ampliar la agenda hacia otros temas ausentes y aclarar cuál va a ser su estrategia política en aquellas reformas donde no están los votos en el Parlamento.
En un contexto sin excusas y donde parece haber pocas restricciones, podremos aprender mucho de las verdaderas intenciones de Bachelet. Estas semanas nos entregarán la información faltante para decidir el voto a quienes más de una vez hemos llamado a votar por la Concertación en la segunda vuelta frente a la posibilidad real de que la derecha llegara al poder, pues creímos (y seguimos creyendo) que el conglomerado de centro-izquierda representa un mejor proyecto para Chile, pero que hoy, donde por suerte no existe ese riesgo, sólo votaríamos por Bachelet si nos convencemos de que su segundo gobierno puede ser el primer paso en desmantelar la institucionalidad neoliberal.
El 15 de diciembre, para decidir si anular o votar por Bachelet –es una buena idea ir y marcar AC en cualquier caso–, creo que habría que hacerse la siguiente pregunta: ¿Las movilizaciones sociales de los próximos cuatro años, serán respaldando o combatiendo la agenda del gobierno? Si luego de estas semanas de campaña de segunda vuelta me convenzo de que la agenda del gobierno será tal que las movilizaciones serán en respaldo, yo votaría por ella.