A pesar de que analistas de la talla de José Reinoso han expresado que “el mar del Sur de China se ha convertido en uno de los mayores puntos potenciales de conflicto armado en Asia”, existen varios datos que mediatizan una disrupción mayor. Entre ellos, en primer lugar, China no está en condiciones militares de hacer frente a la alianza estratégica EE.UU.-Japón, por mucho que sus FF.AA. hoy sean de primer nivel.
Una escalada en la disputa por las islas Senkaku-Diaoyu se ha producido en los últimos días cuando China anunció la creación de una zona de defensa aérea sobre estos ocho islotes (7 kilómetros cuadrados), reclamados por China, Taiwán y Japón y administrados por este último país a través de Prefectura de Okinawa.
La decisión de Pekín, que exige que todos los aparatos que crucen el espacio aéreo de las islas se identifiquen ante las autoridades chinas (Japón tiene una norma similar desde 1969), no sólo ha sido rechazada por el resto de partes implicadas, sino que, como lo plantea el profesor Ting Wai, de la Universidad Baptista de Hong Kong, es un “paso provocador” que “plantea la posibilidad de conflicto”, aunque estos patrones se hayan vivido en el pasado sin mayores consecuencias.
Las islas Senkaku (Diaoyu para los chinos) fueron incorporadas como terra nullius a finales del siglo XIX a la Prefectura de Okinawa y desde entonces el Estado japonés ha ejercido soberanía sobre ellas. Tras la II Guerra Mundial, las Senkaku pasaron a ser administradas directamente por los estadounidenses, quienes ostentaron la soberanía del archipiélago de Okinawa (Acuerdo de San Francisco de 1951 y que China no firmó). Sin embargo, justo antes de la devolución del archipiélago a las autoridades niponas, en 1968 un órgano de la ONU publicó un informe que ponía al descubierto la existencia de importantes reservas de gas y petróleo alrededor de los islotes, además de la pesca y otras potencialidades (incluyendo las rutas de navegación más importantes del mundo). Al cabo de pocos meses, tanto China como Taiwán reclamaron la jurisdicción territorial sobre las islas, amparándose en el argumento de que las islas habían pertenecido al imperio chino desde el siglo XIV (hay cartografía de ello desde 1403). Desde entonces China y Japón se disputan una soberanía que ambos consideran fundamental para sus intereses geopolíticos.
[cita]A pesar de que analistas de la talla de José Reinoso han expresado que “el mar del Sur de China se ha convertido en uno de los mayores puntos potenciales de conflicto armado en Asia”, existen varios datos que mediatizan una disrupción mayor. Entre ellos, en primer lugar, China no está en condiciones militares de hacer frente a la alianza estratégica EE.UU.-Japón, por mucho que sus FF.AA. hoy sean de primer nivel.[/cita]
Aparte de las consagraciones propias de los estados naciones y del enorme potencial económico que representan las Senkaku para dos potencias económicas ávidas de recursos, las islas han servido de plataformas de la política doméstica de ambos países (por ejemplo, se acusó al premier Yoshihiko Noda de usar el conflicto para el apoyo ciudadano y remontar en las encuestas que le desfavorecían) y se han convertido en un catalizador de los grupos más nacionalistas en ambas orillas.
Sin embargo y para ser más claro, la tensión escaló el año pasado cuando el entonces primer ministro japonés, Yoshihiko Noda, nacionalizó (compró a privados) tres de las cinco islas del archipiélago, en lo que según algunos expertos fue un torpe intento de evitar que cayeran en manos de Shintaro Ishihara (derechista y ex gobernador de Tokio) y de ultranacionalistas que amenazaban con comprarlas a sus legítimos propietarios para realizar actividades “patrióticas”.
Como lo expresa Lluc López I Vidal (El País, 22/09/2012), la medida tomada por el gobierno japonés con la intención de preservar el statu quo y evitar una escalada de la violencia entre ambos, provocó el efecto contrario en una sociedad china que recordaba la humillación que significaba el 81º aniversario de la invasión del norte de China por parte de la armada imperial japonesa. Esto, además de generar masivas protestas antijaponesas (algunos dicen que manipuladas por el gobierno chino), el cierre de parte de las industrias japonesas en ese país (Panasonic, por ejemplo) y el reproche de Pekín (la llamó “conspiración antichina”), llevó a China a intensificar la presencia y hacer valer su “soberanía”.
Esta proactividad soberana, entre otras, implicó incursiones de buques y aviones de vigilancia (ya la presencia de un avión de vigilancia marítima chino implicó el despegue de 8 F-15 japoneses en diciembre de 2102). Hubo autorizaciones oficiales a acciones tales como la de la provincia de la isla de Hainan (una de las mayores bases navales del país) que permitió a la policía interceptar, abordar y expulsar barcos extranjeros que estén operando “ilegalmente” en las aguas en disputa. Esto último, por cierto, causó la protesta y algunas acciones de Brunei, India, Filipinas, Malasia, Taiwán y Vietnam (países con los cuales mantiene disputas territoriales o marítimas), además de la preocupación de EE.UU., que pidió aclarar las nuevas órdenes.
Otro motivo de irritación regional con Pekín fue el mapa impreso en los nuevos pasaportes chinos, donde se incluyeron el mar del Sur de China y regiones fronterizas con India. Nueva Delhi respondió con la emisión de visados sellados con su propia versión geográfica, Filipinas decidió no estampar su visado en el documento chino para no legitimarlo y emitir una hoja separada y Taiwán pensó negar la entrada a los chinos que lleven el nuevo pasaporte.
Georgina Higueras expresa (El País, 29/11/2013) que la publicación del mapa con la nueva ADIZ (Air Defense Identification Zone) sorprendió a los vecinos del entorno, que contemplan inquietos la reafirmación de China como potencia regional y su expansión por los mares del Este y del Sur (ascenso pacífico). Sin embargo y aunque sea coincidencia con el ascenso y consolidación de las capacidades estratégicas del “Reino Celeste”, también se ha notado una mano más firme en sus reivindicaciones territoriales desde que llegó al poder el presidente chino, Xi Jinping, lo que ha generado un aumento de las tensiones vecinales.
En esta medición de fuerzas, la declaración de la ADIZ fue acompañada de una misión de entrenamiento en el Mar de China Meridional que ha incluido el portaaviones “’Liaoning’, dos destructores, el ‘Shenyang’ y el ‘Shijiazhuang’, y dos fragatas, la ‘Yantai’ y la ‘Weifang’, los cuatro armados con misiles” (La Tercera, 26/11/2013).
Ante la medida tomada por China, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, la rechazó de plano diciendo que “no es válida en absoluto, (es) inaplicable… y viola el derecho internacional” (BBC Mundo, 27/11/2013) y las autoridades de aviación de ese país, en un gesto de fortaleza, emitieron rápidamente una orden para la asociación aérea nacional con instrucciones de ignorar la solicitud china. «Las medidas de China no tienen validez en nuestro país… No podemos aceptar una medida que impone obligaciones injustas en los aviones que vuelan en la zona establecida por China», dijo el secretario del gabinete, Yoshihide Suga, en una conferencia de prensa (Kyodo).
La no reacción de China ante el vuelo de los B-52 estadounidenses (una señal de voluntad y fuerza de EE.UU., y de prudencia de Pekín), fue aprovechado por Japón y Corea del Sur para ver hasta dónde llegaba la voluntad china de hacer respetar su ADIZ, y aviones militares de ambos países se adentraron ayer en ese espacio aéreo.
Japón viene hace tiempo reaccionando al ascenso Chino y a su propia pérdida de poder relativo. En esta dirección no sólo va a presentar su primera estrategia de seguridad nacional de la posguerra en diciembre, sino que, desde que asumió el conservador Shinzo Abe (12/2012), el gobierno ha encabezado una política de reforzamiento de la capacidad de defensa japonesa a partir de la creciente presencia marítima y militar de China en la región. Una de las primeras medidas del primer ministro fue aumentar el presupuesto militar (no sucedía desde 2002) con un suplemento de 180.500 millones de yenes (1.576 millones de euros) para la modernización de misiles, cazas y helicópteros de sus Fuerzas de Autodefensa (Ejército).
Estado Unidos a través del secretario de Estado estadounidense, John Kerry, y el secretario de Defensa, Chuck Hagel, por su parte y haciendo honor al acuerdo estratégico con Japón, criticaron la acción de Pekín y advirtieron que apoyarían a Japón militarmente en cualquier confrontación que surgiera (The Wall Street Journal). Estados Unidos envió dos bombarderos B-52 desarmados sobre las islas sin informar a Pekín y se anunció que el vicepresidente Joe Biden visitaría Pekín para discutir el tema en persona (el viaje, que incluye Seúl, originalmente estaba destinado a discutir problemas económicos).
Pese a que Seúl es un socio estratégico de EE.UU. (entre otros, tiene estacionados 28.000 soldados), Pekín ha tratado de atraérselo hacia su esfera de influencia a través de unas muy potentes relaciones económicas y de presentarse como el único país capaz de hacer oír su voz en la díscola Corea del Norte, que se ha dotado de armas nucleares, lo que hace temblar al Sur. La unilateralidad de la ADIZ amenaza con romper los puentes tendidos hasta ahora, al adentrarse unos 3 mil kilómetros cuadrados en el espacio aéreo surcoreano e incorporar una roca disputada, sumergida y controlada por Corea del Sur, conocida como Ieodo. Seúl calificó la decisión de «lamentable» y el portavoz del ministerio de Defensa, Kim Min Seok, dijo que «me gustaría decir una vez más que el control territorial de Ieodo no ha cambiado» (France Press).
El ministerio de Defensa chino presentó sendas protestas a las embajadas de Japón y Estados Unidos en Pekín. Ha dicho que los comentarios de Japón son «totalmente infundados e inaceptables» y los de Estados Unidos «erróneos» (Xinhua). Sin embargo el diario estatal Global Times, conocido por su tono nacionalista y de cercanía al gobierno, ha sintetizado bien la postura china al publicar que se tiene que ser firme en las declaraciones, y tomar medidas flexibles y resistentes para hacer frente a accidentes inesperados. Afirma que Estados Unidos no es el objetivo de la nueva zona, y que Pekín “no tiene que cambiar sus acciones” con Corea del Sur, ya que tiene sus propias tensiones con Japón. “Nuestro objetivo final es derrotar la fuerza de voluntad y la ambición (japonesas) de instigar una confrontación estratégica con China». Añade que “tenemos que llevar a cabo medidas oportunas sin dudarlo” si Tokio desafía a China. “Si Tokio vuela sus aviones por la zona, estaremos obligados a enviar nuestros aviones a su zona de identificación de defensa aérea”.
Escuchando las voces de los nacionalistas que se desataron a través de las redes sociales pidiendo a su gobierno hacerse respetar, Pekín ordenó a sus aviones de guerra que realizaran “patrullas rutinarias de control” (El País, 29/11/2013) para afianzar la presencia en la disputa por el control.
Algunos analistas apuntan a que los estrategas chinos no midieron bien las consecuencias de la decisión de presentar el nuevo mapa de su espacio aéreo como un fait accompli (hecho consumado). Sin embargo, este proceso constituye para China un escenario de “test case”, donde prueba capacidades, decisiones, reacciones y voluntades en su ascenso estratégico. El choque entre los dos países por la cuestión de las Senkaku debe ser interpretado en su dimensión regional, pero también mundial, al involucrar a la primera potencia del mundo, Estados Unidos. En todo caso, hace tiempo que China dejó de ser un tigre de papel al ser una potencia económica, política, militar y tecnológica.
A pesar de que analistas de la talla de José Reinoso han expresado que “el mar del Sur de China se ha convertido en uno de los mayores puntos potenciales de conflicto armado en Asia”, existen varios datos que mediatizan una disrupción mayor. Entre ellos, en primer lugar, China no está en condiciones militares de hacer frente a la alianza estratégica EE.UU.-Japón, por mucho que sus FF.AA. hoy sean de primer nivel. En segundo término, podemos decir que el desarrollo chino se basa en una articulación dinámica y segura con el mundo y una guerra no le garantiza ese flujo. Tercero, China ha basado su desarrollo en un ascenso pacífico y pragmático. Cuarto, existe una innegable interrelación económica entre los diferentes actores, cuyas cifras nos sugieren que estamos asistiendo a la mayor interdependencia intrarregional asiática desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (hay un aumento de las exportaciones japonesas a China del 21,3 % en octubre comparado con un año antes). Quinto, a pesar de la contundencia de las declaraciones, la escenificación del conflicto ha seguido estos días unos patrones de comportamiento similares a los anteriores altercados por las islas y que han terminado diluyéndose para evitar el “efecto bola de nieve”. Por último, tanto China como Japón buscan un papel más importante en la región (empoderarse), mediante la mejora de las relaciones con naciones de la región, y un conflicto no ayuda a eso.
Por lo mismo, Pekín ha rechazado la demanda de Corea del Sur para revocar la zona, pero parece haber suavizado su exigencia de que los aviones comerciales avisen a sus autoridades militares de cualquier plan de pasar por ella. Aerolíneas coreanas y japonesas han estado sobrevolando el área, desafiando las órdenes chinas, sin ningún incidente. Corea del Sur, desde el sábado, cuando se creó la zona, y Japón desde el miércoles siguiente.
Al final es probable que estos actores sigan “mostrándose los dientes” e incluso haya algún incidente de cierta relevancia, pero es muy improbable una escalada hacia un conflicto mayor.