En mi opinión, el perfeccionismo no es tan criticable en tanto el objeto a fomentar tienda a la universalidad (el arte gráfico, la música clásica o folclórica, el teatro experimental, etc.). El problema mayor surge cuando –como en la ley propuesta– el perfeccionismo define su objeto con criterios nacionalistas. El resultado es integrismo cultural y chauvinismo.
Una característica del modelo de desarrollo económico chileno es su apertura al mundo. Es una doble vía. Por una parte, nos permite exportar. Por otra, nos abrimos a los productos del mundo. Sin duda, esta estrategia ha sido central para nuestro éxito económico. (Porque a pesar de sus muchos problemas, que deben ser tomados urgentemente en serio –destrucción medioambiental, desigualdad, segregación, etc.–, se trata de un modelo económicamente exitoso que ha mejorado las condiciones materiales de vida de millones). Probablemente, una política de sustitución de importaciones hoy sería impresentable. O al menos una muy mala idea. Las consecuencias económicas hablan en su contra. Y las preferencias de los consumidores tampoco las respaldan (¿o le gustaría tener que escoger exclusivamente entre productos de manufactura local?).
Sin embargo, el proteccionismo está de regreso. Pero, esta vez, por la puerta de la cultura: la Comisión de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de Senado retomó la discusión del Proyecto de Ley (ya aprobado por la Cámara de Diputados) que obligará a las radios a programar al menos un 20% de música chilena.
Nada contra la música chilena. Como todo producto artístico que haya sido catalogado por su denominación de origen –entendiéndose por tal, ojalá no sus influencias, sino que la nacionalidad de sus creadores o ejecutores o el lugar de la creación o ejecución–, los hay excelentes, buenos, regulares y pésimos. Y es que la genialidad artística no está distribuida en razón de criterios nacionales. A lo que me opongo es a que esta ley limitará la libertad de las radioestaciones para autodefinirse (imagine, por ejemplo, una radio de rock inglés tocado por grupos musicales ingleses, o una de ragas indias), su libertad para ajustar su programa a las preferencias de sus auditores, y así limitará el impacto de las preferencias musicales de los auditores en la oferta.
[cita]En mi opinión, el perfeccionismo no es tan criticable en tanto el objeto a fomentar tienda a la universalidad (el arte gráfico, la música clásica o folclórica, el teatro experimental, etc.). El problema mayor surge cuando –como en la ley propuesta– el perfeccionismo define su objeto con criterios nacionalistas. El resultado es integrismo cultural y chauvinismo.[/cita]
No me malentienda. Estoy de acuerdo con el fomento de las artes y la cultura local, aunque no necesariamente chilena (tal como lo estoy con el fomento de la tecnología local). A mi juicio, si hay fondos públicos involucrados en este fomento, el único criterio válido para adjudicarlos es la excelencia –potencial o actualizada– de los proyectos artísticos. Ciertamente, también se puede y debe fomentar iniciativas sociales que se estructuren en torno a la cultura. (Pero en estos casos hay que tener presente que lo que se fomenta es el fin social de la iniciativa a través de la cultura, y no el objeto cultural en sí). A lo que me opongo es a la creación artificial de un mercado para las creaciones culturales locales mediante la restricción de la libertad de los ofertantes y, por ende, de sus consumidores. Si la música chilena no está tan presente (no diría que no lo está, al menos según mi experiencia anecdótica y subjetiva como auditor durante el taco) como sus creadores, y sobre todo sus defensores, desean, probablemente se debe a que las preferencias de nosotros, los auditores, van por otro lado.
Y es que más allá de la defensa de intereses corporativos (los intereses de todos aquellos involucrados en la industria musical nacional), lo que esta ley destila y explicita es un interés integrista cultural. Considere, por ejemplo, las declaraciones de uno de sus defensores: el senador Ignacio Walker. Para el senador la importancia de iniciativas como la aludida yace en que contribuyen “a mantener nuestra identidad y nuestra cultura como nación en este mundo globalizado”.
Si el senador Walker está tan interesado en nuestra identidad nacional cultural (que supongo, en su interpretación debe ser medio demócrata cristiana) ante el cuco de la globalización, podría continuar su labor legislativa con una iniciativa de ley que, siguiendo el ejemplo del reino de Bután, obligue a los ciudadanos a vestir trajes típicos en lugares públicos (una ley que hoy en Bután es sancionada en forma arbitraria). Así, para salir a la calle usted (y también el senador, a menos que abogue por una excepción para parlamentarios) tendría que vestir de China o Huaso, y quizás –si asumimos que la interpretación cultural integrista del Senador es pluralista– también de pascuense, o mapuche, o diaguita, etc. (Un consejo para el senador: podría argumentar que según los expertos de la nueva “ciencia” de la felicidad, en Bután el integrismo cultural parece hacer feliz a la población). O al menos podría proponer una ley que obligue al comercio a que un 20% de su oferta de vestuario corresponda a trajes típicos nacionales.
Leyes que obligan a difundir las creaciones artísticas nacionales (usualmente música y cine) no son desconocidas. El caso siempre citado es Francia. El mejor argumento apunta a que los mercados son restrictivos, y así el público no puede conocer y de este modo generar una preferencia por las producciones nacionales. En la base de esta afirmación yace la premisa de que la exposición a la creación generará una preferencia por ella. Esta premisa expresa el anhelo de todos los perfeccionistas (es decir, aquellos que sostienen que es labor estatal fomentar lo que consideren constituyen perfecciones humanas) por crear individuos que aprendan a valorar y disfrutar de aquello que la elite correspondiente considere debe ser valorado y disfrutado. En mi opinión, el perfeccionismo no es tan criticable en tanto el objeto a fomentar tienda a la universalidad (el arte gráfico, la música clásica o folclórica, el teatro experimental, etc.). El problema mayor surge cuando –como en la ley propuesta– el perfeccionismo define su objeto con criterios nacionalistas. El resultado es integrismo cultural y chauvinismo.
Si algo caracteriza a la creación artística es la universalidad. Aunque sus formas concretas sean locales o folclóricas, lo que el arte expresa es universal (por eso seguimos leyendo a los clásicos). Chile ha dejado de ser una isla detrás de la cordillera, y ha llegado a participar –al menos parcialmente– de un mundo cada vez más globalizado. Dejemos que las preferencias de los individuos se abran pasó en este mundo global, sin restricciones que hieden a nacionalismo trasnochado.