Su mejor estrategia debiera ser constituir un sólido “bloque político y social por los cambios”; desde luego, no se puede repetir la ambigüedad que tuvo en Educación en su administración anterior, ni menos ostentar la más alta rotación de jefes de gabinete en cinco gobiernos, en especial cuando todos prevén una administración con mucha agitación social. Tampoco repetir lo acaecido con Belisario Velasco, a quien al final de su gestión literalmente no le contestaba ni el teléfono. El Chile del 2014 no estará para lujitos.
Michelle Bachelet se encamina a una segunda victoria presidencial, hecho inédito en la historia política chilena contemporánea, apoyada en una coalición de partidos también inédita, que va desde la DC hasta el PC, pero en medio de una fuerte abstención, de la presencia de variados grupos a su izquierda que representan del orden de 15% del electorado y de movimientos sociales autonomizados del sistema de mediaciones políticas. Ante semejante escenario, la derecha, que da por perdida a Evelyn Matthei, traza sus estrategias.
Las fuertes declaraciones de Lucía Santa Cruz la semana pasada y la escenografía preparada en que las hizo –una reunión con empresarios en el Instituto Libertad y Desarrollo–, seguidas del llamado del secretario general de RN a “la familia militar”, y del respaldo de los dos partidos de derecha a la intervención de la directora del Banco Santander, son un nítido ejemplo de la estrategia de largo plazo que irá tomando la Alianza después del 15 de diciembre: la caricaturización del gobierno de Bachelet (“es el primer paso al socialismo”), luego la desacreditación de su legitimidad (“este gobierno no tiene la legitimidad democrática para hacer cambios”), dada la probable escasa participación ciudadana en segunda vuelta y, a pesar de la abismante distancia que la separa de Evelyn Matthei. Este es el contexto en el que gobernará Bachelet, sumado a la presión de la calle, que le exigirá cumplir las expectativas que ella misma desató a partir de su retorno.
Cuando apenas falta una semana para la elección, si no ampliar al menos mantener la cantidad de votantes de la primera vuelta, se ha transformado en el verdadero desafío de Michelle, salvo que decida tomar la ofensiva. En tal sentido, serán de máximo interés para el electorado “abstencionista” y el de ME-O, Claude y Roxana Miranda –15%– las señales que ella y su equipo difundan en estos días. Desde esa perspectiva, llevarán a confusión situaciones como las observadas los días previos a la primera vuelta, donde uno de los voceros oficiales del comando fue reemplazado en un conocido programa de TV por Ricardo Solari, no sólo porque no aparece en esas funciones en el comando, sino por las declaraciones que hizo muy a tono con esa generación de sobrevivientes del PS: buscando el reconocimiento del otro –Lavín en este caso– y de un tono de subordinación con el gran empresariado (se refirió a “Don Eliodoro Matte”, durante el programa).
[cita]En Educación es imposible que vuelva a repetir el circuito anterior –un director de una clínica, una profesora de gimnasia y una sostenedora–, o que se rodee de colaboradores que lucran ya sea a gran escala –las familias DC– o por “el chorreo” –algunos PPD y socialistas– y es obvio, por tanto, que todos estemos atentos a quien designe en esta cartera, que en los dos últimos gobiernos ostenta el no envidiable record de siete ministros, cuatro de los cuales abandonaron el cargo por la protesta social, otra recibió un “jarrazo”, mientras que dos de ellos terminaron siendo destituidos por el Parlamento.[/cita]
Lo mismo volvió a suceder hace poco cuando el mismo personaje filtró opiniones en esos mismos términos (“hay que hacer cambios si se quiere salvar el modelo”) a un conocido analista argentino que luego fueron puestas en un diario norteamericano y que dieron la vuelta al mundo. Tampoco se debe repetir lo sucedido en el CEP con Alberto Arenas y la impresión que provocó entre los empresarios, ni menos que la otra vocera que sólo habla de seguridad, dando una imagen de conservadurismo que no se aviene con los desafíos del momento.
Bajo este prisma, para fortalecer su legitimidad frente a la estrategia de erosión que desplegará desde el primer momento la derecha política y económica, Bachelet debiera emitir mensajes nítidos respecto de los perfiles de quienes serán sus más estrechos colaboradores en tres áreas clave. Dicho de otro modo, su mejor estrategia debiera ser constituir un sólido “bloque político y social por los cambios”; desde luego, no se puede repetir la ambigüedad que tuvo en Educación en su administración anterior, ni menos ostentar la más alta rotación de jefes de gabinete en cinco gobiernos, en especial cuando todos prevén una administración con mucha agitación social. Tampoco repetir lo acaecido con Belisario Velasco, a quien al final de su gestión literalmente no le contestaba ni el teléfono. El Chile del 2014 no estará para lujitos.
Es fundamental entonces que ella pueda durante estos días aclarar los perfiles de los secretarios de Estado de las carteras más relevantes: Interior y Hacienda y, por qué no, Educación. Respecto del primero debemos recordar que, por ejemplo, es de público conocimiento que el ex Presidente Lagos jamás, en el plano personal, se llevó bien con Insulza, pero no tuvo dudas de nombrarlo Ministro del Interior, en razón de su profesionalismo en el manejo político de corto plazo y de situaciones de crisis. Como decía Kennedy, se trata de “gobernar con los mejores y más brillantes”. Es fundamental entonces que, en el caso del inquilino principal de La Moneda, Bachelet pueda emitir mensajes en relación a que nombrará en ese puesto a una persona que posea por lo menos tres características necesarias en el contexto de los desafíos del próximo gobierno: una buena articulación y diálogo con el legislativo, y con la mayoría parlamentaria en particular, una capacidad de relacionarse con la derecha sin subordinarse a ella y una conversación permanente con el mundo sindical y estudiantil, en un ambiente social que en algún momento puede desbordarse. En Hacienda también debe manifestarse esa línea, pues su gobierno más que ningún otro va a necesitar un actor que logre articular a los agentes económicos en función de una nueva estrategia que dé cuenta de un escenario mundial más restrictivo. Incluyendo una fuerte política industrial y una nueva política social. En esta ocasión no serán sólo los empresarios los interlocutores, sino también los sindicalistas, y habrá que dar garantías a todos y no solamente a los primeros. Y a partir de ahí comenzar a discutir si este país va a permitir que, mientras los cotizantes –la sangre del sistema– vayan generalmente a pérdida, las AFP se embolsen utilidades que, según cálculos de Eduardo Titelman, desde 2005 bordean el 23% sobre su capital, un 39% las Isapres, un 22% los bancos y un 77% la gran minería, cuyo nivel de depredación del medio chileno ha llevado a un significativo economista –Gabriel Palma– a sostener que nuestra economía es “rentista”, pues cada año salen del país más de 10 mil millones de dólares por utilidades de la minería. ¿Su gobierno se comprometerá a hacer cosas significativas ahí? Como nunca será clave a quien designe en ese cargo, no por las garantías que deba dar a los empresarios, sino por el notorio rol político que deberá desempeñar en esta ocasión. En Educación es imposible que vuelva a repetir el circuito anterior –un director de una clínica, una profesora de gimnasia y una sostenedora–, o que se rodee de colaboradores que lucran ya sea a gran escala –las familias DC– o por “el chorreo” –algunos PPD y socialistas– y es obvio, por tanto, que todos estemos atentos a quien designe en esta cartera, que en los dos últimos gobiernos ostenta el no envidiable record de siete ministros, cuatro de los cuales abandonaron el cargo por la protesta social, otra recibió un “jarrazo”, mientras que dos de ellos terminaron siendo destituidos por el Parlamento. En el manejo y éxito de este trasatlántico, Bachelet se jugará buena parte de su éxito y/o fracaso. Además, es esperable que en el resto de las carteras nomine a personas absolutamente comprometidas con la agenda gubernamental sectorial y no con propósitos individuales. Tal vez, como nunca antes, importa menos a quien Michelle designe como su próximo vocero, pues ella misma encarna mejor que nadie el Chile que se viene. Bachelet, por sí misma, será la mejor intérprete de su gobierno. Ejemplificado de otro modo: ¿alguien conoce quién es el vocero de Obama? No lo necesita, a pesar de que lo tiene.
Así, en un contexto en que Matthei ha dicho que va a gobernar Chile “con la Biblia”, es fundamental que la candidata de la Nueva Mayoría emita señales nítidas sobre los perfiles de los ministros clave que la acompañarán, para así disminuir dudas en el electorado abstencionista de centro-izquierda, cuyos principales líderes –ME-O y Claude– han manifestado, más o menos explícitamente, que “Bachelet y Matthei son lo mismo”. De ese modo, una candidata que despeje dudas en este tema puede ser una potente señal para este mundo abstencionista cuyos dos principales líderes han optado en segunda vuelta por omitirse y/o hacer graffitis. Ello, más el énfasis de Michelle, en el contexto de una derecha que ha dado fuertes señales “cuarteleras”, en que el abstencionismo sólo favorece el statu quo y a quienes no quieren transformaciones, puede desempeñar un papel significativo en el cambio del curso de las cosas, donde, a todas luces, se vislumbra un escenario abstencionista del que la derecha pretende ya sacar ventajas. Es esperable que en el debate presidencial se expliciten las diferencias entre ambas más allá de los estereotipos y de la pertenencia a culturas políticas distintas. Los días que quedan son una buena oportunidad para que Michelle demuestre en toda su envergadura el liderazgo y la popularidad que exhibe tanto en elecciones como en encuestas.