Esto deja en claro que la democracia liberal no es el régimen que Guzmán favorece. Todo lo contrario. Piensa que la legitimidad democrática es incompatible con la legitimidad gremialista que él aspira a consolidar constitucionalmente. Para Guzmán, un mero cambio de gobierno no asegura nada. Se requiere un sistema político fundado en una nueva legitimidad, lo que hace necesario abrogar la legitimidad democrática que ha imperado en Chile desde su Independencia. Su estrategia política y gremial a partir de ese momento busca destruir la Constitución democrática liberal vigente y crear una nueva de corte gremialista.
En su columna del 6 de diciembre, Claudio Arqueros, en representación de la UDI y la Fundación Jaime Guzmán, de la que es director del Área de Formación, responde a una carta mía del 27 de noviembre y objeta que le atribuya a Guzmán “la influencia de ciertos pensadores, ofreciendo una aplicación equivocada de su pensamiento”. Mi equivocación consistiría en no tomar en cuenta ni el compromiso de Guzmán con la democracia liberal y los partidos políticos, ni su rechazo de la “democracia orgánica” que auspiciara el ideólogo carlista Juan Vásquez de Mella.
Aparte de consideraciones ad hóminem, Arqueros elabora dos argumentos de fondo en defensa de Guzmán. Primero, que éste demuestra en la práctica su adhesión a la política partidista democrático liberal. Participa así en las campañas electorales de Bulnes y Alessandri; critica el funcionamiento de los partidos, sin negar “el valor de existencia de estos,”; y funda un partido político –la UDI–. Segundo, Guzmán publica columnas en la revista Ercilla y en La Segunda, y también defiende ideas en la Comisión Constituyente (sesión 9ª), que demuestran su oposición al corporativismo.
Ambos argumentos son fácilmente rebatibles. Con respecto al primero, Arqueros no toma en cuenta que Guzmán coincide con el proyecto de reforma constitucional que auspicia Jorge Alessandri en 1964. La reforma que éste tenía en mente buscaba reforzar el poder presidencial, modificar la composición del parlamento y limitar el papel que tienen los partidos políticos. El Senado, de acuerdo con un criterio de representación corporativa, incluiría miembros que no serían elegidos popularmente, sino designados por instancias políticas, judiciales, universitarias y gremiales. La intención de Alessandri era modificar el sistema democrático liberal vigente por considerarlo ingobernable, y reemplazarlo por una democracia orgánica de corte gremialista. Guzmán apoya este proyecto de reforma.
[cita]Esto deja en claro que la democracia liberal no es el régimen que Guzmán favorece. Todo lo contrario. Piensa que la legitimidad democrática es incompatible con la legitimidad gremialista que él aspira a consolidar constitucionalmente. Para Guzmán, un mero cambio de gobierno no asegura nada. Se requiere un sistema político fundado en una nueva legitimidad, lo que hace necesario abrogar la legitimidad democrática que ha imperado en Chile desde su Independencia. Su estrategia política y gremial a partir de ese momento busca destruir la Constitución democrática liberal vigente y crear una nueva de corte gremialista.[/cita]
En la derrota de Alessandri, en 1970, Guzmán percibe la imposibilidad de lograr una reforma constitucional dentro de un sistema partidista democrático liberal. En una columna titulada “Dos grandes equívocos en un momento decisivo”, publicada en la revista PEC el 8 de enero de 1971, Guzmán examina lo que define como el “antídoto fatal para la guerra cívica e ideológica que es nuestro deber librar contra la Unidad Popular.” Ese “antídoto fatal” es ceñirse al procedimiento democrático liberal que exige respeto por las mayorías y elecciones populares. Escribe: “Constituye un error de vieja raigambre liberal el darle más importancia al origen formal del Poder o de una determinada medida del gobierno, que a su contenido real y más profundo. Para el liberalismo… lo sustancial es que una medida sea fruto del acuerdo de una mayoría ciudadana, expresada en una elección popular, a través de un acuerdo de los ‘representantes del pueblo’ libremente elegidos, o por medio de otros procesos semejantes, que respete siempre normas procesales que son las que, en verdad, supuestamente lo legitiman.”
Esto deja en claro que la democracia liberal no es el régimen que Guzmán favorece. Todo lo contrario. Piensa que la legitimidad democrática es incompatible con la legitimidad gremialista que él aspira a consolidar constitucionalmente. Para Guzmán, un mero cambio de gobierno no asegura nada. Se requiere un sistema político fundado en una nueva legitimidad, lo que hace necesario abrogar la legitimidad democrática que ha imperado en Chile desde su Independencia. Su estrategia política y gremial a partir de ese momento busca destruir la Constitución democrática liberal vigente y crear una nueva de corte gremialista. Esta estrategia rinde su primer fruto el 11 de septiembre de 1973 y se consolida con la promulgación de la Constitución de 1980.
Cuando Guzmán funda la UDI, en 1983, lo hace pensando en la legitimidad gremialista que le permite abrir canales de representación política a gremios y otras instituciones intermedias, particularmente a las fuerzas armadas. En su declaración de principios, la UDI consagra a las fuerzas armadas como garantes del orden institucional (§14), y confirma la necesidad de permitir el pronunciamiento de los militares en la política. Esta es una idea que Guzmán obtiene de Álvaro d’Ors, jurista español próximo al carlismo, quien a su vez la deriva de la noción schmitteana del Reichpräsident como protector de la Constitución. (En 2004, se publica en Alemania Carl Schmitt und Alvaro d’Ors: Briefwechsel, que contiene más de un centenar de cartas intercambiadas por estos autores). No resulta así plausible que Arqueros considere la fundación de la UDI como prueba de la adhesión de Guzmán al partidismo democrático liberal.
Con respecto al segundo argumento, Arqueros menciona la sesión 9ª de la Comisión Constituyente del 23 de octubre, 1973. En esa sesión, Guzmán introduce la distinción entre poder político y poder social, eje sobre el que gira la propuesta gremialista de Vásquez de Mella. Fundado en esa distinción, Guzmán limita la acción de los partidos al ejercicio del poder político, permitiendo a los gremios “la función de representar los puntos de vista de la base social organizada”. En la sesión 2ª del 25 de septiembre, Guzmán apoya la idea de “integrar a los gremios, en forma permanente, a las Comisiones del Congreso, con derecho a voz; o bien, constituir un Consejo Económico Social, asesor del Gobierno”. Esto es consistente con la propuesta aprobada unánimemente por la Comisión en su sesión 6ª del 9 de octubre, referente a la participación política de las fuerzas armadas, los gremios, la juventud y otros organismos de base. Estas instancias integrarían “el Senado de la República, el que tendría un carácter mixto. En efecto, estaría constituido, por una parte, por Senadores elegidos en votación directa por todo el país… y por otra, por representantes de las más altas funciones de la nación.” Esta aplicación concreta de la noción de poder social constituye, según Guzmán, el “cauce orgánico más importante de expresión ciudadana”. Se equivoca, por tanto, Arqueros al pensar que en 1973 se distancia del corporativismo gremialista.
Arqueros nota que Guzmán se distancia del corporativismo fascista en 1979. En su columna “Democracia y libertad, ¿son lo mismo?”, publicada en Ercilla el 22 de agosto de aquel año, denuncia a quienes intentan revivir “confusas y añejas fórmulas corporativistas, de inevitable sello filo-totalitario en lo político, y socialista en lo económico-social”. Esto no es novedad. Lo que es novedad, y esto sí se le escapa a Arqueros, es que este texto deja en evidencia que ahora Guzmán afirma, al igual que Hayek, que “la democracia es una forma de gobierno, y como tal, solo un medio… para favorecer la libertad”.
Guzmán coincide perfectamente con lo que Hayek pregonara en defensa de la dictadura en su visita a Chile del año anterior. Escribe Guzmán: “La democracia puede ser anti-libertaria, así como un régimen no democrático puede, en determinadas circunstancias, ser un efectivo defensor e impulsor de la libertad.” De esta fecha en adelante, la noción de democracia instrumental, central para el neoliberalismo hayekiano, se convierte en la clave del pensamiento político de Guzmán. La lección que aprende de Hayek es que la democracia puede concebirse como un mero instrumento que no conduce a la “hipertrofia de un estatismo socializante”. Su proyecto constitucional puede ahora incluir mecanismos contra-mayoritarios combinados con algunas instituciones corporativas gremialistas. Pero esta combinación lo distancia de la democracia liberal.
Para Arqueros resulta incomprensible que yo pretenda tachar a su “mártir gremialista” como seguidor de Hayek. Por mi parte, pienso que esa apelación podía tener sentido con anterioridad al contacto de Guzmán con Hayek en 1978. Con posterioridad a esa fecha se podría pensar que el “mártir gremialista” de Arqueros es también “mártir neoliberal”.