De ser parte de un Gobierno lleno de excitantes eslóganes de manual empresarial –“Gobierno de excelencia”, “el Gobierno de los mejores”, etc.–, de pronto y en un cerrar de ojos, él y los suyos quedaron condenados a la más insoportable postergación: se transformaron en una minoría sin ideas ni votos.
Al diputado(a) joven y de derecha todo le parece una cruel pesadilla.
De ser parte de un gobierno lleno de excitantes eslóganes de manual empresarial –“Gobierno de excelencia”, “el Gobierno de los mejores”, etc.–, de pronto y en un cerrar de ojos, él y los suyos quedaron condenados a la más insoportable postergación: se transformaron en una minoría sin ideas ni votos.
Ni el espíritu de Jaime Guzmán puede aplacar la pesadilla: el endiablado sistema de quórums, inventado por el ideólogo de la dictadura, ya no permitirá seguir siendo mayoría pese a ser minoría.
La pesadilla era, entonces, completa para su sector: el poder de veto se escurría, como en la canción, igual que el agua entre los dedos.
El sueño hecho añicos en unos pocos años. Tan pocos.
[cita]De ser parte de un gobierno lleno de excitantes eslóganes de manual empresarial –“Gobierno de excelencia”, “el Gobierno de los mejores”, etc.–, de pronto y en un cerrar de ojos, él y los suyos quedaron condenados a la más insoportable postergación: se transformaron en una minoría sin ideas ni votos.[/cita]
Y como si lo anterior no fuera lo suficientemente malo, de golpe se daba cuenta de que el clóset de la derecha estaba lleno de fantasmas: un tal Otero deambulaba con ideas decimonónicas por la vida, su candidata presidencial prometía un Gobierno sobre la base del Nuevo Testamento y su partido defendía –como en los mejores tiempos de Pinochet en Londres– el penal tipo resort que se le construyó al Mamo.
¿Cómo salir, entonces, de esa pesadilla en que se convirtió de la noche a la mañana intentar ser joven en la derecha chilena?
No hay mucho consuelo, desde ya lo adelantamos, para el joven diputado(a).
Es que las posibilidades son varias y todas conducen al mismo lado: a ninguno.
La primera es creer, con la frivolidad típica del político medio, que todo lo que ha pasado es resultado del mal marketing. Es la explicación “modo UDI”: se hizo un gran Gobierno, pero falló la publicidad: no se supo comunicar los logros.
¿Alguien serio –se preguntará el joven diputado– puede creer que la crisis de la derecha tiene que ver con que se falló en la contratación de los publicistas?
No vale la pena perder el tiempo en esta explicación estilo Zalaquett.
La segunda es creer que hay que cambiar de organización. La forma sobre el fondo. Es cosa de mudar de tienda y –acto de magia mediante– ya se tiene un nuevo horizonte. Es refundar la derecha a lo Evópoli o Amplitud.
Pero nuestro joven e inquieto diputado(a) verá luego que tampoco hay aquí consuelo:
¿Qué nuevo conjunto de ideas es el que diferencia a la derecha de Evópoli de la antigua derecha que defendía “con uñas y dientes” el modelo social y económico de la dictadura? O, para decirlo más claro aún, ¿qué ideas potentes y significativas hacen la diferencia entre Melero y Kast?
Quizás uno que otro guiño cultural por aquí y por allá. Pero, seamos honestos, no da tanto el matrimonio igualitario. Menos para fundar una nueva derecha.
En el resto, más de lo mismo: endiosamiento del mercado, minimización del Estado, nada de derechos sociales universales –educación y salud– y ni hablar de derechos colectivos para los trabajadores.
La tercera, es salir hacia adelante. Nuestras ideas no son tan malas, más bien son buenas. Entonces hay que estar orgulloso de ellas y hay que defenderlas.
¿De verdad alguien en su sano juicio político cree que el ideario tradicional de la derecha criolla va a sacar de la crisis a esa misma derecha? ¿Que cuando la sociedad exige igualdad y derechos sociales, lo que hay que ofrecerle es más defensa del modelo neoliberal?
Difícil –cavilará nuestro joven diputado– que con una teoría del “chorreo 2.0” se llegue a alguna parte.
Suena el camino seguro a más y más irrelevancia política.
Pero, quizás, no todo está perdido. Siempre hay una última opción, podría pensar nuestro(a) joven idealista de derecha.
Si su interés por cambiar las cosas es genuino, podría preguntarse: ¿y si dejamos a un lado algunas de nuestras ideas de siempre y comenzamos a sostener otras a tono con una sociedad democrática avanzada? ¿Y si, tal vez, como lo hace una buena parte de la derecha en el mundo contemporáneo, abandonamos el neoliberalismo radical y nos movemos hacia un capitalismo social que garantice unos derechos universales para todos? ¿Y si, en una de esas, nos preocupamos de que la libertad funcione efectivamente para todos y no sólo para una elite económica?
Suena bien. Pero nunca debe olvidarse algo: la derecha chilena es un ejemplo único de facticidad llevada a la perfección. Nada de pretensiones de idealidad: los sueños sometidos a los intereses.
Por ello, en ese sector que nuestro joven derechista busca regenerar, las ideas y los giros deliberativos han sido siempre objeto del mayor de los desprecios y el espeluznante éxito del “cosismo” es el síntoma más dramático.
Pero esa fatalidad de los intereses el joven de derecha la aprenderá rápido: siempre habrá un Carlos Larraín dispuesto a recordarles para qué están ahí.